Dobló el periódico cuidadosamente y lo puso sobre una mesa baja, a sus pies. Miró la hora en el reloj de pared: aún faltaban algunos minutos para el inicio de la emisión de televisión. La regularidad de su cotidianidad se había visto afectada por los acontecimientos, sobre todo por la desaparición del buzón, que le había hecho perder algún tiempo. En general tenía tiempo de leer todo el periódico, preparar una cena sencilla e instalarse frente al televisor para oír las noticias y comer. Después llevaba a la cocina el plato, el vaso y los cubiertos, y volvía al sillón confortable donde se quedaba tranquilamente, ora mirando ora dormitando, hasta el final de la emisión. Se preguntó a sí mismo qué haría hoy, y no pensó en buscar respuesta. Extendió la mano y encendió el aparato: oyó un silbido, la pantalla se fue iluminando poco a poco hasta aparecer la carta de ajuste, un complicado sistema de rayas verticales, horizontales y oblicuas, de superficies claras y oscuras. Se quedó mirando, distraídamente, como hipnotizado por la fijeza de la imagen. Encendió un cigarrillo (nunca fumaba en el trabajo, no estaba permitido) y se sentó otra vez. Le vino el recuerdo del reloj de pulsera y lo miró: continuaba parado y ya no se conseguía oír el tic tac. Soltó pausadamente la correa negra, colocó el reloj encima de la mesa, al lado del periódico, y suspiró profundamente. Un chasquido fuerte le hizo volver la cabeza rápidamente. «Algún mueble», pensó. Y en ese exacto instante, en un lapso de tiempo inferior a un segundo, la carta de ajuste desapareció y en su lugar, como un relámpago, surgió la cara de un niño, con los ojos muy abiertos. Se hundió hacia el fondo, hacia atrás, hacia la lejanía, muy lejos, hasta transformarse en un simple punto luminoso, palpitante, en el centro de la pantalla negra. Inmediatamente a continuación reapareció la carta de ajuste, ligeramente trémula, ondulante, como una imagen reflejada en el agua. El funcionario se pasó la mano por la cara, perplejo. Cogió el teléfono, marcó el servicio de informaciones de la televisión (sitv) y, cuando le atendieron, preguntó:
– Por favor. ¿Qué interferencia ha sido ésa que ha aparecido hace un minuto en la carta de ajuste?
Una voz de hombre respondió secamente:
– No ha habido ninguna interferencia.
– Disculpe, pero la he visto perfectamente.
– No tenemos ninguna información que dar.
Colgaron el teléfono. «Debo haber hecho mal. Todo esto debe estar relacionado», murmuró. Fue a sentarse frente al receptor, en el cual la carta de ajuste había vuelto a su hipnótica inmovilidad. Se oyó una sucesión de chasquidos más fuertes. No fue capaz de localizarlos. Parecían al mismo tiempo muy cerca y muy lejos, debajo de sí mismo o en cualquier parte de la finca. Se levantó otra vez y abrió la ventana: ya no llovía. No era, por lo demás, tiempo de lluvia. Debía de haber habido alguna avería en el material del servicio de adecuación meteorológica (sam): en los meses de verano no llovía nunca. Desde la ventana veía claramente el lugar donde había estado clavado el buzón. Respiró llenando los pulmones, miró el cielo ahora limpio y barrido, ya con estrellas, las más brillantes, aquellas que resistían a la iluminación del centro de la ciudad. La emisión empezaba en ese momento. Volvió a la silla. Quería oír las noticias con las que el programa empezaba siempre. Una locutora con sonrisa artificial y tensa anunció el programa de la noche e inmediatamente se oyeron los arpegios que preludiaban las noticias. Después, un locutor de cara escuálida anunció una nota oficiosa del gobierno (nog). Era más reciente que la del periódico. Decía: «El gobierno informa a todos los ciudadanos usuarios que los defectos e incongruencias de ciertos objetos, utensilios, máquinas e instalaciones (abreviados oumis), últimamente verificados en mayor número, están siendo juiciosamente estudiados por la comisión nombrada, que cuenta ahora con la colaboración de un parapsicólogo. Los ciudadanos usuarios deben rechazar los rumores, las habladurías, la manipulación. Deben mantener la serenidad, incluso en el caso de que ocurran desapariciones de los referidos oumis: objetos, utensilios, máquinas o instalaciones. Se recomienda la más rigurosa vigilancia. Ningún oumi (objeto, utensilio, máquina o instalación) debe, en lo futuro, ser mirado distraídamente. El gobierno considera indispensable sorprender cualquier oumi: objeto, utensilio, máquina o instalación, en el momento de desaparecer. El ciudadano usuario que de informaciones completas o detenga el proceso de desaparición de oumis, será considerado benemérito y ascendido a la prioridad C, si estuviera clasificado en prioridad más baja. El gobierno cuenta con el apoyo y la confianza de todos.» Hubo más noticias, pero ninguna que interesase tanto. El resto del programa tampoco era muy atractivo, a no ser un reportaje en directo sobre la fabricación de alfombras. Despechado, como si hubiese sido personalmente ofendido, apagó el receptor: clasificado en la prioridad H (abrió la mano derecha y vio la letra verde), tendría que ahorrar durante mucho tiempo antes de conseguir el dinero suficiente para comprar la alfombra con la que soñaba hacía tantos años. Sabía muy bien cómo se fabricaban las alfombras. Consideraba incluso un insulto la presentación de reportajes como ése, llevado a hogares que no tenían nada que poner encima del suelo desnudo.
Fue a la cocina a preparar la cena. Se limitó a revolver unos huevos, que comió en el extremo de la mesa, acompañados con pan y un vaso de vino. Después lavó los pocos cacharros que había ensuciado. Evitó mojarse la mano que había sido arañada, aunque supiese que la película biológica era impermeable al agua: actuaba como otra piel regeneradora de los tejidos orgánicos y, al igual que la piel, respiraba. Un hombre gravemente quemado no moriría si fuese posible cubrirlo en seguida con el líquido biológico y sólo los dolores le impedirían hacer una vida normal hasta la curación completa. Recogió el plato y la sartén y, cuando se disponía a colocar el vaso al lado de los otros dos que tenía, notó un espacio vacío en el armario. Al principio no consiguió acordarse de lo que allí había estado antes. Se quedó con la boca abierta, con el vaso en la mano, rebuscando en la memoria, intentando entender. Era eso: la jarra grande que raramente utilizaba. Puso despacio el vaso al lado de los otros, cerró la puerta del armario. Después se acordó de las recomendaciones del gobierno (g) y volvió a abrirla. Todo estaba en su lugar, excepto la jarra. La buscó por toda la cocina, moviendo los objetos con el mayor cuidado, mirándolos fijamente, uno por uno, hasta aceptar tres evidencias: la jarra no estaba donde la había deja do, no estaba en la cocina, no estaba en ninguna parte de la casa. Luego había desaparecido.
No se asustó. Después de haber oído la nota oficiosa (no) en la televisión (tv), se sentía, como buen ciudadano usuario que se enorgullecía de ser, y funcionario, miembro de un inmenso ejército de vigilantes. Se veía en comunicación directa con el gobierno (g), responsable, tal vez futuro benemérito de la ciudad y del país, tal vez destinado a la prioridad C. Volvió a la sala con paso firme, marcialmente sonoro. Se aproximó a la ventana que había dejado abierta. Miró la calle hacia un lado y hacia otro, dominador, y decidió que aprovecharía el fin de semana trabajando en vigilancia continua por toda la ciudad. Sería una mala suerte muy grande la suya si no consiguiese informaciones útiles al gobierno (g), suficientemente útiles como para merecerle la prioridad C. Nunca había tenido ambiciones, pero ahora había llegado el momento de tenerlas con legítimo derecho. La prioridad C significaría, por lo menos, funciones de mucha mayor responsabilidad en el servicio de requerimientos (sr), significaría, quién sabe, el traslado a un sector más próximo al gobierno central (gc). Abrió la mano, vio su H, se imaginó una C en su lugar, saboreó la visión del injerto de piel nueva que le harían. Abandonó la ventana y conectó el receptor: la imagen mostraba la fase de laminación de las alfombras. Interesado ahora, se sentó confortablemente y vio el programa hasta el final. El mismo locutor leyó el último noticiero, repitió la nota oficiosa del gobierno (nog) y añadió, dejando dudas sobre la eventual relación mutua de las dos informaciones, que al día siguiente toda la periferia de la ciudad pasaría a ser vigilada por tres escuadrillas de helicópteros, estando ya asegurado, por el estado mayor de la fuerza aérea (emfa), el refuerzo de esa vigilancia con otros aparatos en caso de necesidad. El funcionario apagó el televisor y se fue a acostar. No volvió a llover durante la noche, pero se oyeron innumerables crujidos por todo el edificio. Algunos inquilinos, despiertos, se asustaron y telefonearon a la policía y a los bomberos. Les respondieron que el asunto se encontraba en examen; que la seguridad de las vidas estaba garantizada, no pudiendo decirse lo mismo, infelizmente, por el momento, de la seguridad de los bienes, pero que el problema marchaba hacia su solución. Y leían la nota oficiosa del gobierno (nog). El funcionario del sre durmió un sueño reposado.