– Recibimos aviso de este incidente por una llamada a emergencias del señor Gurdial Singh, a las 5.31 de la mañana. Nuestra información hasta el momento es que el señor Singh reparte el periódico en el edificio del señor Brace cada mañana a esa hora. El Globe and Mail. El señor Singh ha declarado que el señor Brace abrió la puerta en albornoz, con las manos ensangrentadas, y afirmó que había matado a su esposa. El señor Singh encontró el cuerpo de la víctima, la señora Katherine Torn, pareja de hecho del señor Brace, en la bañera. No se conoce ninguna relación entre el señor Singh y Brace o Torn, salvo que el primero les reparte el periódico. El señor Singh tiene setenta y tres años. Inmigró a Canadá hace cuatro años, posee nacionalidad canadiense, está casado, tiene tres hijas y dieciocho nietos y no constan antecedentes penales ni ficha policial alguna.
Las frases surgieron de la boca de Greene con la precisión de un actor veterano que interpretara el mismo papel por centésima vez. El detective caminaba con paso rápido y seguro; sin embargo, no había nada mecánico en él. De hecho, a pesar de la asepsia profesional que empleaba, se lo veía muy cálido. Y constante como un metrónomo, pensó Parish; un refinado metrónomo de madera.
El señor Singh nos ha informado de que en la India era maquinista de los Ferrocarriles Nacionales, dato que hemos podido confirmar en otras fuentes. Antes de llamar a emergencias, buscó signos vitales en la víctima, pero no observó ninguno. El cuerpo estaba frío al tacto. El agente Daniel Kennicott procedió a la detención del señor Brace sin incidencias, a las 5.53. El detenido ha sido informado de su derecho a permanecer en silencio y a tener consejo legal. Hasta el momento, no ha efectuado ninguna declaración ante la policía. La acusación es de asesinato en primer grado.
Greene se detuvo. Habían llegado ante una puerta blanca sin rótulos.
– ¿Alguna pregunta hasta aquí? -inquirió.
Parish deseó hacerle varias: ¿Qué me dice de otra taza de café? ¿Cómo hace para dar ese brillo a sus zapatos? ¿En qué momento exacto la señora Katherine Torn, pareja de hecho de Kevin Brace, dejó de ser «ella» para convertirse en «el cuerpo»? Sin embargo, en vez de eso, se limitó a inquirir:
– ¿Va esposado?
– Claro que no. Le pusieron las esposas en el momento de su detención y permaneció así durante el traslado. Tan pronto estuvo a buen recaudo en este edificio, le quitamos las esposas.
Parish asintió. No te compliques, se dijo.
– El apartamento se encuentra en el piso doce. No tiene balcón y está orientado al sur, con vistas al lago -dijo Greene, sin descompasar el metrónomo ni un instante-. Sólo hay una puerta. En este punto de la investigación no hay indicios de que nadie forzara la entrada y todas las ventanas que dan al exterior parecen intactas. No hay el menor rastro de que haya tenido lugar un robo. En la planta doce sólo hay dos apartamentos, el 12A y el 12B. La inquilina del 12B es una anciana de ochenta y tres años. Estoy seguro de que no tiene nada que ver con el asunto.
Parish asintió. Greene le estaba enseñando deliberadamente lo claro que estaba el caso desde el primer momento. No reacciones a esta retahíla de malas noticias y limítate a escuchar, se dijo. ¿Cuántas veces había visto aquello? La policía siempre presentaba los indicios como si fueran casos resueltos, con la intención de que el abogado pensara que no había nada que hacer. Lo importante, se recordó, no era lo que la policía decía, sino lo que se callaba.
¿Qué era lo que Greene no contaba?, pensó mientras pasaba la lengua escaldada por el paladar. ¿Qué faltaba?
– Me temo que tendremos que cerrar la habitación durante la entrevista, señora Parish -anunció Greene-. Situaré a una agente de policía ante la puerta, al otro lado del pasillo, para asegurar que su conversación es estrictamente confidencial. Si necesita algo, limítese a llamar a la puerta y la agente le ayudará. Tómese todo el tiempo que necesite, por favor. Todavía estamos organizando el traslado, de modo que el detenido seguirá aquí un buen rato. Espero que sea suficiente.
Parish asintió de nuevo. Recibir un trato tan cortés y profesional resultaba seductor. Durante sus doce años de oficio, casi siempre había tenido que pelearse por cada pizca de colaboración que las autoridades podían prestarle. Aquél era su primer caso de asesinato. Apenas llevaba una hora ocupándose de él y ya empezaba a ver por qué a los abogados defensores les gustaban los homicidios. Por supuesto, hay muchísimo en juego y el horario es brutal, pero al menos a una la trataban con respeto.
– Está bien -asintió. Brace tiene derecho a recibir asistencia legal, se recordó. Mi presencia aquí es un derecho, Greene no está haciéndome ningún favor.
¿Dónde está la trampa? Vamos, Nancy, no te dejes distraer por este detective tan amable y tan bien vestido. Piensa.
Entonces, se le encendió la luz. No sobreactúes, se dijo. Esperó a que Greene se volviera para encaminarse al ascensor.
– Sólo una pregunta, detective.
– Por supuesto, señora Parish. -Greene giró sobre sí mismo con la precisión de un patinador, aún con la sonrisa en la boca.
– El arma homicida. ¿La han encontrado?
A Greene se le apagó la sonrisa por un instante.
Todavía no, señora Parish-dijo-. Dentro de unas horas, cuando los forenses hayan terminado de estudiar el escenario del crimen, volveré para hacer mi inspección final. Abriré bien los ojos para dar con ella, se lo aseguro.
De nuevo, exhibió aquella sonrisa. Aquel detective era encantador. Greene dio media vuelta y se despidió con un gesto, de espaldas a ella.
Nancy Parish miró la puerta, respiró hondo y abrió.
En el rincón del fondo de una sala grande y vacía, de paredes blancas, se hallaba Kevin Brace, tal vez el locutor más conocido del país, que a menudo bromeaba proclamándose el rostro más conocido de la radio, El único mobiliario de la sala consistía en dos sillas de madera;
Brace estaba sentado en la más alejada de la puerta, encogido y concentrado en sí mismo, como un viejo que volviera a la posición fetal.
Parish cerró la puerta rápidamente.
– Señor Brace -dijo, extendiendo las manos al frente-, escuche y no diga una palabra.
Brace levantó la mirada. Ella avanzó hasta la silla vacía y la acercó a donde estaba él.
– Señor Brace, en esta habitación no se emplean micrófonos secretos, pero hay una cámara de vídeo que lo vigila en todo momento. -Se volvió y señaló la cámara, perfectamente visible en la pared del fondo-. Preferiría que ahora no dijese nada, por si alguien decide estudiar la cinta para leerle los labios. O…, en fin, nunca se sabe.
Brace alzó la vista lentamente a la cámara y, acto seguido, volvió a mirarla a ella.
– ¿Puede asentir o negar sólo con la cabeza?
Brace asintió como le pedía.
– ¿Necesita usted algo? ¿Agua? ¿Ir al baño?
Brace dijo que no con un gesto.
– ¿Sabe que se le acusa de asesinato en primer grado?
Él la miró fijamente. Por un instante, Nancy pensó que iba a decir algo, pero Brace se limitó a enderezar la espalda y asintió de nuevo.
– Esto resulta muy incómodo -dijo ella-. Lo veré esta noche en la cárcel; allí podremos hablar.
Brace asintió otra vez.
– La policía intentará hacerlo hablar. Yo prefiero que mis clientes no digan absolutamente nada. Así, no pueden poner palabras en su boca. ¿Está de acuerdo en esto?
Él la miró a los ojos un buen rato. Nancy recordó aquellos ojos profundos y confortables de la vez en que la había entrevistado en la radio. Unos ojos que te hacían confiar en él, que te hacían desear abrazarte a él y ser su amiga íntima.
Entonces, Bruce esbozó una sonrisa.
– Bien -dijo ella y abrió su carpeta. Buscó una hoja de papel en blanco y fue diciendo, mientras escribía: