Sólo había una cosa: a las 2.01, el vídeo del vestíbulo mostraba al conserje levantándose de su mesa, acercándose al ascensor y pulsando el botón. Después, había vuelto a su puesto y había llamado a alguien por teléfono. Kennicott comprobó el vídeo del aparcamiento y vio que el coche de Katherine Torn había entrado a la 1.59. Estaba claro que el conserje le mandaba el ascensor y después llamaba arriba para notificarle a Brace que su esposa había llegado.
Cuando terminó de ver las cintas, Kennicott dedicó una hora a inspeccionar el registro del conserje y añadió todas las anotaciones interesantes al gráfico. A lo largo de la noche, los agentes le mandaron copias de las declaraciones de testigos que habían recogido entre los inquilinos. Casi todos decían que no sabían gran cosa de brace y Torn, salvo que siempre caminaban de la mano cuando iban juntos.
Hacia medianoche, empezó a inspeccionar las cosas de Brace y de Torn. Del primero, no había gran cosa. El tipo no llevaba una agenda, ni tenía teléfono móvil, ni libreta de direcciones. Kennicott tenía una caja de papeles recogidos del escritorio de Brace y pasó una hora leyéndolos. La mitad eran notas sobre bridge.
Examinó el ordenador portátil de Torn, su agenda electrónica, su diario, el registro de llamadas de su móvil, los recibos de la Visa y todos los demás pedazos de papel, incluidas las notas pegadas en el frigorífico, el correo y el contenido de la papelera, todo lo cual había recogido y catalogado meticulosamente el agente de identificaciones, Ho.
El gráfico de Kennicott creció y fue apareciendo un retrato de la vida de la pareja. Sus jornadas seguían una notable regularidad. Todos los días empezaban a las 5.05 en punto, cuando en el vídeo se veía llegar a Market Place Tower al señor Singh. En su declaración, Singh decía que a las 5.29 había encontrado a Brace a la puerta del 12A. Brace siempre dejaba la puerta del apartamento entreabierta y siempre salía a saludar a Singh con la taza en la mano. Torn no estaba nunca levantada a aquella hora.
Brace llamaba a la emisora cada día a las 5.45 para confirmar que estaba despierto y para comentar con el productor del programa posibles noticias de última hora. A las 6.15, la cámara del vestíbulo captaba a Brace saliendo del edificio. Llegaba al estudio sobre las 6.30 y estaba en el aire a las 8.00. El programa acababa a las 10.00 y Brace pasaba una hora en reuniones, preparando el del día siguiente. Se lo veía entrando de nuevo en el vestíbulo de Market Place Tower todos los días hacia las 12.30.
Las mañanas de Torn eran igual de previsibles. El vídeo del subterráneo la mostraba montando en su coche los martes, miércoles y viernes, poco después de las 10.00, probablemente tras escuchar la primera hora del programa de Brace en esta franja horaria. Los jueves, salía a las ocho. Según su agenda, la mayoría de los días tenía clase de hípica a las 11.30 o a las 12.30 en Establos King City, que quedaba a una hora en coche. Hacia las dos, estaba de vuelta. El vídeo del vestíbulo recogía su imagen saliendo de nuevo, a pie y siempre vestida informal, a las 14.30. Los recibos de la Visa dejaban constancia de sus compras en varias boutiques de ropa y tiendas de artículos para el hogar del barrio. En el carné de la biblioteca constaba que había acudido dos veces en la última semana de su vida. Todos los días, volvía a entrar en el vestíbulo entre las cinco y las seis.
Brace debía de dormir una buena siesta porque no se le volvía a ver hasta las ocho, más o menos, cuando él y Torn cruzaban el vestíbulo cogidos de la mano. Era el primer momento del día en que aparecían juntos en el vídeo. Regresaban hacia las diez. Kennicott estudió los importes de las compras con la tarjeta y observó sus costumbres cuando comían fuera de casa: siempre lo hacían en algún restaurante local, y siempre en uno de precio moderado. Desde luego, no llevaban una vida glamurosa.
Sólo había un día, el lunes, en que esta rutina se rompía. Torn no salía en toda la mañana y, por la tarde, volvía hacia las cuatro. No era difícil imaginar por qué. La compañera de patrulla de Kennicott, Nora Bering, había hablado con la instructora de hípica. Leyó la declaración de Gwen Harden, propietaria de Establos King City:
Kate era muy buena alumna y excelente amazona, de gran equilibrio. Montaba todos los días excepto el sábado. Los domingos hacía una cabalgada campo a través que duraba todo el día y se quedaba en casa de sus padres, que viven muy cerca. Los lunes tenía clase doble. Al no aparecer esta mañana, me extrañé. Era impropio de ella no llamar si iba a faltar a una clase.
Ésta era la única tarea que Bering llevaría a cabo en aquel caso. Pronto tendría un permiso de seis meses y volvería a su casa del Yukon a visitar a su padre. «Sólo a mí se me ocurre -había bromeado con él- irme de vacaciones al Ártico en invierno.»
La única excepción a esta rutina en todo el mes que Kennicott lúe capaz de encontrar había sido el miércoles pasado, 12 de diciembre. Torn aparecía en el vídeo aquel día a las 13-15, en el vestíbulo y no en el garaje. Iba vestida con traje de noche y zapatos de lacón y llevaba en la mano un sobre de gran tamaño. Intercambió unas breves palabras con Rasheed y, a continuación, esperó cinco minutos en uno de los sillones del vestíbulo, mirando por la cristalera. De pronto, dio la impresión de que veía algo, se incorporó rápidamente y corrió a la puerta. Rasheed salió con ella como para, pensó Kennicott, ayudarla a subir a un taxi. El agente consultó el registro del conserje y leyó la anotación: «Taxi para la señora Brace, 13-20, Rasheed».
Horas antes, aquella mañana, Brace había dejado el edificio a la hora habitual. La gente de la emisora declaraba que su comportamiento había sido el de cualquier otro día. Pero aquel mediodía no había vuelto a casa.
Poco antes de las cinco, Brace y Torn entraron en el vestíbulo. Era evidente que se habían encontrado en alguna parte. Kennicott volvió a pasar la cinta y confirmó que Brace llevaba la misma ropa que por la mañana. Ni en la agenda ni en la PDA de Torn figuraba nada para esa tarde. Por la noche, la pareja no salió. Kennicott se preguntó dónde habrían estado.
Eran las cuatro de la madrugada cuando Kennicott se puso con el billetero de Katherine Torn. Hacía cuatro años y medio, había registrado la cartera de su hermano Michael y todas las demás pertenencias suyas que encontró. Recibos de tarjetas de crédito, facturas de teléfono, resguardos bancarios, el calendario electrónico, el disco duro del ordenador, los cajones del escritorio, incluso la basura. Era asombroso lo que se podía averiguar de un muerto; también lo hacía sentir a uno turbadoramente entrometido. Había encontrado un pasaje de avión a Florencia, un recibo de alquiler de coche, unas reservas de hotel y un puñado de folletos sobre un pueblo de montaña de Italia, llamado Gubbio. Allí se celebraba el concurso anual de verano de tiro con ballesta la semana siguiente. Kennicott aún no había averiguado por qué pensaba ir allí su hermane›.
Pobre Katherine Torn. Era una persona muy reservada, resultaba evidente. Y ahora yacía muerta en una mesa de la morgue y un completo desconocido con guantes quirúrgicos peinaba su vida. Kennicott había pedido a los forenses que tomaran nota de todo el contenido del billetero y que volvieran a colocar cada objeto exactamente donde estaba. No sólo era importante el contenido del billetero, sino también cómo estaban colocadas las cosas. La ubicación, el orden, el acceso.
Empezó por el monedero. Contó dos dólares y veintitrés centavos en monedas, tres fichas de metro y un resguardo de lavandería de tres camisas de hombre. El primer compartimento contenía cuarenta y cinco dólares en billetes y seis cupones distintos para cosas como cereales de desayuno, jabón de lavadora y limpiador de cocina. Había una tarjeta de cliente habitual del café Jose’s, en Front Street, con las puntas dobladas. Estaban sellados tres de los diez cuadros.