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– Ya es hora de que se le diga a la niña la verdad, Tønnes. Grete está muerta. Punto. Está metida en una urna, reducida a cenizas, y Emilie ya tiene edad para comprenderlo. Debes dejarte de tonterías. La estás malcriando con tus historias fantásticas. Mantienes viva a Grete de un modo artificial, y no tengo nada claro a quién quieres engañar, si a Emilie o a ti mismo. Grete está muerta. MUERTA, ¿lo entiendes?

La tía Beate lloraba y estaba enfadada al mismo tiempo. Era la persona más lista de todo el planeta. Lo decía todo el mundo. Era médico jefe y lo sabía todo sobre las enfermedades del corazón, absolutamente todo. Salvaba a la gente que estaba al borde de la muerte simplemente con lo mucho que sabía. Si la tía Beate decía que las historias de papá eran mentira, seguro que tenía razón. Unos días más tarde, papá sacó a Emilie al jardín para mirar las estrellas. Señalando al cielo, le contó que se habían abierto cuatro nuevos claros en el firmamento porque mamá tenía muchas ganas de verla mejor. Como Emilie no respondió, él se puso triste. Ella se lo notó en los ojos cuando sacó un libro y le leyó un poco en la cama. La niña se había negado a escuchar el resto de la historia del viaje de mamá al Japón del Cielo, el cuento que duraba ya tres noches y que, en realidad, era bastante divertido. Papá vivía de traducir libros y seguramente le gustaban demasiado los cuentos.

– Me llamo Kim -dijo el niño y se metió el pulgar en la boca.

– Yo me llamo Emilie -contestó Emilie.

Cuando se durmieron no tenían idea de que fuera amanecía.

Un piso y medio más arriba, al nivel del suelo, en una casa a las afueras de un bosquecillo, un hombre estaba sentado mirando fijamente por la ventana. Sentía una lucidez extraña, casi embriagadora, como si se hallase ante un reto que sabía que iba a superar. No lograba conciliar el sueño. Durante la noche alguna vez se le habían empezado a cerrar los ojos, pero inmediatamente lo asaltaba un pensamiento que lo despabilaba del todo.

La ventaba daba al oeste. El hombre contemplaba la lenta retirada de la oscuridad hacia el horizonte mientras la luz del alba iniciaba el aseo matutino de los cerros del otro lado del valle. Se levantó y dejó el libro sobre la mesa.

Nadie más lo sabía. Dentro de menos de dos días uno de los niños del sótano estaría muerto. Aunque esta certeza no le producía la menor alegría, pero su estado de determinación alterada lo impulsó a echar azúcar y un chorro de leche en el café amargo de la noche anterior.

7

– Bienvenida al estudio, Inger Johanne Vik. Usted es jurista y psicóloga y ha escrito una tesis doctoral sobre por qué la gente comete delitos sexuales. Después de lo que ahora ha…

Inger Johanne cerró los párpados por un momento. A pesar de la intensidad de la luz, hacía tanto frío en aquella enorme sala que ella notaba que se le encogía la piel del antebrazo.

Habría debido rechazar la invitación, decir que no. Sin embargo, dijo:

– Permítame en primer lugar precisar que yo no he escrito ninguna tesis sobre por qué alguien se convierte en un delincuente sexual. Eso, a mi juicio, es algo que nadie puede saber con certeza. Lo que yo he hecho es comparar una muestra arbitraría de delincuentes sexuales sentenciados con una muestra igual de condenados por delitos económicos para investigar las semejanzas y las diferencias en su entorno, su infancia y su temprana juventud. Mi tesis se titula «Sexuality motivated crime, a comp…».

– Está entrando en detalles que pueden confundir a la audiencia, Vik. En definitiva, es autora de un importante trabajo sobre delincuentes sexuales. En menos de una semana, dos niños han sido arrancados brutalmente de los brazos de sus padres. ¿Alberga usted alguna duda sobre la naturaleza sexual de estos delitos?

– ¿Alguna duda…?

Inger Johanne no se atrevía a agarrar el vaso de plástico con agua. Para evitar que los dedos le temblaran descontroladamente tuvo que sujetarse las manos. Quería contestar, pero le fallaba la voz. Tragó saliva.

– No es que lo dude, sino que no entiendo sobre qué base se puede sostener algo así.

El entrevistador levantó la mano y frunció el entrecejo, como si ella hubiera violado algún tipo de acuerdo.

– Obviamente, no hay que descartar esa posibilidad -rectificó ella-. Todo es posible. Los niños pueden haber sido víctimas de una agresión sexual, pero también de algo completamente distinto. No estoy en la policía y sólo conozco los casos a través de los medios de comunicación. Sin embargo, yo diría que la investigación ni siquiera ha dejado claro si los dos… secuestros, por así llamarlos… guardan alguna relación entre sí. Cuando acepté venir aquí fue porque creí entender que… -Tragó saliva de nuevo. La garganta se le cerraba. La mano derecha le temblaba de tal manera que tuvo que esconderla bajo el muslo. Habría debido rechazar la invitación.

– En cambio usted -dijo el presentador del programa con chulería, clavando los ojos en una señora de traje negro y una larga cabellera plateada-, Solveig Grimsrud, presidenta de la recién fundada organización Proteger a Nuestros Hijos, usted es claramente de la opinión de que nos enfrentamos a un pederasta.

– Por lo que sabemos de casos parecidos que se han dado en el extranjero, resulta increíblemente ingenuo creer otra cosa. Cuesta imaginarse algún otro motivo por el que alguien secuestraría a unos niños que no tienen nada que ver entre sí, al menos según los periódicos. Conocemos casos de Estados Unidos y de Suiza, por no hablar de los terribles sucesos de Bélgica de hace unos pocos años… Conocemos estos casos, y conocemos los resultados. -Grimsrud se dio una palmadita en el pecho, y el micrófono que llevaba prendido a la solapa de la chaqueta emitió un desagradable pitido. Inger Johanne vio que un técnico situado detrás de las cámaras se echaba las manos a la cabeza.

– ¿Qué quiere decir con… los resultados?

– Quiero decir lo que digo. Los secuestros de niños se deben siempre a una de estas tres cosas. -Un largo mechón le cayó a Solveig sobre los ojos, y ella se lo colocó detrás de la oreja antes de comenzar su enumeración, que recalcaba con los dedos de una mano-. En primer lugar, está la simple y llana extorsión, cosa que podemos descartar en estos casos porque las familias de los niños tienen una economía normal y no podrían pagar grandes sumas a los secuestradores. Luego tenemos a un gran número de niños que son secuestrados por la madre o el padre, con más frecuencia por este último, tras la ruptura de la vida en común. Esto también queda descartado en estos casos; la madre de la chica está muerta, y los padres del niño siguen casados. Esto nos deja con la última posibilidad: que los niños hayan sido secuestrados por uno o más pederastas.

El presentador del programa vaciló.

Inger Johanne sintió como en sueños la tripa desnuda de un niño contra la espalda, el cosquilleo de dedos dormidos sobre la nuca.

Un hombre de unos sesenta años, con gafas de piloto y la vista baja, tomó aliento y se puso a hablar apresuradamente.

– A mi juicio, la teoría de Grimsrud no es más que una entre muchas. Creo que deberíamos…

– Fredrik Skolten -lo interrumpió el presentador-. Es detective privado y ha trabajado durante veinte años en la policía. Queremos informar a los telespectadores de que hemos invitado a la Kripos a enviar a algún representante a este programa, pero han declinado la oferta. Señor Skolten, con la larga experiencia que tiene usted en la policía, ¿qué teorías cree que se barajan ahora?

– Como estaba a punto de decir… -El hombre clavó los ojos en un punto de la superficie de la mesa mientras se frotaba la palma de la mano izquierda con el dedo índice derecho-. Por ahora, es probable que muchas líneas de investigación continúen abiertas. Pero hay mucho de cierto en lo que dice Grimsrud. Los secuestros de niños suelen encajar en tres categorías, las tres que ella… Y las dos primeras parecen bastante…