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El corazón le saltó en el pecho como un bebé dando pataditas debajo de una manta al echar la única mirada furtiva al pasar a su lado. Ella tenía la cabeza baja y estaba leyendo un libro. Era viejo y se notaba gastado por las muchas lecturas. Había numerosos Post-it asomando en las páginas. Pero reconoció el diseño de la cubierta y el título. El Poeta. ¡Estaba leyendo su historia!

Se apresuró a alejarse antes de que ella pudiera sentir que tenía un observador y levantara la mirada. Pasó de largo junto a dos puertas de embarque más y se metió en el cuarto de baño. Entró en una cabina y la cerró cuidadosamente. Colgó la bolsa en el pomo y se puso rápidamente manos a la obra. Se quitó el sombrero de vaquero y el chaleco. Se sentó en el lavabo y también se quitó las botas.

En cinco minutos, Backus se trasformó de vaquero de Dakota en jugador de Las Vegas. Se puso la ropa de seda. Se puso el oro. Se puso el anillo y las gafas de sol. Se enganchó el teléfono móvil cromado chillón en el cinturón, aunque no iba a llamar a nadie y nadie iba a llamarlo a él. De la bolsa con ruedas sacó otra bolsa, mucho más pequeña, que llevaba estampado el conocido logo del león del hotel y casino MGM.

Backus metió los componentes de su primera piel en la bolsa del MGM, se colgó ésta del hombro y salió de la cabina.

Se acercó al lavabo y se lavó las manos. Se admiró a sí mismo por la cuidadosa preparación. Eran la planificación y la atención a los pequeños detalles como aquél lo que lo hacían quien era, lo que lo hacían tener éxito en su oficio.

Durante un momento pensó en lo que lo esperaba. Iba a llevarse de viaje a Rachel Walling. Al final de ese viaje, ella conocería las profundidades de la oscuridad. Su oscuridad. Pagaría por lo que le había hecho.

Sintió que tenía una erección. Se alejó del lavabo y volvió a una de las cabinas. Trató de pensar en otra cosa. Escuchó a los compañeros viajeros que entraban y salían del cuarto de baño, aliviándose, lavándose. Un hombre habló desde un teléfono móvil mientras defecaba en la cabina contigua. El lugar en conjunto parecía horrible, pero no importaba. Olía como el túnel donde él había renacido en sangre y oscuridad tanto tiempo atrás. ¡Si supieran quién estaba en su presencia allí!

Momentáneamente tuvo una visión de un cielo oscuro y sin estrellas. Estaba cayendo de espaldas, agitando los brazos igual que un polluelo empujado desde lo alto del nido agita inútilmente las alas.

Pero había sobrevivido y había aprendido a volar.

Empezó a reír y utilizó el pie para accionar la cisterna y cubrir su sonido.

– Que os den por culo a todos -susurró.

Esperó a que su erección se aplacara, considerando su causa y sonriendo. Conocía muy bien su propio perfil. Al final siempre se trataba de lo mismo. Sólo había un nanómetro de diferencia entre el poder, el sexo y la satisfacción cuando se trataba de los estrechos espacios sinápticos de los pliegues grises del cerebro. En esos espacios todo se reducía a lo mismo.

Cuando estuvo listo accionó de nuevo la cisterna, con cuidado de hacerlo con el zapato, y salió de la cabina. Se lavó otra vez las manos y comprobó su aspecto en el espejo. Sonrió. Era un hombre nuevo. Rachel no lo reconocería. Nadie lo haría. Se sentía seguro. Abrió la cremallera de la bolsa del MGM y verificó que llevaba su cámara digital. Decidió que correría el riesgo y le haría algunas fotos a Rachel. Sólo unos recuerdos, unas pequeñas instantáneas secretas que podría admirar y disfrutar después de que todo hubiera concluido.

8

La caja de pesca. La mención de Buddy me recordó el informe del sheriff que había en el cajón de la mesa.

– Quería preguntarle por eso. ¿Dice que este tipo se llevó el GPS?

– Cabrón impostor, estoy seguro de que fue él. Salió con nosotros y la siguiente noticia que tuvimos fue que mi GPS había desaparecido y que él había puesto un negocio de excursiones de pesca en el istmo. Sumo dos y dos y me da gilipollas. He estado pensando en ir allí y hacerle una pequeña visita.

Me costaba seguir el hilo argumental de su relato. Le pedí que me lo explicara con claridad, como si no distinguiera una salida de pesca de una sopa de pescado.

– La cuestión -dijo- es que esa cajita negra contenía nuestros mejores sitios. Nuestros bancos de peces, tío. No sólo eso, tenía los puntos marcados por el tipo que lo perdió. Se lo gané en una partida de póquer a otro guía de pesca. El valor no está en la caja, sino en lo que contenía. El tipo se estaba jugando los doce mejores sitios y yo se los gané con un puto full.

– Muy bien -dije-. Ahora lo entiendo. Su valor estaba en las coordenadas de los lugares de pesca registrados en él, no en el dispositivo en sí.

– Exactamente. Esos chismes cuestan un par de cientos de pavos. Pero los lugares de pesca requieren años de trabajo, habilidad y experiencia.

Señalé la foto de la pantalla del ordenador.

– Y este tipo se lo llevó y después puso su propio negocio de cruceros de pesca jugando con ventaja, usando su experiencia además de la del guía al que usted le ganó el GPS.

– Mucha ventaja. Como le digo voy a ir a hacerle una visita uno de estos días.

– ¿Dónde está el istmo?

– En el otro lado, donde la isla se pellizca como la figura de un ocho.

– ¿Le dijo al departamento del sheriff que creía que se lo había robado él?

– Al principio no, porque no lo sabíamos. El chisme desapareció y pensamos que quizás algunos chicos habían subido al barco por la noche y habían cogido lo primero que habían visto. Por lo que he oído, la isla es un puto aburrimiento para los chavales. Sólo pregúntele a Graciela por Raymond; el chico se está volviendo loco. Bueno, el caso es que hicimos la denuncia y ya está. Después, al cabo de un par de semanas, vi ese anuncio del Fish Tales que decía que había una nueva empresa de salidas de pesca en el istmo y vi la foto de aquel tipo y dije: «Eh, yo conozco a ese tío.» Y sumé dos y dos. El me robó el GPS.

– ¿Llamó al sheriff entonces?

– Sí, llamé y les dije que era ese tipo. No se entusiasmaron mucho. Volví a llamar la semana siguiente y dijeron que habían hablado con el tipo… ¡por teléfono! Ni siquiera se molestaron en ir a verlo cara a cara. Él lo negó, claro, y eso fue todo por lo que a ellos respecta.

– ¿Cómo se llama el tipo?

– Robert Finder. Su empresa se llama Isthmus Charters. En el anuncio se hace llamar Robert Fish Finder. Su puta madre.

Miré la foto de la pantalla y me pregunté si tenía algún significado para mi investigación. ¿Podía ser que el GPS desaparecido estuviera relacionado con la muerte de Terry McCaleb? No parecía probable. La idea de que alguien hubiera robado los lugares de pesca de un competidor era comprensible. Pero enredar eso en una complicada trama para matar también al competidor parecía más allá de los límites de lo creíble. Requeriría un plan endiablado por parte de Finder, eso para empezar. Requeriría un plan endiablado por parte de quien fuera.

Lockridge pareció leer mis pensamientos.

– Eh, ¿cree que este cabrón pudo tener algo que ver con la muerte de Terror?

Levanté la cabeza y me quedé mirando a Buddy Lockridge, dándome cuenta de que la idea de que éste estuviera involucrado en la muerte de McCaleb como un medio de obtener el control de la sociedad de las excursiones de pesca y del Following Sea era una teoría más creíble.

– No lo sé -dije-, pero probablemente lo comprobaré.

– Dígamelo si quiere que le acompañe alguien.

– Claro. Pero escuche, me he fijado en que en el informe del sheriff el GPS es el único objeto robado. ¿Eso se mantiene? ¿No echaron nada más en falta después?