– Eso fue todo. Por eso Terry y yo pensamos al principio que era muy extraño. Hasta que imaginamos que había sido Finder.
– ¿Terry también pensaba que había sido él?
– Estaba empezando a pensarlo. O sea, vamos, ¿quién si no?
Era una pregunta que merecía respuesta, pero no pensaba que necesitara centrarme en ella en ese momento. Señalé la pantalla del portátil y le pedí a Lockridge que siguiera retrocediendo en las fotos. Lo hizo y continuó la procesión de pescadores felices.
Llegamos a otra curiosidad en la serie de fotografías. Lockridge retrocedió hasta un conjunto de seis instantáneas que mostraban a un hombre cuyo rostro al principio no se veía con claridad. En las tres imágenes iniciales posaba sosteniendo un pez de colores brillantes ante la cámara. Pero en cada una de ellas sostenía su captura demasiado alta, oscureciendo la mayor parte de la cara. En todas las imágenes sus gafas de sol oscuras asomaban por encima del caballón de la aleta dorsal del pez. El pez parecía el mismo en las tres instantáneas, lo cual me llevó a pensar que el fotógrafo trató repetidamente de obtener una imagen en la que se viera el rostro del pescador. Pero sin éxito.
– ¿Quién hizo éstas?
– Terror. Yo no fui en esa salida.
Algo en el hombre, o tal vez la forma en que había evitado la cámara en la foto del trofeo, había hecho que McCaleb sospechara. Eso parecía obvio. Las tres fotos siguientes eran imágenes del hombre tomadas sin su conocimiento. Las dos primeras fueron sacadas desde el interior del salón, cuando el pescador se inclinaba contra la borda de estribor. Como el vidrio del salón tenía una película reflectora, el hombre no habría tenido forma de ver a McCaleb ni de saber que le había hecho esas fotos.
En la primera de esas dos fotos estaba de perfil. La siguiente era una directa al rostro. Encuadre aparte, McCaleb había sacado fotos de ficha policial, otra confirmación de sus sospechas. Incluso en esas imágenes el hombre aparecía oscurecido. Tenía una espesa barba marrón grisácea y llevaba gafas de sol oscuras con lentes grandes y una gorra azul de los Dodgers de Los Ángeles. Por lo poco que podía verse, el hombre parecía llevar el pelo corto, y éste coincidía con la coloración de la barba. Llevaba un aro dorado en el lóbulo derecho.
En la foto de perfil, tenía los ojos arrugados y los párpados caídos, ocultos de manera natural incluso con las gafas oscuras. Llevaba vaqueros y una camiseta blanca debajo de un chaleco Levi's.
La sexta foto, la última de la serie, estaba tomada después de que terminara la excursión. Era una foto desde larga distancia del hombre caminando por el muelle de Avalon, aparentemente después de dejar el Following Sea. Tenía el rostro ligeramente vuelto hacia la cámara, aunque aun así era poco más que un perfil. No obstante, me pregunté si el hombre había continuado girando el cuello después de la foto y si quizás entonces había visto a McCaleb con la cámara.
– ¿Y este tipo? -pregunté-. Hábleme de él.
– No puedo -respondió Lockridge-. Ya se lo he dicho, yo no estaba allí. Ese fue uno que Terry recogió al vuelo. Sin reserva. El tipo simplemente apareció en el taxi acuático mientras Terry estaba en el barco y le preguntó si podía hacer una excursión. Pagó medio día, la salida mínima. Quería salir de inmediato y yo estaba en el continente. Terry no pudo esperarme, así que lo tomó sin mí. Ir solo es un incordio. Pero consiguieron un buen pez sierra. No estuvo mal.
– ¿Después habló del tipo?
– No, la verdad es que no. Sólo dijo que no aprovechó el medio día. Quiso recoger después de sólo un par de horas. Y eso hicieron.
– Terry estaba alerta. Le hizo seis fotos, tres mientras el tipo no estaba mirando. ¿Está seguro de que no dijo nada al respecto?
– Como he dicho, a mí, no. Pero Terry se guardaba muchas cosas para él.
– ¿Conoce el nombre de este tipo?
– No, pero estoy seguro de que Terry puso algo en el libro. ¿Quiere que vaya a buscarlo?
– Sí. Y también quiero saber la fecha exacta y cómo lo pagó. Pero, primero, ¿puede imprimir estas fotos?
– ¿Las seis? Tardará un rato.
– Sí, las seis, y una de Finder, ya que estamos. Tengo tiempo.
– Supongo que no las querrá también enmarcadas.
– No, Buddy, eso no hace falta. Sólo las fotos.
Retrocedí mientras Buddy se sentaba en el taburete acolchado, enfrente del ordenador. Encendió una impresora, cargó papel de calidad fotográfica, y expertamente procedió con las órdenes para imprimir las siete fotos. Una vez más me fijé en su soltura con el equipo. Tenía la sensación de que no había nada en el portátil con lo que no estuviera familiarizado. Y probablemente tampoco en las cajas de archivos de la litera que teníamos encima de nuestras cabezas.
– Listo -dijo al levantarse-. Tarda un minuto con cada una. Y salen un poco pegajosas. Es mejor extenderlas hasta que se sequen del todo. Subiré y veré qué pone el libro de registro de nuestro hombre misterioso.
Después de que el socio de McCaleb se hubo marchado, me senté en el taburete. Había observado a Lockridge con el archivo de fotos y aprendía deprisa. Volví al listado principal e hice doble clic en la carpeta de fotos llamada «Recibido». Se abrió un marco que contenía un mosaico con treinta y seis fotos en miniatura. Hice clic en la primera y la foto se amplió. Mostraba a Graciela empujando un carrito con una niña pequeña dormida en éclass="underline" Cielo Azul. La hija de Terry. El entorno parecía un centro comercial. La foto era similar a las que Terry había sacado al hombre misterioso en cuanto parecía que Graciela no sabía que estaba siendo fotografiada.
Me volví y miré atrás a través del umbral hacia los escalones del salón. No había signo de Lockridge. Me levanté, me desplacé silenciosamente al pasillo y me deslicé al cuarto de baño. Me apoyé contra la pared y esperé. Enseguida, Lockridge apareció en el pasillo llevando el libro de registro. Estaba avanzando muy despacio para no hacer ruido. Lo dejé pasar y salí al pasillo detrás de él. Lo observé mientras él entraba en el camarote de proa, dispuesto a sobresaltarme otra vez con su repentina aparición.
Pero fue Lockridge quien se sobresaltó al no verme en la sala. Cuando se volvió, yo estaba justo detrás de él.
– Le gusta aparecer de repente, ¿no, Buddy?
– Oh, no, en realidad… Yo sólo…
– No lo haga conmigo, ¿vale? ¿Qué pone en el libro?
Su rostro adoptó una tonalidad rosada bajo el bronceado permanente de pescador. Pero le había proporcionado una vía de escape y enseguida la tomó.
– Terry anotó su nombre en el libro, pero nada más. Dice: «Jordán Shandy, medio día.» Nada más.
Abrió el libro y lo giró para mostrarme la anotación.
– ¿ Y la forma de pago? ¿ Cuánto es medio día?
– Trescientos por medio día, quinientos, uno entero. He comprobado el registro de la tarjeta de crédito y no había nada. También los depósitos de cheques. Nada. Eso significa que pagó en efectivo.
– ¿Cuándo fue eso? Supongo que está ordenado por fecha.
– Sí. Salieron el trece de febrero, eh, era viernes trece. ¿Cree que fue a propósito?
– ¿Quién sabe? ¿Fue antes o después del crucero con Finder?
Lockridge dejó el libro de registro en la mesa para que los dos pudiéramos verlo. Pasó el dedo por la lista de clientes y lo detuvo en Finder.
– El vino una semana después. Salió el diecinueve de febrero.
– ¿Y cuál es la fecha de la denuncia al sheriff del robo en el barco?
– Mierda, he de volver a subir.
Se fue y yo oí que subía los escalones. Cogí la primera foto de la impresora y la puse en el escritorio. Era la imagen de Jordán Shandy ocultando el rostro con gafas de sol con el pez sierra. Lo miré hasta que Lockridge entró en la sala. Esta vez no trató de hacerlo a hurtadillas.
– Hicimos la denuncia el veintidós de febrero.