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– Sí, llévame. Quiero empezar por allí.

– ¿Empezar qué?

– No lo sé. Lo que sea que él quiera que empiece.

La respuesta pareció dar que pensar a Dei. No respondió. Entraron en el garaje y encontró su coche, un Crown Victoria federal, tan sucio que daba la sensación de que estaba camuflado para el desierto.

Ya en marcha, Dei sacó un teléfono móvil e hizo una llamada. Rachel oyó que le decía a alguien -probablemente a su jefe o compañero, o bien el supervisor de la escena del crimen- que había recogido el paquete y que iba a llevarlo a la escena. Hubo una larga pausa mientras la persona a la que ella había llamado respondía en extenso. Después ella se despidió y colgó.

– Puedes ir a la escena, Rachel, pero tienes que distanciarte un poco. Estás aquí como observadora, ¿entendido?

– ¿De qué estás hablando? Soy agente del FBI, igual que tú.

– Pero ya no estás en Comportamiento. Este no es tu caso.

– Estás diciendo que estoy aquí porque Backus me quiere aquí, no vosotros.

– Rachel, será mejor que empecemos mejor que en Ams…

– ¿Ha aparecido algo nuevo hoy?

– Ahora vamos por diez cadáveres. Creen que va a quedarse así. Al menos en este sitio.

– ¿ Identificaciones?

– Están en ello. Lo que tienen es tentativo, pero ya lo están poniendo en orden.

– ¿Brass Doran está en la escena?

– No, está en Quantico. Ella traba…

– Debería estar aquí. ¿No sabéis lo que tenéis aquí? Ella…

– Uf, Rachel, frena, ¿vale? Vamos a dejar las cosas claras. Yo soy la agente en este caso, ¿de acuerdo? Tú no estás llevando esta investigación. No va a funcionar si tú te confundes.

– Pero Backus me está hablando a mí. Él me ha llamado.

– Y por eso estás aquí. Pero tú no manejas el cotarro, Rachel. Tienes que quedarte a un lado y observar. Y he de decirte que no me gusta cómo está empezando esto. Esto no es Paseando a Miss Rachel. Tú fuiste mi mentora, pero eso fue hace diez años. Ahora llevo en Comportamiento más tiempo del que estuviste tú y he investigado más casos de los que tú llevaste nunca. Así que no me seas condescendiente y no actúes como mi mentor o mi madre.

Rachel primero no respondió, y después simplemente le pidió a Dei que parara para poder sacar la chaqueta de la bolsa, que estaba en el maletero. Dei se detuvo en el Travel America de Blue Diamond Road y abrió el maletero.

Cuando Rachel volvió a entrar en el coche llevaba una chaqueta suelta de entretiempo que parecía diseñada para un hombre. Dei no comentó nada al respecto.

– Gracias -dijo Rachel-. Y tienes razón. Lo siento. Supongo que uno se pone como yo cuando resulta que tu jefe, tu mentor, es el mismo diablo al que has estado persiguiendo toda la vida. Y te castigan a ti por eso.

– Lo entiendo, Rachel. Pero no fue sólo Backus. Fueron muchas cosas. El periodista, algunas de las decisiones que tomaste… Hay quien dice que tuviste suerte de que no te despidieran.

A Rachel se le subieron los colores. Le estaban recordando que ella fue uno de los motivos de sonrojo del FBI. Incluso entre sus filas. Incluso con la agente de quien ella había sido mentora. Se había acostado con un periodista que trabajaba en su caso. Ésa era la versión resumida. No importaba que fuera un periodista que de hecho formaba parte de la investigación, que estaba trabajando con Rachel hombro con hombro y hora tras hora. La versión resumida siempre sería la que los agentes oían y la que susurraban. Un periodista. ¿Podía haber una infracción más grave en el comportamiento de un agente? Quizás acostarse con un mafioso o un espía, pero nada más.

– Cinco años en Dakota del Norte seguidos de un ascenso a Dakota del Sur -dijo Rachel débilmente-. Sí, tuve suerte, claro.

– Mira, sé que pagaste el precio. A lo que me refiero es a que tienes que saber cuál es tu sitio aquí. Actúa con un poco de delicadeza. Hay un montón de gente observando este caso. Si lo haces bien puede ser tu billete de vuelta.

– Entendido.

– Bien.

Rachel buscó a tientas en el lateral del asiento y lo ajustó para poder reclinarse.

– ¿Cuánto rato has dicho? -preguntó.

– Unas dos horas. Estamos usando sobre todo helicópteros de Nellis, ahorra mucho tiempo.

– ¿No ha llamado la atención?

Rachel estaba preguntando si todavía no se habían filtrado noticias de la investigación a los medios de comunicación.

– Hemos tenido que apagar unos pocos incendios, pero por el momento se sostiene. La escena está en California y estamos trabajando desde Nevada. Creo que eso de algún modo mantiene la tapa puesta. Para serte sincera, ahora hay algunas personas preocupadas por ti.

Rachel pensó en Jack McEvoy, el periodista, por un instante.

– Nadie ha de preocuparse -dijo-. Ni siquiera sé dónde está.

– Bueno, si este asunto finalmente salta a la luz, puedes contar con verle. Escribió un best seller la primera vez. Te garantizo que volverá para la segunda parte.

Rachel pensó en el libro que había estado leyendo en el avión y que en ese momento se encontraba en su bolsa de viaje. No estaba segura de si era el tema o el autor lo que la había llevado a leerlo tantas veces.

– Probablemente.

Rachel zanjó la cuestión. Se echó la chaqueta sobre los hombros y cruzó los brazos. Estaba cansada, pues no había dormido desde que había recibido la llamada de Dei.

Reclinó la cabeza en la ventanilla y enseguida se durmió. Su sueño de oscuridad retornó. Sin embargo, esta vez ella no estaba sola. No podía ver a nadie porque todo era negro, pero sentía otra presencia. Alguien cercano, aunque no necesariamente alguien que iba con ella. Se movió y se volvió en la oscuridad, tratando de ver quién era. Estiró los brazos, pero sus manos no tocaron nada.

Oyó una especie de gemido y se dio cuenta de que era su propia voz desde lo más profundo de su garganta. Entonces la sujetaron. Algo la atrapó y la sacudió con fuerza.

Rachel abrió los ojos. Vio la interestatal que pasaba con velocidad a través del parabrisas. Cherie Dei soltó su chaqueta.

– ¿Estás bien? Esta es la salida.

Rachel levantó la mirada a un cartel verde que acababan de pasar.

ZZYZX ROAD

1 MILLA

Se enderezó en el asiento. Consultó su reloj y se dio cuenta de que había dormido más de noventa minutos. Tenía el cuello rígido y dolorido en el lado derecho de apoyarse tanto tiempo en la ventanilla. Empezó a masajearse con los dedos, hundiéndolos profundamente en el músculo.

– ¿Estás bien? -preguntó otra vez Dei-. Parecía que estabas teniendo una pesadilla.

– Estoy bien. ¿Qué he dicho?

– Nada. Una especie de gemido. Creo que estabas huyendo de algo o que algo te sujetaba.

Dei puso el intermitente y se metió en el carril de salida. Zzyzx Road parecía estar en medio de ninguna parte. Allí no había nada, ni siquiera una gasolinera o una estructura abandonada. No había razón visible para la salida o la carretera.

– Es por aquí.

Dei giró a la izquierda y cruzó por encima de la interestatal. Tras el paso elevado, la ruta se degradaba en una senda sin pavimentar que serpenteaba cuesta abajo hacia el sur, hasta la cuenca plana del Mojave. El paisaje era agreste. La sosa blanca en la superficie de la llanura parecía nieve en la distancia. Había árboles de Josué que estiraban sus dedos huesudos hacia el cielo y plantas más pequeñas apretujadas entre las rocas. Era una naturaleza muerta. A Rachel no se le ocurría qué tipo de animal podría subsistir en un lugar tan inhóspito.

Pasaron un cartel que informaba de que se dirigían a Soda Springs. Enseguida la carretera se curvó y Rachel divisó de repente las tiendas blancas y las caravanas y furgonetas y otros vehículos. A la izquierda del campamento, vio un helicóptero militar con las hélices detenidas. Más allá del campamento había un complejo de pequeños edificios en la base de las colinas. Parecía un motel de carretera, pero no había carteles ni tampoco carretera.