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– Joder, no deje que se agoten del todo. Se las cargará.

– Entonces, ¿qué hago?

– Ha de arrancar los Volvo, y después encender el generador. La cuestión es que es casi medianoche. A esos tíos que duermen en sus barcos allí al lado no les va a hacer ninguna gracia oírlo.

– Vale, olvídelo. Pero por la mañana debería hacerlo, así que ¿qué hago, hace falta llave?

– Sí, como un coche. Vaya al timón del salón, meta las llaves y gírelas a la posición de encendido. Encima de cada llave está el interruptor de contacto. Levántelos y debería ponerse en marcha, a no ser que haya gastado toda la potencia y no quede carga.

– Vale, lo haré. ¿Hay alguna linterna aquí?

– Sí, hay una en la cocina, otra encima de la mesa de navegación y una en el camarote principal, en el cajón empotrado de la izquierda de la cama. También hay una linterna en el armario de abajo de la cocina. Pero mejor que no la use en el camarote de proa. El olor a queroseno se acumula y podría dejarle tieso. Entonces habría otro misterio que resolver.

Dijo la última frase con una nota de desdén en la voz. No le hice caso.

– Gracias, Buddy. Ya hablaremos.

– Sí, buenas noches.

Colgué y fui a buscar las linternas. Volví a la litera de proa con una pequeña que cogí del camarote principal y una lámpara de la cocina. Puse la lámpara en el escritorio y la encendí, después apagué las luces de las literas. El brillo de la lámpara iluminaba el techo de la pequeña sala y se extendía. No estaba mal. Entre eso y la linterna de mano todavía podría trabajar un rato.

Me quedaba menos de la mitad de los expedientes de una caja y quería terminar antes de pensar en dónde iba a dormir. Eran todo carpetas pequeñas, las adiciones más recientes a la colección de McCaleb, y podía asegurar que la mayoría de ellas contenían poco más que un artículo de diario y quizás unas cuantas notas en la solapa.

Metí la mano y saqué una al azar. Debería haber estado en Las Vegas echando los dados porque la carpeta que había elegido resultó ser un ganador con las apuestas en contra. Era el archivo que centró mi investigación, el que me puso en camino.

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La etiqueta de la carpeta decía simplemente: «6 desaparecidos.» Contenía un único recorte del Los Angeles Times y varias notas, nombres y números de teléfono manuscritos en la parte interior, como era costumbre en McCaleb. Sentí que la carpeta era importante antes incluso de leer la historia o de comprender el significado de algunas de las notas. Lo que desencadenó esta respuesta fue la fecha en la solapa. McCaleb había anotado sus ideas en la carpeta en cuatro ocasiones distintas, empezando el 7 de enero y terminando el 28 de febrero del presente año. Un mes más tarde, el 31 de marzo, estaría muerto. Aquellas notas y aquellas fechas eran las más recientes que había encontrado en ninguna de las carpetas que había revisado. Sabía que estaba contemplando la que probablemente había sido la última investigación de Terry. Su último caso, su última obsesión. Todavía quedaban carpetas por mirar, pero con ésta tuve una corazonada y empecé con ella.

El artículo lo había escrito una periodista que conocía. Keisha Russell llevaba al menos diez años trabajando en la sección de sucesos policiales del Times, y era buena. También era precisa y justa. Había estado a la altura de todos los tratos que había hecho con ella a lo largo de los años que estuve en el departamento, y se había arriesgado para hacerme un favor el año anterior, cuando yo ya no estaba en el departamento y las cosas se torcieron en mi primer caso privado.

En resumen, me sentía cómodo tomando todo lo que ella escribía como un hecho. Empecé a leer.

EN BUSCA DEL ESLABÓN PERDIDO

¿Están relacionadas las desapariciones en Nevada

de dos hombres de Los Ángeles con otras cuatro?

por Keisha Russell, de la redacción del Times

Las misteriosas desapariciones de al menos seis hombres -entre ellos dos ciudadanos de Los Ángeles- de centros de juego de Nevada ha llevado a los investigadores a buscar un eslabón perdido entre ellos.

Los detectives de la policía metropolitana de Las Vegas afirmaron el martes que pese a que los hombres no se conocían entre sí, procedían de lugares diversos y tenían historias dispares, no se descarta la existencia de un punto en común entre ellos que podría ser la clave del misterio.

Las desapariciones de los hombres, cuyas edades oscilaban entre los 29 y los 61 años, fueron denunciadas por sus familiares en el transcurso de los últimos tres años. Cuatro de ellos fueron vistos por última vez en Las Vegas, donde la policía dirige la investigación, y dos desaparecieron en viajes entre Laughlin y Primm. Ninguno de los hombres dejó indicación alguna en sus habitaciones de hotel, vehículos u hogares acerca de adónde iba ni pista alguna para saber qué fue de él.

«En este punto es un misterio -dijo el detective Todd Ritz, de la unidad de personas desaparecidas de la policía de Las Vegas-. La gente desaparece de aquí y de todas partes en cualquier momento, pero por lo general aparece después, viva o muerta. Y suele haber una explicación. Con estos tipos no hay nada. Es como si se los hubiera tragado la tierra.»

No obstante, Ritz y otros detectives están seguros de que existe una explicación y apelan a la colaboración ciudadana para encontrarla. La semana pasada, los detectives de Las Vegas, Laughlin y Primm, se reunieron en las dependencias de la policía metropolitana para comparar notas y establecer una estrategia de investigación. También hicieron público el caso, con la esperanza de que las fotografías de los hombres y sus historias originaran información nueva de la ciudadanía. El martes, una semana después, Ritz señaló que apenas habían recibido información útil.

«Tiene que haber alguien que sepa algo o que viera u oyera algo -declaró Ritz en una entrevista telefónica-. Seis tipos no desaparecen sin que nadie sepa nada. Necesitamos que alguien dé un paso adelante.»

Como explicó Ritz, los casos de personas desaparecidas son numerosos. El hecho de que estos seis hombres fueran a Nevada por negocios o placer y que nunca regresaran a sus domicilios hace que el caso sea diferente.

La publicidad llega en un momento en que Las Vegas está redefiniendo una vez más su imagen. Ya ha pasado la estrategia de marketing que vendía la ciudad de neón como un destino familiar. El pecado ha vuelto. En los últimos tres años numerosos clubes donde actúan bailarinas desnudas o semidesnudas han recibido licencia, y muchos de los casinos del legendario Strip han producido espectáculos exclusivamente para adultos. Se han erigido vallas publicitarias con desnudos que han atraído la ira de algunos activistas de la comunidad. Todo ello ha contribuido a cambiar la fisonomía de la ciudad. Una vez más está siendo publicitada como un lugar de ocio para adultos al que acudir dejando a los niños en casa.

Como apuntan las recientes refriegas suscitadas por las vallas publicitarias, el cambio no ha sentado bien a todo el mundo y son muchos los que especulan con que la desaparición de estos seis viajeros podría de algún modo estar relacionada con el retorno de la ciudad a un clima de tolerancia absoluta.

«Afrontémoslo -dijo Ernie Gelson, columnista del Las Vegas Sun-, lo intentaron con la diversión para toda la familia y no funcionó. La ciudad ha vuelto a lo que funciona. Y lo que funciona es lo que da dinero. Ahora bien, ¿es ése el eslabón perdido que relaciona a estos seis individuos? No lo sé. Quizá nunca lo sabremos.»