– Puede ser todo lo que necesitamos -añadió Alpert, excitado.
Aunque recordaba perfectamente que Bob Backus tenía la costumbre de mascar Juicy Fruit, Rachel no estaba excitada. El chicle de la tumba era demasiado bueno para ser cierto. Pensó que no había modo alguno de que Backus hubiera dejado una prueba tan importante. Era demasiado listo para eso, como agente y como asesino. Sin embargo, Rachel no podía expresar apropiadamente sus dudas en la reunión, debido a su acuerdo con Alpert de no sacar a relucir a Backus ante otros agentes.
– Será una trampa -dijo.
Alpert la miró un momento, sopesando el riesgo de preguntarle por qué.
– Una trampa. ¿Por qué dice eso, Rachel?
– Porque no veo que este tipo que está enterrando un cadáver en medio de ninguna parte, probablemente de noche, se tome el tiempo de dejar la pala, sacarse el chicle de la boca, envolverlo en un papel, que tiene que sacarse del bolsillo, y después tirarlo. Creo que si hubiera estado mascando chicle simplemente lo habría escupido fuera. Pero no creo que estuviera mascando chicle. Creo que cogió ese pequeño trozo de goma de mascar de alguna parte, se lo llevó a la tumba y lo dejó caer para que nos patinaran las ruedas con eso cuando decidiera llevarnos hasta los cadáveres con el truco del GPS.
Paseó la vista por la sala. La estaban mirando, pero sabía que para ellos era más una curiosidad que una colega respetada. La pantalla de televisión rompió el silencio.
– Creo que probablemente Rachel tiene razón -dijo Doran-. Nos han manipulado en esto desde el primer día. ¿Por qué no con el chicle? Parece un error increíble en una acción tan bien planeada.
Rachel se fijó en que Doran le guiñaba un ojo.
– ¿Un trozo de chicle? ¿Un error en ocho tumbas? -dijo Gunning, uno de los agentes de Quantico-. No creo que sea tan poco probable. Todos sabemos que nadie ha cometido nunca el crimen perfecto. Sí, la gente se escapa, pero todos cometen errores.
– Bueno -dijo Alpert-, esperemos y veremos qué sacamos de esto antes de saltar a ninguna conclusión en un sentido o en otro. Mary, ¿algo más?
– Ahora no.
– Entonces pasemos al agente Cates, a ver cómo lo están haciendo los locales con las identificaciones.
Cates abrió una carpeta de piel que contenía un bloc de notas de tamaño folio. El hecho de que tuviera una carpeta tan bonita y cara para un bloc normal y corriente le decía a Rachel que el hombre estaba muy orgulloso de su trabajo y de lo que hacía. O bien que la persona que le había regalado la carpeta tenía esos sentimientos. En cualquier caso, a Rachel le cayó bien de inmediato. También le hizo sentir que le faltaba algo. Ella ya no sentía ese orgullo en el FBI o en su trabajo.
– Muy bien, empezamos a husmear en el caso de personas desaparecidas de la policía metropolitana de Las Vegas. Estamos coartados por la necesidad de mantener el secreto. Así que no estamos entrando a saco. Sólo hemos establecido contacto y hemos explicado que estamos interesados sólo por la cuestión interestatal, por el hecho de que haya víctimas de distintos estados e incluso una de otro país. Eso nos da acceso, pero no queremos mostrar la mano entrando a saco. Así que está previsto que hoy tengamos una reunión con ellos. En cuanto establezcamos una cabeza de puente, por decirlo así, empezaremos a ir hacia atrás examinando a esos individuos y buscando el denominador común. Hay que tener en cuenta que esos tíos llevan en el caso varias semanas y por lo que sabemos no tienen una mierda.
– Agente Cates -dijo Alpert-. La cinta.
– Oh, disculpe mi lenguaje. No tienen nada, es lo que quería decir.
– Muy bien, agente Cates. Manténgame informado.
Y a continuación no hubo más que silencio. Alpert continuó sonriendo amablemente a Cates hasta que el agente local captó el mensaje.
– Ah, eh, ¿quiere que me vaya?
– Lo quiero en la calle, trabajando sobre esas víctimas -dijo Alpert-. No tiene sentido que pierda el tiempo aquí escuchando como le damos vueltas a las cosas sin fin.
– De acuerdo.
Cates se levantó. Si hubiera sido un hombre blanco, la turbación habría sido más notable en su rostro.
– Gracias, agente Cates -dijo Alpert a su espalda cuando aquél cruzaba el umbral.
Acto seguido, Alpert volvió su atención a la mesa.
– Creo que Mary, Greta, Harvey y Doug también pueden irse. Me temo que los necesitamos de nuevo en las trincheras, y no iba con segundas.
Repitió la sonrisa administrativa.
– De hecho -dijo Mary Pond-, me gustaría quedarme y escuchar lo que Brass ha de decir. Podría ayudarme en mi trabajo sobre el terreno.
En esta ocasión Alpert perdió la sonrisa.
– No -dijo con firmeza-, no será necesario.
Un silencio incómodo envolvió la sala hasta que éste quedó finalmente puntuado por los sonidos de las sillas del equipo científico al ser separadas de las mesas. Los cuatro se levantaron y abandonaron la sala sin hablar. A Rachel le dolió verlo. La arrogancia sin límites de los dirigentes era endémica en el FBI. No iba a cambiar nunca.
– Bueno, ¿dónde estábamos? -dijo Alpert, metamorfoseándose con facilidad después de lo que acababa de hacerle a cinco buenas personas-. Brass, es tu turno. Estabas con el barco, la cinta y las bolsas, la ropa, el GPS, y ahora tienes el chicle, que todos sabemos que no nos llevará a ninguna parte, muchas gracias, agente "Walling.
Dijo la palabra «agente» como si fuera sinónimo de «idiota». Rachel levantó las manos en ademán de rendición.
– Lo siento, no sabía que la mitad del equipo no sabe quién es el sospechoso. Es curioso, pero cuando estaba en Comportamiento nunca trabajábamos así. Compartíamos la información y el conocimiento. No nos la ocultábamos los unos a los otros.
– ¿Se refiere a cuando trabajaba para el hombre al que ahora estamos buscando?
– Mire, agente Alpert, si está tratando de mancillarme con esa mierda, entonces…
– Este es un caso clasificado, agente Walling. Es lo único que quiero transmitirle. Como le he dicho antes es need to know.
– Obviamente.
Alpert le dio la espalda como para borrarla de su memoria y miró la pantalla de televisión.
– Brass, puedes empezar por favor.
Alpert se aseguró de que estaba de pie entre Rachel y la pantalla, para subrayarle a la agente de Rapid City su posición de outsider en el caso.
– De acuerdo -dijo Doran-. Tengo algo significativo y…, bueno, extraño con lo que comenzar. Ayer les hablé del barco. El análisis inicial de huellas dactilares de superficies expuestas resultó negativo. Había estado expuesto a los elementos desde quién sabe cuánto tiempo. Así que dimos otro paso. El agente Alpert autorizó el desmontaje de la prueba y eso se hizo anoche en el hangar de Nellis. En el barco hay lugares de agarre, tiradores para mover la embarcación. En una ocasión fue una lancha de salvamento, construida a finales de los treinta y probablemente vendida como excedente militar después de la Segunda Guerra Mundial.
Mientras Doran continuaba, Dei abrió una carpeta y sacó una foto del barco. La sostuvo para que Rachel lo viera, puesto que nunca había visto el barco. Cuando ella había llegado al emplazamiento de la excavación, el barco ya estaba en Nellis. Pensó que era sorprendente y típico que el FBI pudiera acaparar tal cantidad de información sobre un barco varado en el desierto, pero tan poca en relación con el crimen con el que estaba relacionado.
– En nuestro primer análisis no pudimos llegar al interior de los agujeros de agarre. Cuando desmontamos la pieza sí lo conseguimos. Aquí es donde tuvimos suerte, porque este pequeño hueco estuvo en gran medida protegido de los elementos.
– ¿Y? -preguntó Alpert, con impaciencia. Obviamente no estaba interesado en el trayecto, sólo quería saber el destino final.
– Y sacamos dos huellas de la parte de babor del agarre de proa. Esta mañana las hemos cotejado en las bases de datos y casi al momento obtuvimos un resultado. Esto va a sonar extraño, pero las huellas eran de Terry McCaleb.