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Esperaron mientras Doran bajaba la mirada a algunos documentos que estaban fuera de cámara y aparentemente cambiaba de marcha desde McCaleb al resto de los indicios.

– Tenemos algo que podría relacionarse con McCaleb. Pero dejad que vaya por orden y descartemos antes estas otras cosas. Ah, primero, estamos empezando con la cinta y las bolsas recuperadas en los cadáveres. Necesitamos otro día en eso para hacer un informe. Veamos, sobre la ropa, probablemente estará en la sala de secado otra semana antes de que esté lista para el análisis. Así que no hay nada por ahí. Ya hemos hablado del chicle. Pusimos el perfil dental en la base de datos y tendremos el resultado al final del día. Lo cual deja sólo el GPS.

Rachel se fijó en que todos los presentes en la sala estaban mirando intensamente a la pantalla de televisión. Era como si Doran estuviera en la sala con ellos.

– Estamos progresando bien con eso. Investigamos el número de serie y vimos que era de una tienda Big Five de Long Beach, California. Agentes de la oficina de campo de Los Ángeles fueron a la tienda ayer y obtuvieron copia de la factura de venta de este Gulliver modelo Cien a un hombre llamado Aubrey Snow. Resulta que el señor Snow es un guía de pesca y ayer estaba en el mar. Anoche, cuando finalmente regresó a puerto, fue interrogado en profundidad acerca del Gulliver. Nos dijo que perdió el dispositivo unos once meses antes en una partida de póquer con varios guías de pesca más. Era valioso porque en ese momento tenía marcados varios waypoints correspondientes a sus lugares favoritos, las zonas de pesca más productivas a lo largo de la costa del sur de California y México.

– ¿Nos dijo el nombre del tipo que lo ganó? -preguntó rápidamente Alpert.

– Desafortunadamente, no. Fue una partida improvisada. Hacía mal tiempo y había poca actividad. Había muchos guías varados en puerto y se reunían para jugar al póquer casi todas las noches. Diferentes noches, diferentes jugadores. Mucha bebida. El señor Snow no recordaba el nombre ni apenas nada del hombre que le ganó el GPS. No creía que fuera del puerto deportivo donde el señor Snow guarda su barco porque no había vuelto a verlo desde entonces. Se suponía que la oficina de campo iba a reunirse con Snow y un dibujante hoy para tratar de hacer un retrato robot del tipo. De todas formas, aunque consiguieran un buen dibujo, esa zona está llena de puertos deportivos y hay empresas de excursiones de pesca por todas partes. Ya me han dicho que la oficina de campo sólo puede cedernos a dos agentes para esto.

– Eso lo cambiaré con una llamada -dijo Alpert-. Cuando llame para poner a Ed en la cuestión de McCaleb, conseguiré más gente para esto. Iré directo a Rusty Havershaw.

Rachel conocía el nombre, Havershaw era el agente especial a cargo de la oficina de campo de Los Ángeles.

– Eso ayudará -dijo Doran.

– Dices que esto se relaciona con McCaleb. ¿Cómo?

– Bueno, ¿viste la película?

– La verdad es que no, no fui a verla.

– Bueno, McCaleb tenía una empresa de excursiones de pesca en Catalina. No sé lo conectado que está con esa comunidad, pero existe la posibilidad de que conozca a algunos de los guías de esas partidas de póquer.

– Ya veo. Es una posibilidad remota, pero está ahí. Ed, tenlo en cuenta.

– Entendido.

Hubo una llamada a la puerta, pero Alpert no hizo caso. Cherie Dei se levantó y respondió. Rachel vio que era el agente Cates. Le susurró algo a Dei.

– ¿Algo más, Brass? -preguntó Alpert.

– Por el momento no. Creo que necesitamos cambiar el énfasis a Los Ángeles y encontrar…

– Perdón -dijo Dei, introduciendo de nuevo a Cates en la sala-. Escuchen esto.

Cates levantó las manos como para decir que no había para tanto.

– Eh, acabamos de recibir una llamada desde el puesto de control del emplazamiento. Han retenido a un hombre que venía en coche. Es un detective privado de Los Ángeles. Se llama Huhromibus Bosch. Es…

– ¿Quiere decir Hieronymus Bosch? -preguntó Rachel-. ¿Como el pintor?

– Sí, eso es. No conozco a ningún pintor, pero así lo dijo mi hombre. En cualquier caso, la cuestión es ésta. Lo han metido en una de las autocaravanas y han echado un vistazo a su coche sin que lo supiera. Tenía una carpeta en el asiento delantero. Hay notas y cosas, pero también hay fotos. Una de las fotos es del barco.

– ¿Se refiere al barco que estaba allí fuera? -preguntó Alpert.

– Sí, el que marcaba la primera tumba. También había un artículo sobre los seis hombres desaparecidos.

Alpert miró a los otros de la sala un momento antes de hablar.

– Cherie y Tom, llamad a Nellis y que preparen un helicóptero -dijo finalmente-. En marcha. Y llevad a la agente Walling con vosotros.

18

Me metieron en una autocaravana y me dijeron que me pusiera cómodo. Había una cocina, una mesa y una zona de asientos. También tenía una ventana, pero la vista era el lateral de otra caravana. El aire acondicionado estaba en marcha y reducía en su mayor parte el olor. No habían contestado a ninguna de mis preguntas. Me dijeron que enseguida vendrían otros agentes a hablar conmigo.

Pasó una hora, y eso me dio tiempo a pensar en lo que había pisado. No cabía duda de que era un lugar de exhumación de cadáveres. El olor, ese olor inconfundible, estaba en el aire. Además había visto dos furgonetas sin marcar, sin ventanas en los laterales ni en la parte trasera: transportadores de cadáveres. Y había más de un cadáver que transportar.

Al cabo de noventa minutos estaba sentado en el sofá leyendo un viejo boletín del FBI que había cogido de una mesita de café. Oí que un helicóptero sobrevolaba la caravana. Las turbinas redujeron sus revoluciones y finalmente se detuvieron cuando el aparato aterrizó. Al cabo de cinco minutos la puerta se abrió y entraron los agentes que había estado esperando. Dos mujeres y un hombre. Reconocí a una de las mujeres, pero no logré situarla de inmediato. Estaría a punto de cumplir cuarenta; alta y atractiva, con el pelo oscuro. Tenía una mirada apagada que también había visto antes. Era agente y eso significaba que había muchos sitios en los que nuestros caminos podían haberse cruzado.

– ¿Señor Bosch? -dijo la otra mujer, la que estaba al mando-. Soy la agente especial Cherie Dei. El es mi compañero Tom Zigo, y ella la agente Walling. Gracias por esperarnos.

– Ah, ¿tenía elección? No me había dado cuenta.

– Por supuesto. Espero que no le hayan dicho que tenía que quedarse.

Dei sonrió con falsedad. Decidí no discutir sobre ese punto y empezar con mal pie.

– ¿Le importa que vayamos a la cocina y nos sentemos a la mesa? -preguntó Dei-. Creo que será mejor hablar allí.

Me encogí de hombros como para decir que no importaba, aunque sabía que sí. Iban a acorralarme, con un agente sentado enfrente de mí y los otros dos uno a cada lado. Me levanté y tomé el asiento en el que sabía que me querían, el que me situaba de espaldas a la pared.

– Bueno -dijo Dei después de sentarse enfrente de mí, del otro lado de la mesa-. ¿Qué le trae al desierto, señor Bosch?

Me encogí de hombros otra vez. Estaba cogiendo práctica.

– Iba de camino a Las Vegas, y me desvié para buscar un lugar donde ocuparme de un asunto.

– ¿Qué clase de asunto? Sonreí.

– Tenía que hacer un río, agente Dei.

Ahora ella sonrió.

– Oh, y entonces vino a parar a nuestro pequeño puesto de avanzada.

– Algo así.

– Algo así.

– Es difícil pasarlo por alto. ¿Cuántos cadáveres hay ahí?

– ¿Qué le hace preguntar eso? ¿Quién ha dicho nada de cadáveres?

Sonreí y negué con la cabeza. Iba a jugar de dura hasta el final.

– ¿Le importa que echemos un vistazo a su coche, señor Bosch? -preguntó.