Выбрать главу

– Nos vemos, Jane.

– Vale, Harry. Salúdala de mi parte.

– Lo haré. Ten cuidado.

– Tú también.

De nuevo en la sala, traté de llamar a Buddy Lockridge con el mismo resultado. Nada. Cogí el boli y tamborileé impacientemente en la libreta con él. Ya tendría que haber contestado. No me estaba preocupando. Me estaba enfadando. Los informes sobre Buddy eran que no era fiable. No tenía tiempo para eso.

Me levanté y fui a la kitchenette y saqué una cerveza de la nevera que había debajo de la encimera. Había un abridor en la puerta. Destapé la botella y eché un buen trago. La cerveza tenía buen sabor al bajar por mi garganta irritada por el polvo del desierto. Supuse que me la merecía.

Volví a la puerta del balcón, pero no salí. No quería volver a asustar a Jane. Miré desde dentro y vi que la limusina se había ido y que el nuevo jet estaba completamente cerrado. Me incliné para ver el balcón de Jane. Se había ido. Me fijé en que en el cenicero que había encima de la barandilla había apagado el pitillo después de fumarse menos de una cuarta parte. Alguien debería decirle que eso la delataba.

Al cabo de unos minutos, la cerveza se había acabado y yo había vuelto a la sala a mirar mis notas y el libro de mapas de McCaleb. Sabía que me estaba perdiendo algo, pero se me escapaba. Estaba allí, cerca. Pero todavía no podía alcanzarlo.

Sonó mi teléfono móvil. Finalmente era Buddy Lockridge.

– ¿Acaba de llamarme?

– Sí, pero le había dicho que no me llamara a este número.

– Ya lo sé, pero acaba de llamarme. Pensaba que eso significaba que era seguro.

– ¿Y si no hubiera sido yo?

– Tengo identificador de llamadas. Sabía que era usted.

– Sí, pero ¿cómo sabe que era yo? ¿Y si hubiera sido algún otro con mi teléfono?

– Ah.

– Sí, eso, «ah». Mire, Buddy, si va a trabajar para mí tiene que escuchar lo que le digo.

– Muy bien, muy bien, entendido.

– Bueno, ¿dónde está?

– En Las Vegas, tío. Como me ha dicho.

– ¿Sacó el material del barco?

– Sí.

– ¿Nada del FBI?

– Nada, tío. Todo bien.

– ¿Dónde está ahora mismo?

Mientras hablaba me fijé en mis notas y recordé algo del artículo del Times sobre los seis hombres desaparecidos. Más bien, recordé el círculo que Terry había trazado en el artículo del diario.

– Estoy en el B -dijo Lockridge.

– ¿El B? ¿Dónde está el B?

– El gran B, tío.

– Buddy, ¿de qué está hablando? ¿Dónde está? Susurró su respuesta.

– Pensaba que estábamos hablando en secreto, tío. Como si estuvieran escuchando.

– Buddy, no me importa si están escuchando. Déjese de códigos. ¿Qué es el gran B?

– El Bellagio, es un código simple, tío.

– Un código simple para una mente simple. ¿Me está diciendo que se ha registrado en el Bellagio a mi costa?

– Eso es.

– Bueno, pues cancele.

– ¿Que quiere decir? Acabo de llegar.

– No voy a pagar el Bellagio. Cancele, venga aquí y pídase una habitación donde yo estoy. Si pudiera permitirme ponerle en el Bellagio estaría allí yo mismo.

– No hay cuenta de gastos, ¿eh?

– No.

– De acuerdo. ¿Dónde está?

Le di el nombre y la dirección del Double X y enseguida supo que estaba en un lugar marginal.

– ¿ Hay pay-per-view?

– No hay nada. Venga aquí.

– Bueno, mire, yo ya me he registrado aquí. No van a devolverme el dinero. Ya han hecho el cargo en mi tarjeta y, además, ya he cagado en el lavabo. Eso es como tomar posesión de la habitación, ¿no? Me quedaré aquí una noche y mañana iré allí.

«Sólo va a haber una noche», pensé, pero no lo dije.

– Entonces todo lo que exceda de lo que cuesta este agujero lo va a pagar usted. No le dije que se registrara en el sitio más caro del Strip.

– Muy bien, muy bien, bájeme el sueldo si quiere. Sea así. No me importa.

– Muy bien, lo haré. ¿Tiene coche?

– No, he venido en taxi.

– Muy bien, baje en el ascensor y pida uno, y tráigame ese material.

– ¿Puedo ir antes a que me den un masaje?

– Buddy, por el amor de Dios, si no…

– Era broma. ¡Era broma! ¿No entiende un chiste, Harry? Voy para allí.

– Bueno, estoy esperando.

Colgué sin decir adiós e inmediatamente borré la conversación del radar de mi atención. Estaba acelerado. Continué. Pensé que había resuelto de manera inexplicable uno de los misterios. Miré mi recreación de la carpeta con notas de McCaleb a una línea en concreto.

Teoría del triángulo. 1 punto da 3.

En el artículo del diario McCaleb también había marcado la palabra «círculo» en la cita del detective de la Metro acerca de que el kilometraje en el coche de alquiler de uno de los hombres desaparecidos daba a la investigación un amplio círculo en el cual buscar pistas sobre lo ocurrido a los seis hombres.

Ahora pensé que McCaleb había marcado la palabra porque creía que estaba mal. La zona de búsqueda no era un círculo. Era un triángulo, lo cual significaba que los kilómetros del coche de alquiler formaban un triángulo. El punto uno era el aeropuerto, el origen. El coche de alquiler había sido sacado del aeropuerto y dejado en el punto dos. El punto dos era el lugar donde la víctima cruzó su camino con el secuestrador. Y el punto tres era el lugar donde el secuestrador se llevó a su víctima. Después, el coche fue devuelto al punto uno completándose así el triángulo.

Cuando McCaleb había escrito sus notas todavía no conocía Zzyzx Road. Tenía un punto: el lugar de devolución del coche en el aeropuerto. Por eso escribió: «1 punto da 3», porque sabía que si identificaba otro punto del triángulo, conduciría también a la localización del punto restante.

– Un punto más del triángulo significa que podemos averiguar los tres -dije en voz alta, traduciendo la nota de McCaleb del resumen.

Me levanté y empecé a pasear. Estaba acelerado y pensaba que me estaba acercando. Era cierto que el secuestrador podía haber hecho cualquier número de paradas con el coche de alquiler, dejando inservible de esta manera la teoría del triángulo. Pero si no lo había hecho, si había evitado distracciones y con determinación se había dedicado a lo que le ocupaba, entonces la teoría del triángulo se sostendría. Su meticulosidad podía contener su debilidad. Eso convertiría Zzyzx Road en el punto tres del triángulo, porque ésa habría sido la última parada del coche antes de ser devuelto al aeropuerto. Y eso hacía del punto dos el interrogante último. Era la intersección. El lugar donde el depredador había hallado a su presa. Su localización no era conocida en ese momento, pero gracias a mi compañero silencioso sabía cómo encontrarlo.

22

Backus vio salir a Rachel del aparcamiento lateral del edificio del FBI en un Crown Victoria azul oscuro. Dobló a la izquierda por Charleston y se dirigió a Las Vegas Boulevard.

Se quedó atrás. Estaba sentado al volante de un Ford Mustang de 1997 con matrícula de Utah. Le había cogido el coche a un hombre llamado Elijah Willows, que no iba a necesitarlo más. Sus ojos se apartaron del automóvil de Rachel y se fijaron en la escena de la calle, observando el movimiento.

Un Grand Am con dos hombres se incorporó al tráfico desde el edificio de oficinas contiguo al del FBI. Iba en la misma dirección que el coche de Rachel.

«Aquí va uno», se dijo Backus.

Esperó y después observó un gran todoterreno azul oscuro con antenas triples que salía del aparcamiento del FBI y doblaba a la derecha por Charleston, yendo en dirección opuesta a la de Rachel. Otro Grand Am salió detrás de él y lo siguió.