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«Allí van el dos y el tres.»

Backus sabía que era lo que se llamaba una vigilancia «a vuelo de pájaro». Un coche para mantener una vigilancia visual relajada mientras el sujeto era rastreado por satélite. A Rachel, tanto si ella lo sabía como si no, le habían dado un coche con un repetidor GPS.

Nada de eso preocupaba a Backus. Sabía que todavía podía ir tras ella. Lo único que tenía que hacer era no perder de vista al coche que la seguía y llegaría al destino de todos modos.

Arrancó el Mustang. Antes de salir a Charleston para seguir al Grand Am y de este modo a Rachel, se estiró y abrió la guantera. Llevaba guantes de látex de cirujano, de la talla pequeña, para que le quedaran más ajustados y fueran casi imperceptibles desde la distancia.

Backus sonrió. En la guantera había una pequeña pistola de dos balas que complementaría a la perfección su propia arma. Sabía que había calibrado a la perfección a Elijah Willows cuando lo había visto por primera vez saliendo del Slots-o-Fun en el lado sur del Strip. Sí, era lo que había estado buscando físicamente -misma talla y complexión-, pero también había sentido cierta soledad en el hombre. Era una persona solitaria y que vivía en el filo. La pistola en la guantera parecía probarlo y le dio a Backus confianza en su elección.

Pisó el acelerador y salió sonoramente a Charleston. Lo hizo a propósito. Sabía que en el caso poco probable de que hubiera un cuarto vehículo de seguimiento el coche que encontrarían menos sospechoso sería aquél en el que el conductor atraía descaradamente la atención hacia sí mismo.

23

Todo se reducía a geometría de escuela primaria. Tenía dos de los tres vértices de un triángulo y necesitaba el tercero. Era así de fácil y así de difícil al mismo tiempo. Para llegar a ese punto contaba con el perímetro del triángulo. Me senté, abrí la libreta por una página en blanco y me puse a trabajar con el mapa de McCaleb.

Recordaba del artículo del Times que el kilometraje registrado en el coche de alquiler de uno de los hombres desaparecidos era de 528 kilómetros. Siguiendo la que creía que era la teoría de McCaleb, esa distancia equivaldría al total de los tres lados del triángulo. Ya sabía, gracias a las anotaciones en el mapa, que un lado del triángulo -de Zzyzx al aeropuerto de Las Vegas- medía 148 kilómetros. Eso dejaba 380 kilómetros para los dos lados restantes. Esa cifra podía repartirse de diversas maneras, situando el lado restante del triángulo en infinidad de posibles situaciones en el mapa. Lo que necesitaba era un compás para trazar con precisión el triángulo, pero tendría que apañarme con lo que tenía.

Según la leyenda del mapa, un centímetro equivalía a 30 kilómetros de terreno. Saqué mi billetera y extraje mi licencia de conducir. Colocando uno de sus lados cortos en la escala determiné que el lado del carnet equivalía a 150 kilómetros en el mapa. Sobre esa base, compuse varios triángulos cuyos dos últimos lados sumaban los 380 kilómetros restantes. Tracé puntos tanto al norte como al sur de la línea de base que había dibujado desde Zzyzx Road a Las Vegas. Pasé veinte minutos estudiando las posibilidades, y mi dibujo llevó el tercer posible vértice del triángulo hasta el Gran Cañón, en el otro extremo de Ari-zona, o bien al norte, hacia la zona militar vedada bajo el comando de la base de la fuerza aérea en Nellis. No tardé en frustrarme, al darme cuenta de que las posibilidades eran inacabables y que ya podía haber identificado el vértice faltante del triángulo y ni siquiera me habría dado cuenta.

Me levanté y fui a buscar otra cerveza a la media nevera. Todavía enfadado conmigo mismo abrí el móvil y llamé a Buddy Lockridge. La llamada fue al buzón de voz sin que la contestara.

– Buddy, ¿dónde diablos está?

Cerré el móvil de golpe. No era que necesitara a Buddy en ese momento, sólo necesitaba gritarle a alguien y él era el objetivo más fácil.

Salí al balcón y busqué a Jane. No estaba allí y me sentí levemente decepcionado. Mi vecina era un misterio y me gustaba hablar con ella. Barrí con la mirada el aparcamiento y los jets que había al otro lado de la valla y capté la figura de un hombre en el extremo más alejado del aparcamiento. Llevaba una gorra negra con letras doradas que no podía leer. Estaba bien afeitado y llevaba gafas de espejo y camisa blanca. Su mitad inferior quedaba oculta por el coche tras el cual se hallaba. Parecía estar mirándome directamente a mí.

El hombre de la gorra no se movió durante al menos dos minutos y yo tampoco lo hice. Estuve tentado de salir del apartamento y bajar al aparcamiento, pero temía que si perdía de vista al hombre, aunque fuera por unos segundos, éste desaparecería.

Nos quedamos paralizados en nuestras respectivas miradas hasta que el hombre de repente cambió de posición y empezó a cruzar el aparcamiento. Al pasar por detrás del coche vi que llevaba pantalones cortos de color negro y una especie de cinturón de herramientas. También fue entonces cuando alcancé a leer la palabra «Seguridad» en su camisa y me di cuenta de que aparentemente trabajaba para el Double X. Se metió en el pasaje que separaba los dos edificios que formaban el Double X y desapareció de mi vista.

Lo dejé estar. Era la primera vez que veía un vigilante de seguridad en los apartamentos a la luz del día, pero tampoco era tan sospechoso. Comprobé otra vez el balcón de al lado en busca de Jane -no había señal de ella- y volví a entrar.

Esta vez abordé la geometría desde un punto de vista diferente. Me olvidé de los kilómetros y simplemente miré el mapa. Mi ejercicio anterior me había proporcionado una idea general de lo largo y ancho que podía ser el triángulo en el mapa. Empecé a estudiar las carreteras y localidades de esa zona. Cada vez que una localidad me interesaba medía las distancias para tratar de conseguir un triángulo de aproximadamente 528 kilómetros.

Había medido casi dos docenas de localizaciones, sin llegar siquiera a acercarme en la aproximación de kilometraje cuando me topé con una localidad situada justo al norte de la base del triángulo. Era tan pequeña que estaba marcada sólo por un punto negro, la demarcación más pequeña de un centro de población según la leyenda del mapa. Era una localidad llamada Clear. Conocía el lugar y me entusiasmé de repente, porque en un instante de lucidez comprendí que encajaba con el perfil del Poeta.

Utilizando mi licencia de conducir medí las distancias. Clear estaba aproximadamente a 120 kilómetros al norte de Las Vegas por la autopista Blue Diamond. Después había otros 250 kilómetros aproximadamente por rutas rurales a través de la frontera de California y al sur a través del valle de Sandy hasta la interestatal 15 y el tercer punto del triángulo en Zzyzx. Si sumaba el kilometraje de la base del triángulo entre Zzyzx y el aeropuerto de Las Vegas, obtenía un perímetro de aproximadamente 518 kilómetros, sólo diez menos que el total registrado en el coche alquilado por uno de los hombres desaparecidos.

Estaba empezando a bullirme la sangre. Clear, Nevada. Nunca había estado allí, pero sabía que era una población de burdeles y de los servicios que se derivan de tales negocios. Lo sabía porque más de una vez en mi carrera de policía había seguido la pista de sospechosos a través de Clear, Nevada. En más de una ocasión un sospechoso que se había entregado voluntariamente en Los Ángeles me contó que había pasado sus últimas noches de libertad con las damas de Clear, Nevada.

Era un lugar al que los hombres iban en privado, poniendo esmero en no dejar pistas que revelaran que se habían hundido en semejantes aguas turbias de la moral. Hombres casados. Hombres de éxito y piedad religiosa. Tenía muchas similitudes con el distrito rojo de Amsterdam, el lugar donde el Poeta había encontrado a sus víctimas con anterioridad.