Al salir marcha atrás en el Crown Vic se fijó en que un taxi se detenía en el aparcamiento. Un hombre regordete, con el pelo aclarado por el sol y una camisa hawaiana chillona salió y examinó los números de las puertas de los apartamentos. Llevaba un sobre grueso y una carpeta que parecía amarillenta y vieja. Rachel observó mientras él subía por la escalera y caminaba hasta el número 22, la puerta de Bosch. La puerta se abrió antes de que el hombre llamara.
Rachel retrocedió y salió a Koval Lane. Rodeó la manzana y aparcó en un lugar que le daba una buena perspectiva de las salidas del aparcamiento del cochambroso motel de Bosch. Estaba segura de que Bosch tramaba algo y ella iba a descubrir qué era.
25
Backus apenas había atisbado al hombre que abrió la puerta de la habitación del motel cuando llamó Rachel Walling, pero pensó que lo había reconocido de muchos años atrás. Sintió que se le aceleraba el pulso. Si no se equivocaba con el hombre con el que ella se había reunido en la habitación 22, entonces las apuestas habían subido considerablemente.
Examinó el motel y su situación. Había localizado los tres vehículos de vigilancia del FBI. Los agentes se mantenían a la expectativa. Habían desplegado a un agente que se hallaba sentado en el banco de un autobús, al otro lado de Koval. Parecía fuera de lugar, vestido con un traje gris y supuestamente esperando el autobús. Era el estilo del FBI.
Eso dejaba el motel libre para que Backus se moviera. Tenía forma de ele, con aparcamientos en todos los costados. Se dio cuenta de que desde el otro lado del edificio podría atisbar de nuevo al hombre con el que estaba Rachel a través de la ventana de atrás o el balcón.
Decidió no arriesgarse a mover el coche desde el aparcamiento delantero al trasero. Eso podría atraer la atención del calientabancos del otro lado de la calle. Entreabrió la puerta y se escurrió del coche. Tenía la luz interior apagada, de manera que no había riesgo de exposición. Caminó hacia atrás entre otros dos coches y se enderezó, poniéndose una gorra de béisbol y bajando la visera cuando él apareció. La gorra llevaba las siglas de la Universidad de Nevada en Las Vegas.
Backus atravesó el pasadizo de la planta baja del motel de dos pisos. Pasó junto a las máquinas de refrescos y golosinas y salió al otro lado como si estuviera buscando su coche. Levantó la mirada al balcón iluminado que creía que correspondía a la puerta de la habitación 22, donde había visto entrar a Rachel. Vio que la puerta corredera estaba abierta.
Simulando que buscaba su coche, Backus vio que el ángulo visual del agente del banco no le permitía vigilar el aparcamiento de atrás. Nadie lo estaba viendo allí. Como si tal cosa, se trasladó a una posición situada justo debajo del balcón de la habitación 22. Trató de escuchar cualquier fragmento de conversación que pudiera salir por la puerta corredera abierta. Oyó la voz de Rachel, pero no pudo discernir las palabras hasta que dijo «debes de sentirte desnudo».
Esto lo confundió y lo intrigó. Estaba pensando en subir a la otra planta para poder oír la conversación de la habitación 22. El sonido de una puerta que se cerraba puso fin a esa idea. Supuso que Rachel acababa de irse. Backus volvió al pasadizo y se escondió detrás de la máquina de Coca-Cola cuando oyó el motor de un coche que arrancaba. Aguardó y escuchó. Detectó el sonido de otro coche que entraba. Caminó desde la máquina de Coca-Cola hasta la esquina y miró: un hombre estaba bajando de un taxi. Backus también lo reconoció. Era el compañero de pesca de Terry McCaleb. No había duda. Backus sentía que acababa de toparse con todo un tesoro de intriga y misterio. ¿Qué tramaba Rachel? ¿Cómo había conectado tan pronto con el socio de las excursiones de pesca? ¿Y qué estaba haciendo allí el Departamento de Policía de Los Ángeles?
Miró más allá del taxi y vio que el Crown Victoria de Rachel salía a la calle y se alejaba. Esperó un momento y fue testigo de que uno de los Grand Am se detenía, recogía al hombre del banco y arrancaba de nuevo. Backus volvió a bajarse la visera de la gorra y salió del pasadizo. Se encaminó a su coche.
26
Estaba observando a través de la mirilla, pensando en la agente Walling y asombrándome de que ni la actitud despiadada del FBI ni las Dakotas le habían arrebatado la pasión ni el sentido del humor. Ella me gustaba por eso y sentía una conexión. Estaba considerando la posibilidad de confiar en Rachel Walling, al mismo tiempo que pensaba que una profesional había jugado conmigo. Estaba seguro de que no me había dicho todo lo que pretendía, nadie lo hace nunca, pero me había dicho lo suficiente. Queríamos lo mismo, quizá por razones diferentes. En cualquier caso, no me estaba replanteando mi decisión de llevar un pasajero por la mañana.
El campo de visión a través de la mirilla se llenó de repente con la imagen cóncava de Buddy Lockridge. Abrí la puerta antes de que él llamara y lo metí rápidamente en el apartamento. Me pregunté si Walling lo había visto llegar.
– Justo a tiempo, Buddy. ¿Alguien ha hablado con usted o le ha parado ahí fuera?
– ¿Dónde, aquí?
– Sí, aquí.
– No, acabo de bajar del taxi.
– Muy bien, ¿entonces dónde ha estado?
Lockridge explicó su retraso argumentando que no había taxis en el Bellagio. No me lo creí. Vi uno de los bolsillos de sus vaqueros abultado cuando le cogí las dos carpetas que llevaba.
– Eso no se lo cree nadie, Buddy. A veces es difícil encontrar taxi en esta ciudad, pero no en el Bellagio. Allí siempre hay taxis.
Me estiré hacia él y le di una palmada en su bolsillo lleno.
– Ha parado a jugar, ¿no? Tiene el bolsillo lleno de fichas.
– Mire, he parado a echar dos partidas rápidas de blackjack antes de venir. Pero tuve suerte, tío. No perdía nunca. Mire. -Metió la mano en el bolsillo y la sacó con un puñado de fichas de cinco dólares-. Estaba en racha. Y no puedes irte cuando tienes buena suerte.
– Sí, genial. Eso le ayudará a pagar la habitación del hotel.
Buddy se fijó en mi apartamento, valorándolo. A través del balcón abierto llegaba el sonido del tráfico y de los jets.
– Por suerte -dijo-, no voy a quedarme aquí.
Casi me reí, teniendo en cuenta lo que había visto de su barco.
– Bueno, puede quedarse donde quiera porque no le necesito más. Gracias por traerme las carpetas. Sus ojos se abrieron. -¿Qué?
– Tengo un nuevo compañero. El FBI. Así que puede volver a Los Ángeles en cuanto quiera o puede jugar al blackjack hasta que sea dueño del Bellagio. Yo le pagaré el avión, como le dije, y el vuelo en helicóptero a la isla y cuarenta pavos por la habitación. Eso es lo que cuesta un día aquí. -Levanté las carpetas-. Añadiré un par de cientos por su tiempo en ir a buscar esto y traérmelo aquí.
– Ni hablar, tío. He venido hasta aquí, joder. Todavía puedo ayudar. He trabajado con agentes antes, cuando Terry y yo investigamos un caso.
– Eso fue entonces, Buddy, esto es ahora. Vamos, le acompañaré a su hotel. He oído que hay pocos taxis, y le todos modos voy en esa dirección.
Después de cerrar la puerta del balcón saqué a Lockridge del apartamento y cerré. Me llevé las carpetas para leerlas después. Mientras bajábamos por la escalera hacia el aparcamiento, busqué al vigilante de seguridad, pero no lo vi. También busqué a Rachel Walling, pero tampoco la vi. En cambio, vi a mi vecina Jane metiendo una caja de zapatos en el maletero del coche, un Monte Cario blanco. Desde mi ángulo en la escalera me fijé en que el maletero estaba lleno de otras cajas más grandes.
– Le irá mejor conmigo -dijo Buddy, todavía con la protesta tintineando en su voz-. No puede fiarse del FBI, tío. Terry trabajaba allí y ni siquiera se fiaba él mismo.
– Ya lo sé, Buddy. He tratado con el FBI durarte treinta años.