Lockridge simplemente negó con la cabeza. Observé que Jane se metía en el coche y volvía a salir. Me pregunté si sería la última vez que la veía. Me pregunté si el hecho de decirle que era poli la había asustado y había provocado su marcha. Tal vez había escuchado parte de mi conversación con la agente Walling a través de los finos tabiques.
Los comentarios de Buddy acerca del FBI me recadaron algo.
– Por cierto, cuando vuelva van a querer hablar con usted.
– ¿De qué?
– Del GPS. Lo han encontrado.
– Vaya, genial. ¿Quiere decir que no fue Finder? ¿Fue Shandy?
– Eso creo, pero la noticia no es tan buena, Buddy.
– ¿Por qué no?
Abrí el Mercedes y entramos. Miré a Buddy mientras arrancaba.
– Todos los waypoints están borrados. Ahora sólo tiene uno y allí no va a pescar nada.
– Ah, mierda. Tendría que habérmelo imaginado.
– La cuestión es que van a interrogarle a fondo sobre eso y sobre Terry y el último crucero, lo mismo que hice yo.
– Así que le van detrás, ¿eh? Lleva ventaja. Es el mejor, Harry.
– No crea.
Sabía lo que me esperaba. Buddy se volvió en el asiento y se inclinó hacia mí.
– Déjeme acompañarle, Harry. Le digo que puedo ayudar. Soy listo, puedo averiguar cosas.
– Póngase el cinturón, Buddy.
Metí la marcha atrás antes de que él tuviera oportunidad de abrocharse el cinturón y casi se dio con el salpicadero.
Nos dirigimos al Strip y lentamente nos abrimos camino hacia el Bellagio. Empezaba a ponerse el sol y las aceras se estaban enfriando y comenzaban a poblarse. El neón de las fachadas convertían el anochecer en una puesta de sol brillante. Casi. Buddy continuó presionándome para que le dejara participar en la investigación, pero yo lo rechacé una y otra vez. Después de rodear una enorme fuente y detenerme ante la gigantesca entrada con pórtico del casino, le dije al aparcacoches que sólo íbamos a recoger a alguien. Me indicó que me detuviera junto al bordillo y me advirtió que no dejara el coche solo.
– ¿A quién vamos a recoger? -preguntó Buddy, con nueva vida en su voz.
– A nadie. Lo he dicho por decir. ¿Sabe qué? ¿Quiere trabajar conmigo, Buddy? Entonces quédese aquí en el coche para que no se lo lleve la grúa. Tengo que entrar ahí un momento.
– ¿Para qué?
– Para ver si hay alguien.
– ¿Quién?
Salí del coche y cerré la puerta sin responder a la pregunta, porque sabía que con Buddy cada respuesta conducía a otra pregunta y después a otra, y no tenía tiempo para eso.
Conocía el Bellagio como conocía las curvas de Mulholland Drive. Allí era donde Eleanor Wish, mi ex mujer, se ganaba la vida, y donde yo la había visto jugar en más de una ocasión. Rápidamente me abrí paso a través del lujoso casino, atravesé el bosque de máquinas tragaperras y llegué hasta la sala de póquer.
Sólo había actividad en dos de las mesas. Era muy temprano. Rápidamente observé a los trece jugadores y no vi a Eleanor. Me fijé en el podio y vi que el director de juego era un hombre al que conocía por venir con Eleanor y después por quedarme observando mientras ella jugaba. Me acerqué.
– Freddy, ¿hay movimiento?
– Sí, movimiento de culos.
– Está bien. Te da algo que mirar.
– No me quejo.
– ¿Sabes si va a venir Eleanor?
Eleanor tenía la costumbre de comunicar a los directores de mesa si iba a ir a jugar en una noche en concreto. A veces reservaban lugares en las mesas a jugadores que apostaban fuerte o a aquellos especialmente hábiles. Incluso organizaban partidas privadas. En cierto modo, mi ex era una atracción secreta de Las Vegas. Era una mujer atractiva y extraordinaria jugando al póquer. Eso representaba un desafío para determinado tipo de hombres. Los responsables listos de los casinos lo sabían y jugaban con ello. A Eleanor siempre la trataban bien en el Bellagio. Si necesitaba algo -desde una bebida a una suite, pasando por que echaran de la mesa a un jugador rudo- se lo proporcionaban. Sin preguntas. Y por eso normalmente optaba por ese casino las noches que jugaba.
– Sí, va a venir -me dijo Freddy-. No tengo nada para ella todavía, pero se pasará.
Esperé antes de lanzarle otra pregunta. Tenía que actuar con astucia. Me incliné en la barandilla y casualmente observé al crupier de la mesa de hold'em poker servir la última carta de la mano, raspando con los naipes el tapete azul en un leve susurro. Cinco jugadores habían aguantado hasta el final. Observé un par de sus rostros cuando miraron la última carta. Estaba buscando algo que los delatara, pero no lo vi.
Eleanor me había dicho una vez que los verdaderos jugadores de hold'em llaman a la última carta «el río» porque te da la vida o te la quita. Si has jugado la mano hasta la séptima carta, todo depende de ésta.
Tres de los cinco jugadores se retiraron enseguida. Los dos restantes fueron subiendo las apuestas hasta que uno de ellos se llevó el bote con un trío de sietes.
– ¿A qué hora dijo que vendría? -le pregunté a Freddy.
– Ah, dijo que a la hora habitual. Alrededor de las ocho.
A pesar de mi intento de que pareciera una conversación fortuita, me di cuenta de que Freddy empezaba a mostrarse vacilante, dándose cuenta de que le debía lealtad a Eleanor y no a su ex marido. Tenía lo que necesitaba, así que le di las gracias y me fui. Eleanor estaba pensando en acostar a nuestra hija y después ir a trabajar. Maddie se quedaría al cuidado de la niñera que dormía en la casa.
Cuando volví a la entrada del casino, mi coche estaba vacío. Busqué a Buddy y lo localicé hablando con uno de los aparcacoches. Lo llamé y le dije adiós, pero él llegó corriendo y me pilló en la puerta del Mercedes.
– ¿Se va?
– Sí, se lo había dicho. Sólo he entrado un par de minutos. Gracias por quedarse en el coche como le pedí.
No lo captó.
– No hay problema -dijo-. ¿Lo ha encontrado?
– ¿A quién?
– Al que haya entrado a ver.
– Sí, Buddy, lo he encontrado. Le veré…
– Vamos, tío, hagamos esto juntos. Terry también era mi amigo.
Eso me detuvo.
– Buddy, lo entiendo. Pero lo mejor que puede hacer ahora si quiere hacer algo por Terry es volver a casa, esperar que los agentes se presenten y decirles todo lo que sabe. No se reserve nada.
– ¿Ni siquiera que me mandó al barco para robar la carpeta y traer las fotos?
Lockridge sólo estaba tratando de provocarme porque se había dado cuenta finalmente de que estaba fuera.
– No me importa que se lo cuente -le dije-. Le he dicho que trabajo con ellos. Lo sabrán antes de que vayan a verle. Pero sólo para que le quede claro, yo no le he pedido que robara nada. Trabajo para Graciela. Ese barco y todo lo que contiene le pertenece a ella. Incluidos esos archivos y esas fotografías. -Le empujé con fuerza en el pecho-. ¿Entendido, Buddy?
El retrocedió físicamente.
– Sí, entendido. Sólo…
– Bien.
Entonces le tendí la mano. Nos las estrechamos, pero no fue un apretón amistoso.
– Nos vemos, Buddy.
El soltó la mano y yo entré y cerré la puerta. Arranqué y me alejé. En el espejo observé que se metía en las puertas giratorias y supe que perdería todo el dinero antes de que terminara la noche. Tenía razón. Nunca hay que darle la espalda a la suerte.
Miré el reloj del salpicadero: Eleanor no saldría de casa para ir al trabajo nocturno hasta al cabo de otros noventa minutos. Podía dirigirme a su casa, pero prefería esperar. Quería ver a mi hija, pero no a mi ex mujer. Eleanor, y eso siempre se lo agradecería, había sido lo bastante amable para permitirme privilegios plenos cuando ella estaba trabajando. Así que eso no sería un problema. Y no me importaba que Maddie estuviera despierta o no. Sólo quería verla, oír su respiración y tocarle el pelo. Sin embargo, parecía que cada vez que Eleanor y yo nos encontrábamos chocábamos de frente y la rabia de ambos gobernaba el momento. Sabía que era mejor de este modo, ir a la casa cuando ella no estuviera.