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– ¿Shei? -dijo la que estaba más cerca de nosotros-. Terminemos con esto.

Sheila apartó la mirada de Rachel y miró a la mujer del sofá. Accedió a la propuesta, pero su furia se mantenía a flor de piel. No estoy seguro de que hubiera otra forma de manejarlo, una vez que Sheila nos había tratado de este modo, pero para mí estaba claro que las poses y las amenazas no iban a servir de nada.

Nos reunimos en el pequeño despacho de Sheila y entrevistamos a las mujeres una por una, empezando por Sheila y terminando con las dos jóvenes que estaban trabajando cuando nosotros entramos en el establecimiento. Rachel nunca me presentó a nadie, de modo que el problema de mi papel en la investigación ni siquiera se planteó. Uniformemente las mujeres no pudieron o no quisieron identificar a ninguno de los hombres desaparecidos que terminaron enterrados en Zzyzx, y lo mismo ocurrió con las fotografías de Shandy en el barco de McCaleb.

Al cabo de media hora habíamos salido de allí sin más recompensa para mí que un intenso dolor de cabeza causado por el incienso y con la tensión dejando su huella en el aspecto de Rachel.

– Asqueroso -dijo mientras caminábamos por la acera rosa hasta mi coche.

– ¿Qué?

– Este sitio. No sé cómo alguien puede hacer esto.

– Creía que habías dicho que eran esclavas.

– Mira, no necesito que me rebotes todo lo que digo.

– Bueno.

– ¿Por qué estás tan nervioso? No les has dicho nada ahí dentro. Menuda ayuda.

– Es porque yo no lo hubiera hecho de esta manera. A los dos minutos de entrar ya sabía que no íbamos a sacar nada.

– Oh, y tú sí lo habrías sacado.

– No, no estoy diciendo eso. Te digo que estos sitios son como el desierto, es difícil extraer agua. Y sacar a relucir al sheriff fue decididamente una mala manera de abordarlo. Te dije que probablemente la mitad de su sueldo proviene de los burdeles que hay en su territorio.

– Así que sólo quieres criticar y no ofrecer ninguna solución.

– Mira, Rachel, apunta a otro sitio, ¿quieres? No es conmigo con quien estás enfadada. Si quieres probar algo diferente en el siguiente sitio, puedo intentarlo.

– Adelante.

– Muy bien, dame las fotos y espera en el coche.

– ¿De qué estás hablando? Yo voy a entrar.

– Este no es lugar para la pompa y la circunstancia, Rachel. Tendría que haberme dado cuenta de eso cuando te invité. Pero no creía que fueras a hacerles tragar la placa en cuanto entráramos.

– O sea que tú vas a entrar y te las vas a ingeniar.

– No estoy seguro de llamarlo ingenio. Sólo voy a hacerlo a la antigua.

– ¿Eso significa quitarte la ropa?

– No, eso significa sacar la cartera.

– El FBI no compra información de testigos potenciales.

– Eso es. Yo no soy del FBI. Si encuentro a un testigo, el FBI no tendrá que pagar nada.

Puse la mano en la espalda de Rachel y suavemente la dirigí al Mercedes. Le abrí la puerta, la invité a entrar y le dejé las llaves.

– Enciende el aire acondicionado. Para bien o para mal, no tardaré mucho.

Enrollé la carpeta con las fotos y me la puse en el bolsillo de atrás, debajo de la chaqueta.

La acera que conducía a la puerta de Tawny's High Fi-ve también era de cemento rosa y yo estaba empezando a considerarlo muy apropiado. Las mujeres que habíamos encontrado en Sheila's eran huesos duros de roer con revestimiento rosa. Y lo mismo Rachel. Estaba empezando a sentir que tenía los pies en cubos de cemento rosa.

Llamé al timbre y me hizo pasar una mujer vestida con téjanos cortados y un top que apenas contenía sus pechos siliconados.

– Pasa. Soy Tammy.

– Gracias.

Entré en la sala delantera de la caravana, donde había dos sofás, uno enfrente del otro. Las tres mujeres que estaban sentadas en los sofás me miraron con sonrisas ensayadas.

– Ellas son Georgette, Gloria y Mecca -dijo Tammy-. Y yo soy Tammy. Puedes elegir a una de nosotras o esperar a Tawny, que está atrás con un cliente.

Miré a Tammy. Parecía la más ansiosa. Era bajita y tenía el pelo castaño cortado corto. Algunos hombres la considerarían atractiva, pero no lo era para mí. Le dije que ella me servía y me condujo a la parte de atrás a través de un pasillo que doblaba a la derecha y se metía en otra caravana. Había tres habitaciones privadas en la izquierda y Tammy se dirigió a la tercera y la abrió utilizando una llave. Entramos y ella cerró la puerta de golpe. Apenas había espacio para estar de pie, pues una cama king-size ocupaba todo el espacio.

Tammy se sentó en la cama y dio unos golpecitos para que me sentara a su lado. Lo hice y ella se estiró hacia un estante lleno de novelas de misterio gastadas y sacó lo que parecía un menú de restaurante. Me lo dio. Era una carpeta fina con una caricatura en la parte delantera que mostraba a una mujer desnuda apoyada en manos y rodillas, volviendo la cara hacia el hombre que la penetraba desde atrás y guiñando el ojo. El hombre también estaba desnudo, salvo por un sombrero de vaquero y las pistolas de seis balas enfundadas en el cinto. El vaquero sostenía un lazo en el aire. La soga se alzaba sobre la pareja y formaba las palabras: «Tawny's High Five.»

– Vendemos camisetas con este dibujo -me informó Tammy-. Veinte pavos.

– Genial -dije, al tiempo que abría la carpeta.

Resultó que era un curioso menú, personalizado para Tammy. Contenía una única hoja de papel con dos columnas. Una consignaba los actos sexuales que ella estaba dispuesta a realizar y la duración de cada sesión, y la otra detallaba los precios que estos servicios iban a costarle al cliente. Detrás de dos de los actos sexuales había asteriscos. En la parte inferior se explicaba que los asteriscos eran una especialidad personal.

– Bueno -dije, mirando las columnas-. Creo que voy a necesitar un traductor para algunos de éstos.

– Yo te ayudaré. ¿Cuáles?

– ¿Cuánto cuesta sólo hablar?

– ¿Qué quieres decir que tú me digas guarradas, o que yo te diga guarradas?

– No, sólo hablar. Quiero preguntarte por un hombre al que estoy buscando. Es de por aquí.

Su postura cambió. Enderezó la espalda, y al hacerlo puso unos centímetros más de distancia entre nosotros, lo cual no me molestó porque su perfume me estaba perforando unas fosas nasales ya irritadas por el incienso.

– Creo que es mejor que hables con Tawny cuando termine.

– Quiero hablar contigo, Tammy. Tengo cien dólares por cinco minutos. Lo doblaré si me das una pista sobre este tío.

Ella vaciló mientras se lo pensaba. Doscientos dólares ni siquiera equivalía a una hora de trabajo, según el menú, pero tenía la sensación de que los precios del menú eran negociables y, además, no había gente haciendo cola sobre el cemento rosa para entrar en el local.

– Alguien se va a llevar mi dinero aquí -dije-. Podrías ser tú.

– Vale, pero ha de ser rápido. Si Tawny descubre que no eres un cliente de pago te va a echar de una patada y me pondrá la última de la lista.

Entendí que había abierto la puerta porque le tocaba a ella. Yo podía haber elegido a cualquiera de las mujeres del sofá, pero Tammy tenía la primera opción sobre mí.

Hurgué en mi bolsillo y le di un billete de cien. El resto me lo quedé en la mano mientras sacaba la carpeta y la abría. Rachel había cometido un error al preguntar a la mujer de Sheila's si reconocían a los hombres de las fotos. La razón era que le faltaba la confianza que tenía yo. Yo estaba más seguro de mi teoría y no cometí ese error con Tammy.

La primera foto que le mostré era la imagen frontal de Shandy en el barco de Terry McCaleb.

– ¿Cuándo fue la última vez que lo viste por aquí? -le pregunté.