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Tammy miró la foto durante varios segundos. No la cogió, aunque se la había dado para que ella la sostuviera. Después de lo que pareció un momento interminable, cuando ya pensaba que se abriría la puerta y la mujer llamada Tawny me pediría que me fuera, ella habló finalmente.

– No lo sé… un mes, al menos, puede que más. No he vuelto a verle.

Tenía ganas de subirme a la cama y ponerme a dar botes, pero mantuve la calma. Quería que creyera que sabía todo lo que ella me estaba diciendo. Así se sentiría más cómoda y sería más comunicativa.

– ¿Recuerdas dónde lo viste?

– Aquí enfrente. Acompañé a un cliente a la puerta y Tom estaba allí esperando.

– Aja. ¿Te dijo algo?

– No, nunca dice nada. De hecho ni siquiera me conoce.

– ¿Qué ocurrió entonces?

– No ocurrió nada. Mi cliente se metió en el coche y se fueron.

Estaba empezando a formarme una idea. Tom tenía un coche, era chófer.

– ¿Quién lo llamó? Lo llamaste tú o ya lo había hecho el cliente antes.

– Probablemente Tawny, no lo recuerdo.

– Porque pasaba siempre.

– Sí.

– Pero no ha estado por aquí en, ¿cuánto?, ¿un mes?

– Sí, quizá más. ¿Es suficiente pista? ¿Qué quieres?

Ella estaba mirando el segundo billete que tenía yo en la mano.

– Dos cosas. ¿Conocías el apellido de Tom?

– No.

– Bueno, ¿cómo contactaba con él alguien que necesitara un viaje?

– Lo llamaba, supongo.

– ¿Puedes darme el número?

– Vete al bar, desde allí lo llamábamos. No me sé el número de memoria. Está apuntado allí, al lado del teléfono.

– En el bar, de acuerdo. -No le di el dinero-. Una última cosa.

– Eso ya lo has dicho.

– Ya lo sé, pero esta vez es en serio.

Le mostré las seis fotos de los hombres desaparecidos que había traído Rachel. Eran mejores y mucho más claras que las que acompañaban el artículo de periódico. Eran cándidos retratos en color que sus familias habían entregado a la policía de Las Vegas y después habían sido entregadas como cortesía al FBI.

– ¿Algunos de estos tipos eran clientes tuyos?

– Mira, aquí no hablamos de clientes. Somos muy discretas y no damos esa clase de información.

– Están muertos, Tammy. No importa.

Sus ojos se abrieron como platos y después bajaron a las fotos que tenía yo en la mano. Estas las cogió y las miró como si fueran una mano de naipes. Por la manera en que sus ojos brillaron me di cuenta de que le había servido un as.

– ¿Qué?

– Bueno, este tipo se parece a uno que estuvo aquí. Estuvo con Mecca, creo. Puedes preguntárselo a ella.

Oí que sonaba dos veces un claxon. Sabía que era el de mi coche. Rachel se estaba impacientando.

– Ve a buscar a Mecca. Entonces te daré el segundo billete. Dile que también tengo dinero para ella. No le digas lo que quiero, sólo dile que quiero dos chicas a la vez.

– Vale, pero nada más. Me pagarás.

– Lo haré.

Ella salió de la habitación y yo me quedé sentado en la cama y eché un vistazo a mi alrededor mientras esperaba. Las paredes tenían paneles de madera de cerezo falsa. Había una ventana con una cortina de volantes. Me estiré sobre la cama y descorrí la cortina. No se veía otra cosa que desierto estéril. La cama y la caravana bien podrían haber estado en la luna.

La puerta se abrió y yo me volví, preparado para darle a Tammy el resto del dinero y para buscar en mi bolsillo la parte de Mecca. Pero en el umbral no había dos mujeres, sino dos hombres. Eran grandes -sobre todo uno- y los brazos que asomaban por debajo de las camisetas negras estaban completamente grabados con tatuajes carcelarios. En el bíceps del hombre más grande había una calavera con un halo que me informó de quiénes eran.

– ¿Qué pasa, Doc? -dijo el más grande.

– Tú debes de ser Tawny -dije.

Sin decir palabra, se agachó y me agarró por la chaqueta con ambos puños. Me levantó de la cama de un tirón y me arrojó al pasillo a los brazos del compañero que esperaba. Este me empujó por el pasillo en dirección contraria a la que había venido al entrar. Me di cuenta de que el bocinazo de Rachel había sido una advertencia, no una señal de impaciencia. Lamenté no haberlo entendido cuando Gran y Pequeño Esteroide me empujaron al terreno rocoso del desierto a través de una puerta trasera.

Caí sobre las manos y rodillas, y me estaba recuperando y levantándome cuando uno de ellos me puso la bota en la cadera y me derribó de nuevo. Traté de levantarme una vez más, y en esta ocasión me lo permitieron.

– He dicho, ¿qué pasa, Doc? ¿Tienes un negocio aquí?

– Sólo estaba haciendo preguntas y pensaba pagar por las respuestas. No creía que eso fuera un problema.

– Bueno, socio, resulta que sí es un problema.

Estaban avanzando hacia mí, el más grande delante. Era tan robusto que ni siquiera podía ver a su hermano pequeño detrás. Yo iba dando un paso atrás por cada uno que ellos daban hacia delante. Y tenía la mala premonición de que era eso lo que querían. Me estaban obligando a retroceder hacia algo, quizás un agujero en el suelo de arena y roca.

– ¿Quién eres, chico?

– Soy detective privado de Los Ángeles, sólo estoy buscando a un hombre desaparecido, nada más.

– Sí, bueno, a la gente que está aquí no les gusta que los busquen.

– Ahora ya lo entiendo. Me voy a ir y no…

– Disculpen.

Todos nos detuvimos. Era la voz de Rachel. El hombre más grande se volvió hacia la caravana y su hombro bajó unos centímetros. Vi que Rachel salía por la puerta de atrás de la caravana. Tenía las manos a los costados.

– ¿Qué es esto? ¿Has venido con tu mamá? -dijo Gran Esteroide.

– Más o menos.

Mientras aquel mastodonte estaba mirando a Rachel, yo uní las manos y le descargué un mazazo en la nuca. Trastabilló y casi cayó encima de su compañero. Pero el golpe no era más que un ataque por sorpresa. El motero no llegó a caer, se volvió hacia mí y empezó a acercarse cerrando los puños como dos martillos. Vi que Rachel metía el brazo debajo del blazer y buscaba la pistola, pero la mano se le enganchó en la tela y tardó en alcanzar el arma.

– ¡Quietos! -gritó.

Los chicos Esteroides no se detuvieron. Me agaché ante el primer puñetazo del más grande, pero cuando surgí estaba justo delante del hermano pequeño. Este me agarró en un abrazo de oso y me levantó del suelo. Por alguna razón en ese punto me di cuenta de que había tres mujeres observando desde las ventanas traseras del último remolque. Había atraído público a mi propia destrucción.

Tenía los brazos inmovilizados por mi agresor y sentía una fuerte presión en la espalda al tiempo que el aire salía de mis pulmones. Justo entonces Rachel por fin liberó su arma y disparó dos veces al aire.

Me dejaron caer al suelo y observé que Rachel retrocedía del remolque para asegurarse de que nadie se le acercaba por detrás.

– FBI -gritó-. Al suelo. Los dos al suelo.

Los dos hombres obedecieron. En cuanto pude meter un poco de aire en mis pulmones me levanté. Traté de sacudirme parte del polvo de la ropa, pero lo único que hice fue levantar una nube. Miré a Rachel y le comuniqué que estaba bien con un gesto. Ella mantuvo la distancia con los dos hombres del suelo y me señaló con el dedo.

– ¿Qué ha pasado?

– Estaba hablando con una de las chicas y le pedí que trajera a otra. Pero entonces aparecieron estos tipos y me sacaron aquí. Gracias por la advertencia.

– Traté de avisarte. Toqué el claxon.

– Ya lo sé, Rachel. Cálmate. Por eso te doy las gracias. Lo interpreté mal.

– Bueno, ¿qué hacemos?

– Estos tipos no me importan, suéltalos. Pero hay dos mujeres dentro, Tammy y Mecca, hemos de llevárnoslas. Una conoce a Shandy y creo que la otra puede identificar a uno de los desaparecidos como cliente.