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– ¿Este es el hombre al que conocía como Tom Walling?

Rett sólo pasó unos segundos mirando la foto.

– Es él. Incluida la gorra de los Dodgers. Veíamos todos los partidos en la parabólica, y Tom era de los Dodgers hasta la médula.

– ¿Conducía un coche para usted?

– El único coche. No es un negocio tan grande.

– ¿Y le dijo que vendría su hermana?

– No, dijo que a lo mejor vendría. Y me dio algo.

El hombre se volvió y miró los estantes que había detrás de la barra. Encontró lo que estaba buscando y estiró el brazo hasta el estante superior. Bajó un sobre y se lo tendió a Rachel. El sobre dejó un rectángulo en el estante de cristal. Llevaba un tiempo allí.

Ponía el nombre completo de Rachel. Ella giró ligeramente el cuerpo como para ocultarse de Bosch y empezó a abrirlo.

– Rachel -dijo Bosch-, ¿ no deberías procesarlo antes?

– No importa. Sé que es de él.

La agente rasgó el sobre y sacó una tarjeta de ocho por doce. Empezó a leer la nota manuscrita.

Querida Racheclass="underline"

Si como espero eres la primera en leer esto, es que te he enseñado bien. Espero encontrarte con buena salud y buen ánimo. Sobre todo, espero que esto signifique que has sobrevivido a tu confinamiento en el FBI y estás otra vez arriba. Espero que aquel que arrebata pueda también devolver. Nunca fue mi intención condenarte, Rachel. Y ahora, con este último acto, mi intención es salvarte.

Adiós, Rachel, R.

Rachel lo releyó rápidamente y después lo pasó por encima del hombro a Bosch. Mientras él lo leía, ella continuó con Billings Rett.

– ¿Cuándo se lo dio y qué le dijo exactamente?

– Fue hace un mes aproximadamente, días más o menos, y entonces fue cuando me dijo que se iba. Me pagó el alquiler, dijo que quería conservar el sitio, y me dio el sobre y dijo que era para su hermana y que seguramente pasaría a buscarlo. Y aquí está usted.

– Yo no soy su hermana -le soltó Rachel-. ¿Cuándo vino él a Clear por primera vez?

– Es difícil de recordar. Hace tres o cuatro años.

– ¿Por qué vino aquí?

Rett negó con la cabeza.

– Me supera. ¿Por qué va la gente a Nueva York? Todo el mundo tiene sus razones. Y él no compartió la suya conmigo.

– ¿Cómo terminó conduciendo para usted?

– Estaba un día por aquí jugando al billar y yo le pregunté si necesitaba trabajo. El dijo que no le vendría mal, y así empezó. No era un trabajo a tiempo completo. Sólo cuando alguien llamaba pidiendo un viaje. La mayoría de la gente llega aquí en su coche.

– Y entonces, hace tres o cuatro años, le dijo que se llamaba Tom Walling.

– No, me lo dijo cuando me alquiló el remolque. Eso fue la primera vez que vino aquí.

– ¿Y hace un mes? ¿Ha dicho que le pagó y se marchó?

– Sí, dijo que volvería y quería conservar el sitio. Lo alquiló hasta agosto. Pero se fue y no he vuelto a tener noticias suyas.

Fuera del bar sonó una alarma. El Mercedes. Rachel se volvió a Bosch, quien ya estaba dirigiéndose a la puerta.

– Voy-dijo.

Salió del bar dejando a Rachel sola con Rett. Ella se volvió hacia el alcalde.

– ¿Alguna vez le dijo Tom Walling de dónde venía?

– No, nunca lo mencionó. No hablaba demasiado.

– Y usted nunca preguntó.

– Cielo, en un lugar como éste no se hacen preguntas. A la gente que viene aquí no le gusta contestar preguntas. A Tom le gustaba conducir y ganarse unos pavos de vez en cuando, y después venía y echaba una partida solo. No bebía, sólo mascaba chicle. Nunca se mezclaba con las putas y nunca llegaba tarde a recoger a un cliente. Para mí era perfecto. El tipo que conduce para mí ahora, siempre…

– No me importa el tipo que tiene ahora.

Sonó la campana detrás de Rachel y cuando ésta se volvió vio que Bosch estaba entrando. El le hizo una seña con la cabeza para decirle que todo estaba en orden.

– Han tratado de abrir la puerta. Creo que el cierre para niños no funciona.

Rachel asintió con la cabeza y centró su atención nuevamente en Rett, el orgulloso alcalde de una ciudad de burdeles.

– Señor Rett, ¿dónde está el domicilio de Tom Walling?

– Tiene el remolque sencillo que hay en el risco, al oeste del pueblo. -Rett sonrió, revelando un diente podrido en la fila inferior, y continuó-: Le gustaba estar fuera del pueblo. Me dijo que no le gustaba estar cerca de toda la excitación de por aquí. Así que lo puse allí, detrás de Titanic Rock.

– ¿Titanic Rock?

– Lo reconocerá cuando llegue allí, si ha visto la peli. Además, uno de esos escaladores listillos que vienen por aquí lo marcó. Ya lo verá. Coja la carretera de aquí detrás hacia el oeste, no tiene pérdida. Busque el barco que se hunde.

33

Yo me quedé en el Mercedes con las dos prostitutas. Puse el aire acondicionado y traté de enfriar también sus ánimos. Rachel seguía en el bar, hablando por teléfono con Cherie Dei y coordinando la llegada de refuerzos. Supuse que pronto llegarían los helicópteros y un ejército de agentes descendería sobre Clear, Nevada. La pista estaba fresca. Estaban cerca.

Traté de hablar con las dos chicas. Me resultaba difícil pensar en ellas como mujeres, a pesar de su forma de ganarse la vida y aunque tenían la edad suficiente. Probablemente sabían todo lo que había que saber sobre los hombres, pero no parecían saber nada del mundo. En mi mente eran sólo niñas que habían tomado un camino equivocado o a las que habían arrebatado su derecho de ser mujeres. Empezaba a entender lo que Rachel había dicho antes.

– ¿Alguna vez fue Tom Walling al remolque para estar con alguna de las chicas? -pregunté.

– Yo no lo vi -dijo Tammy.

– Decían que seguramente era marica-añadió Mecca.

– ¿Por qué decían eso?

– Porque vivía como un ermitaño -replicó Mecca-. Y nunca quería ningún conejito, aunque Tawny le habría dejado a alguna chica de la casa como a los otros chóferes.

– ¿Hay muchos chóferes?

– Él era el único de por aquí -dijo Tammy con rapidez, pues al parecer no le gustaba que Mecca llevara la voz cantante-. Los otros vienen de Las Vegas. Algunos trabajan para los casinos.

– Si hay chóferes en Las Vegas, ¿cómo es que alguien contrata a Tom para que vaya a buscarlos allí?

– No lo hacen -dijo Mecca.

– A veces lo hacen -la corrigió Tammy.

– Bueno, a veces. Los tontos. Pero sobre todo llamábamos a Tom cuando alguien se quedaba aquí un tiempo y alquilaba uno de los remolques del viejo Billings y después necesitaba que lo llevaran porque su chófer se había ido. Los chóferes de los casinos no esperan demasiado. A no ser que seas uno de esos jugadores de mucha pasta, y aun así probablemente…

– ¿Y entonces qué?

– Entonces para empezar no vendrías a Clear.

– Hay chicas más guapas en Pahrump -dijo Tammy como si tal cosa, como si fuera una desventaja estrictamente laboral y no algo que le preocupara personalmente.

– Y está un poco más cerca, y el polvo es más caro -dijo Mecca-, así que lo que tenemos aquí son los clientes preocupados por el precio.

Hablaba como una auténtica experta en estudios de mercado. Traté de volver a orientar la conversación.

– Así que, sobre todo, Tom Walling venía y llevaba a los clientes a Las Vegas o a donde fuera.

– Exacto.

– Exacto.

– Y esos tipos, esos clientes, podían ser completamente anónimos. No pedís identificaciones, ¿verdad? Los clientes pueden usar cualquier nombre que se les ocurre.