– Aja. A no ser que parezca que todavía no tienen veintiuno.
– Exacto, pedimos la identificación de los jóvenes.
Entendí perfectamente el modus operandi, cómo Backus podía haber escogido a los clientes del burdel como víctimas. Si habían tomado medidas de seguridad para salvaguardar sus identidades y ocultado que habían hecho el viaje a Clear, entonces inadvertidamente se habían convertido en las víctimas perfectas. También encajaba con lo que se conocía de los demonios que gobernaban su furia asesina. El perfil en el expediente del Poeta indicaba que la patología de Backus estaba entretejida con la relación con su padre, un hombre que por fuera alardeaba de su imagen de agente del FBI, pero que abusaba de su mujer e hijo hasta el extremo de que una se había ido de casa mientras pudo, mientras que el que no podía irse tuvo que refugiarse en un mundo de fantasías entre las que estaba matar a quien abusaba de él.
Me di cuenta de que faltaba algo. Lloyd Rockland, la víctima que había alquilado el coche. ¿Cómo encajaba con el hecho de que necesitara un chófer?
Abrí la carpeta que Rachel había dejado en el coche y saqué la foto de Rockland. Se la mostré a las mujeres.
– ¿Alguna de vosotras reconoce a este tipo? Se llamaba Lloyd.
– ¿Se llamaba? -preguntó Mecca.
– Sí, eso es, se llamaba. Lloyd Rockland. Está muerto. ¿Lo reconocéis?
Ninguna de ellas lo hizo. Sabía que era una posibilidad remota. Rockland había desaparecido en 2002. Traté de buscar una explicación que permitiera que Rockland encajara en la teoría.
– Vendéis alcohol en el local, ¿verdad?
– Si el cliente lo quiere, podemos dárselo -dijo Mecca-. Tenemos licencia.
– Muy bien, ¿qué pasa cuando un cliente viene conduciendo desde Las Vegas y está demasiado borracho para conducir de vuelta?
– Puede dormir la mona -respondió ella-. Puede usar una habitación si paga por ella.
– ¿Y si quiere volver? ¿Y si necesita volver?
– Puede llamar aquí, y el alcalde se ocupa de él. El chófer lo lleva en el coche del cliente y después vuelve en uno de los coches de los casinos o se busca la vida.
Asentí con la cabeza. También funcionaba con mi teoría. Rockland podía haberse emborrachado y haber sido llevado por el chófer, Backus. Sólo que no lo llevó a Las Vegas.
– Señor, ¿vamos a tener que quedarnos todo el día? -preguntó Mecca.
– No lo sé -dije mientras levantaba la mirada a la puerta del remolque.
Rachel trataba de no levantar la voz, porque en el otro extremo de la barra Billings Rett estaba simulando que hacía un crucigrama mientras trataba de escuchar la conversación del teléfono.
– ¿Cuánto tiempo?
– Estaremos en el aire dentro de veinte minutos y después otros veinte minutos para llegar hasta ahí -dijo Cherie Dei-. Así que quédate tranquila, Rachel.
– Entendido.
– Y Rachel, te conozco. Sé lo que querrías hacer. Aléjate del remolque del sospechoso hasta que lleguemos allí con un ERP. Deja que ellos hagan su trabajo.
Rachel casi le dijo a Dei que el hecho era que no la conocía, que no tenía la menor idea de cómo era ella. Pero no lo hizo.
– Entendido -dijo en cambio.
– ¿Y Bosch? -preguntó Dei a continuación.
– ¿Qué pasa con él?
– Quiero que lo mantengas apartado de esto.
– Eso será bastante difícil porque él descubrió el sitio. Estamos aquí gracias a él.
– Eso lo entiendo, pero tarde o temprano habríamos llegado. Siempre lo hacemos. Le daremos las gracias, pero hemos de barrerlo después de eso.
– Bueno, eso se lo dirás tú.
– Lo haré. ¿Estamos a punto? Tengo que ir a Nellis.
– Todo listo, te veo en menos de una hora.
– Rachel, una última cosa, ¿por qué no condujiste tú?
– Era la corazonada de Bosch, y él quería conducir. ¿Qué diferencia hay?
– Le estabas dando el control de la situación, eso es todo.
– Eso es repensarlo a posteriori. Pensábamos que podíamos encontrar una pista sobre los hombres desaparecidos, no que iríamos directos a…
– Está bien, Rachel, no debería haberlo sacado a relucir. Tengo que irme.
Dei colgó en su lado. Rachel no podía colgar porque el teléfono se extendía desde la pared de atrás y por encima de la barra. Levantó el auricular para que Rett lo viera. Este dejó el lápiz y se acercó a cogerlo para colgar.
– Gracias, señor Rett. Dentro de aproximadamente una hora aterrizarán aquí un par de helicópteros. Probablemente justo delante de este remolque. Los agentes querrán hablar con usted. Más formalmente que yo. Probablemente hablarán con un montón de gente de este pueblo.
– No es bueno para el negocio.
– Probablemente no, pero cuanto más deprisa coopere la gente, más deprisa se irán.
Rachel no mencionó nada sobre la horda de medios de comunicación que probablemente también descenderían en la localidad en cuanto se revelara públicamente que la pequeña ciudad de los burdeles del desierto era el sitio donde el Poeta se había ocultado durante todos esos años y donde había elegido a sus últimas víctimas.
– Si los agentes preguntan dónde estoy, dígales que he ido al remolque de Tom Walling, ¿de acuerdo?
– Me había parecido que le decían que no fuera allí.
– Señor Rett, simplemente dígales lo que le he pedido que les diga.
– Lo haré.
– Por cierto, ¿ha estado allí desde que él vino y le dijo que se iba durante un tiempo?
– No, todavía no he tenido tiempo de ir. Él pagó el alquiler, así que no creo que sea asunto mío ir a cotillear en sus cosas. En Clear no somos así.
Rachel asintió con la cabeza.
– Muy bien, señor Rett, gracias por su cooperación.
El se encogió de hombros, o bien para expresar que no tenía elección, o bien para decir que su cooperación había sido mínima.
Rachel dio la espalda a la barra y se dirigió a la puerta, pero vaciló al llegar al umbral. Metió la mano en el blazer y sacó el cargador extra de la Sig Sauer del cinturón. Lo sopesó un momento y después se lo metió en el bolsillo del blazer. Salió del bar y se sentó al lado de Bosch en el Mercedes.
– ¿ Y? -dijo él-. ¿ La agente Dei está furiosa?
– No. Acabamos de darle la mejor pista del caso, ¿cómo iba a estar furiosa?
– No lo sé. Alguna gente tiene la capacidad de ponerse furiosa sin importar qué les des.
– ¿Vamos a quedarnos aquí sentados todo el día? -preguntó Mecca desde el asiento de atrás.
Rachel se volvió hacia las dos mujeres.
– Vamos a ir al risco del oeste para echar un vistazo a un remolque. Pueden venir con nosotros y quedarse en el coche o pueden entrar en el bar y esperar. Hay más agentes en camino. Probablemente las podrán entrevistar aquí y no tendrán que ir a Las Vegas.
– Gracias a Dios -dijo Mecca-. Yo esperaré aquí.
– Yo también -dijo Tammy.
Bosch las dejó salir del coche.
– Esperen aquí -les gritó Rachel-. Si vuelven a su caravana o a cualquier otro sitio no irán muy lejos y sólo conseguirán que se pongan furiosos.
Ellas no acusaron recibo de la advertencia. Rachel observó que subían la rampa y entraban en el bar. Bosch volvió a meterse en el coche y puso la marcha atrás.
– ¿Estás segura de esto? -preguntó-. Apuesto a que la agente Dei te ha dicho que esperes hasta que lleguen aquí los refuerzos.
– También ha dicho que una de las primeras cosas que iba a hacer era enviarte a casa. ¿Quieres esperarla o quieres ir a ver ese remolque?
– No te preocupes, iré. No soy yo el que se juega la carrera.
– Menuda carrera.
Seguimos la carretera polvorienta que Billings Rett nos había indicado, y ésta conducía hacia el oeste desde la población de Clear y subía una loma de algo más de un kilómetro. La carretera se allanaba entonces y describía una curva por detrás de un afloramiento rocoso que era tal cual lo había descrito Rett. Parecía la popa del famoso barco de pasajeros cuando ésta se alzaba del agua en un ángulo de sesenta grados poco antes de desaparecer en el océano. Según la película, al menos. El escalador del que Rett había hecho mención había escalado hasta el lugar apropiado de la cima y había escrito «Titanic» con pintura blanca en la superficie de la roca.