Cuando ya no pudo seguir mirándolas, dejó las fotos y cogió la segunda pila. Había menos fotografías en ésta y sobre todo estaban centradas en una mujer y dos niños que recorrían un centro comercial. Las dejó y estaba a punto de coger la cámara que estaba sobre la tercera pila de fotos cuando Bosch entró en la caravana.
– Rachel, ¿qué estamos haciendo?
– No te preocupes. Tenemos cinco, quizá diez minutos. Saldremos en cuanto escuchemos los helicópteros y dejaremos que se ocupe el equipo de recuperación de pruebas. Sólo quería ver si…
– No estoy hablando de ganarles de mano a otros agentes. No me gusta esto… La puerta abierta. Algo no…
Se detuvo cuando reparó en las fotos.
Rachel se volvió hacia la mesa y levantó la cámara que descansaba encima de la última pila de fotos. Miró una foto de ella misma. Tardó un momento en situarla, pero enseguida supo dónde había sido tomada.
– Ha estado conmigo todo el tiempo -dijo.
– ¿De qué estás hablando? -preguntó Bosch.
– Esto es O'Hare. Mi escala. Backus estuvo allí vigilándome.
Rachel pasó rápidamente las fotos. Había seis, todas ellas imágenes suyas en el día de su viaje. En la última foto ella y Cherie Dei se saludaban en la zona de recogida de equipaje, y Cherie sostenía en un costado un cartel que ponía «Bob Backus».
– Ha estado vigilándome.
– Como vigiló a Terry.
Bosch se estiró hacia la bandeja de la impresora y con un dedo fue levantando las fotos por los bordes para no dejar ninguna huella. Aparentemente era la última imagen que Backus había impreso allí. Mostraba la fachada de un edificio de dos plantas sin ningún diseño particular. En el sendero de entrada había una furgoneta. Un hombre mayor estaba de pie junto a la puerta del conductor, mirando un llavero como si buscara la llave para abrir el coche.
Bosch le tendió la foto a Rachel.
– ¿Quién es?
Ella la miró unos segundos.
– No lo sé.
– ¿Y la casa?
– Nunca la había visto.
Bosch, cuidadosamente, volvió a dejar la foto en la bandeja para que fuera descubierta en su posición original por el equipo de recuperación de pruebas.
Rachel se situó detrás de él y recorrió el pasillo hacia una puerta cerrada. Antes de llegar al final del corredor entró en el cuarto de baño. Estaba limpio a no ser por las moscas muertas que cubrían todas las superficies. En la bañera vio dos almohadas y una manta dispuestas como para dormir. Recordó los informes recopilados sobre Backus y sintió que la repulsión física crecía en su pecho.
Salió del cuarto de baño y fue a la puerta cerrada situada al final del pasillo.
– ¿Es aquí donde lo has visto? -preguntó.
Bosch se volvió y observó que la agente del FBI se acercaba a la puerta.
– Rachel…
Rachel no se detuvo. Giró el pomo y abrió la puerta. Oí con claridad un sonido metálico que mi mente no asoció con ninguna cerradura de puerta. Rachel detuvo su movimiento y su postura se tensó.
– ¿Harry?
Empecé a acercarme.
– ¿Qué pasa?
– ¡Harry!
Ella se volvió hacia mí en los confines del pasillo de paneles de madera. Miré más allá de su rostro y vi el cadáver en la cama. Un hombre tendido boca arriba, con un sombrero vaquero inclinado sobre el rostro. Tenía una pistola en la mano derecha y una herida de bala en la parte superior del pecho izquierdo.
Las moscas zumbaban a nuestro alrededor. Oí un sonido más alto y siseante. Pasé al lado de Rachel y vi la mecha en el suelo. Reconocí que era una mecha química, unos cables trenzados tratados con productos químicos que arderían en cualquier sitio y en cualquier condición, incluso bajo el agua.
La mecha se consumía deprisa. No podíamos detenerla. Había quizás un metro y veinte centímetros de mecha enrollada en el suelo y luego desaparecía debajo de la cama. Rachel se inclinó y se agachó para tirar de ella.
– No lo hagas. Podría activarlo. No podemos… Hemos de salir de aquí.
– ¡No! ¡No podemos perder esta escena! Hemos de…
– Rachel, no hay tiempo. ¡Vámonos! ¡Corre! ¡Ya!
La empujé hacia el pasillo y le bloqueé el paso para evitar cualquier posible intento de ella de entrar de nuevo en la habitación. Empecé a avanzar de espaldas, con la mirada fija en la figura de la cama. Cuando pensé que Rachel se había rendido, me volví y vi que estaba esperando. Me apartó para pasar.
– ¡Necesitamos ADN! -gritó.
Observé que entraba en la habitación y saltaba a la cama. Su mano se alzó y agarró el sombrero de la cabeza del cadáver, revelando una cara que estaba distorsionada y gris por la descomposición. Rápidamente retrocedió hacia el pasillo.
Incluso en ese momento admiré su idea y cómo la había llevado a cabo. Casi con toda seguridad el borde del sombrero tendría células dérmicas que contendrían el ADN de la víctima. Rachel pasó corriendo con el sombrero hacia la puerta. Yo bajé la mirada y vi que el punto encendido de la mecha desaparecía bajo la cama. Eché a correr detrás de ella.
– ¿Era él? -gritó por encima del hombro.
Sabía qué quería decir. ¿Era el cadáver del hombre que yacía en la cama el del hombre que apareció en el barco de Terry McCaleb? ¿Era Backus?
– No lo sé. ¡Corre! ¡Vámonos!
Llegué a la puerta dos segundos después que Rachel. Ella ya estaba en el suelo, alejándose en dirección a Titanic Rock. Yo la seguí. Había dado unos cinco pasos cuando la explosión desgarró el aire detrás de mí. Me golpeó el impacto pleno de la ensordecedora sacudida y me caí de bruces al suelo. Recordé del entrenamiento básico la maniobra de hacerme un ovillo y rodar, y eso me sirvió para alejarme unos pocos metros más de la explosión.
El tiempo se volvió inconexo y lento. En un momento estaba corriendo. Al siguiente estaba sobre mis manos y rodillas, con los ojos abiertos y tratando de levantar la cabeza. Algo eclipsó el sol momentáneamente y no sé bien cómo logré mirar hacia arriba y vi la carcasa de la caravana a diez metros de altura, paredes y techo intactos. Parecía flotar, casi suspendida en el aire. Entonces cayó diez metros delante de mí, con los laterales de aluminio astillados tan afilados como cuchillas. Hizo un sonido como si cinco coches apilados cayeran al suelo.
Miré al cielo por si venía algo más y vi que estaba a salvo. Me volví hacia la ubicación original de la caravana: un fuego intenso y un espeso humo negro subía en forma de nube hacia el cielo. No había nada reconocible en la casa remolque. Todo se había consumido por la explosión y el fuego. La cama y el hombre habían desaparecido. Backus lo había planeado a la perfección.
Me puse en pie, pero no tenía estabilidad porque mis tímpanos todavía estaban reaccionando y había perdido el sentido del equilibrio. Oía un zumbido como si estuviera caminando a través de un túnel con trenes acelerando junto a mí a ambos lados. Quería poner las manos encima de mis oídos, pero sabía que eso no me aliviaría. El sonido estaba reverberando desde dentro.
Rachel estaba a sólo un par de metros de mí antes de la explosión, pero en ese momento ya no la veía. Trastabillé en el humo y empecé a temer que estuviera debajo de la carcasa de la caravana.
Finalmente la encontré en el suelo a la izquierda de los restos del remolque. Estaba tumbada sobre el polvo y las rocas, sin moverse. El sombrero negro permanecía en el suelo a su lado, como un signo de muerte. Me acerqué a ella lo más deprisa que pude.
– ¿Rachel?
Me puse a cuatro patas y en primer lugar la examiné sin tocarla. Estaba tumbada boca abajo, y el pelo caído hacia delante contribuía a ocultarme sus ojos. De repente me acordé de mi hija al apartarle suavemente el pelo. Entonces vi sangre en el dorso de mi mano y por primera vez me di cuenta de que yo tenía una pequeña herida. Ya me ocuparía de eso después.