– ¿Rachel?
No sabía si respiraba o no. Mis sentidos parecían afectados por un efecto dominó. Con mi oído perdido al menos temporalmente, la coordinación del resto de mis sentidos no funcionaba. Le di un golpecito en la mejilla.
– Vamos, Rachel, despierta.
No quería darle la vuelta por si tenía heridas no visibles que pudieran agravarse. Le di otra vez golpecitos en la mejilla, esta vez con más fuerza. Le puse una mano en la espalda, esperando que sentiría, como con mi hija, el subir y bajar de su respiración.
Nada. Puse la oreja en su espalda en un acto ridículo considerando mi estado. Mi instinto estaba funcionando al margen de la lógica. Me dije que no tenía elección y ya iba a darle la vuelta cuando vi que cerraba los dedos de la mano derecha para formar un puño.
Rachel de repente levantó la cabeza del suelo y gimió. Lo hizo con la fuerza suficiente para que yo lo oyera.
– Rachel, ¿estás bien?
– Yo… estoy… hay pruebas en el remolque. Las necesitamos.
– Rachel, ya no hay remolque.
Ella pugnó por darse la vuelta y sentarse. Abrió los ojos y vio los restos en llamas de lo que había sido el remolque. Vi que tenía las pupilas dilatadas. Tenía una conmoción.
– ¿Qué has hecho? -me preguntó en tono acusatorio.
– No he sido yo. Era una trampa. Cuando abriste la puerta del dormitorio…
– Oh.
Ella movió la cabeza atrás y adelante como si tuviera el cuello agarrotado. Vio el sombrero vaquero negro en el suelo a su lado.
– ¿Qué es eso?
– Su sombrero. Lo cogiste al salir.
– ¿ADN?
– Con suerte, pero no sé para qué servirá.
Ella miró de nuevo al suelo en llamas de la caravana. Estábamos demasiado cerca. Sentía el calor del fuego, pero todavía no estaba seguro de si debía moverla.
– Rachel, ¿por qué no vuelves a tumbarte? Creo que tienes una conmoción. Podrías tener otras heridas.
– Sí, creo que es una buena idea.
Rachel apoyó la cabeza en el suelo y se quedó mirando al cielo. Decidí que no era una posición mala e hice lo mismo. Era como estar en la playa. Si hubiera sido de noche podríamos haber contado las estrellas.
Antes de oírlos llegar sentí que se aproximaban los helicópteros. Una profunda vibración en el pecho me hizo mirar al cielo por el lado sur y vi los dos helicópteros de la fuerza aérea aterrizando en Titanic Rock. Levanté débilmente un brazo para saludarlos.
34
– ¿Qué diablos ha pasado?
El rostro del agente especial Randal Alpert estaba rígido y casi amoratado. Los había estado esperando en el hangar de Nellis cuando aterrizó el helicóptero. Su instinto político, al parecer, le había aconsejado no acudir en persona a la escena. Tenía que distanciarse a toda costa de la onda expansiva de la explosión en el desierto, que amenazaba con llegar hasta Washington.
Rachel Walling y Cherie Dei estaban de pie en el enorme hangar y se preparaban para la arremetida. Rachel no respondió a su pregunta porque pensaba que sólo era el preludio de una parrafada. Estaba reaccionando con lentitud, porque seguía un poco aturdida por la explosión.
– Agente Walling, le he hecho una pregunta.
– Había puesto explosivos en la caravana -dijo Cherie Dei-. Sabía que ella…
– Le he preguntado a ella no a ti -espetó Alpert-. Quiero que la agente Walling me diga exactamente por qué no pudo acatar las órdenes y cómo todo este asunto se ha torcido tanto que resulta irreconocible.
Rachel levantó las manos como para dar a entender que no había nada que pudiera haber hecho sobre lo ocurrido en el desierto.
– Íbamos a esperar al equipo de recuperación de pruebas -dijo ella-, como nos había instruido la agente Dei. Estábamos en la periferia del objetivo y fue entonces cuando nos dimos cuenta de que olía como si hubiera un cadáver y pensamos que podría haber alguien vivo allí dentro. Algún herido.
– ¿Y cómo diablos tuvieron esa idea simplemente porque olieron un cadáver?
– A Bosch le pareció que había oído algo.
– Oh, ya estamos, el viejo cuento del grito de ayuda.
– No, oyó algo. Pero supongo que fue el viento. Allí se arremolina. Las ventanas estaban abiertas. Debió de crear un sonido que él oyó.
– ¿Y usted? ¿Usted lo oyó?
– No, yo no.
Alpert miró a Dei y después de nuevo a Rachel. La agente de Rapid City sentía que la mirada del jefe la quemaba, pero sabía que era una buena historia y no iba a parpadear. Ella y Bosch la habían preparado. Bosch estaba fuera del alcance de Alpert. Tampoco podían culparla a ella si había actuado siguiendo la alarma de Bosch. Alpert podía despotricar todo lo que quisiera, pero nada más.
– ¿Sabe cuál es el problema de su historia? El problema está en su primera palabra «íbamos». Íbamos. Ha dicho «íbamos». No había ningún plural. Se le ordenó vigilar a Bosch, no unirse a él en la investigación. No meterse en su coche e ir hasta allí. No que interrogaran juntos a testigos ni que entraran juntos en esa caravana.
– Eso lo entiendo, pero dadas las circunstancias decidí que por el bien de la investigación era preferible que uniéramos nuestros conocimientos y recursos. Sinceramente, agente Alpert, Bosch fue quien encontró ese sitio. No tendríamos lo que tenemos ahora de no ser por él.
– No se engañe, agente Walling. Habríamos llegado allí.
– Lo sé, pero la velocidad era determinante. Lo dijo usted mismo después de la reunión de la mañana. El director iba a ponerse ante las cámaras. Yo quería avanzar en el caso para que él dispusiera de la máxima información posible.
– Bueno, pues olvídese de eso. Ahora no sabemos lo que tenemos. Ha pospuesto la conferencia de prensa y nos ha dado hasta mañana al mediodía para que entendamos qué tenemos allí.
Cherie Dei se aclaró la garganta y se arriesgó a entrometerse de nuevo.
– Eso es imposible -dijo-. El cuerpo está hecho picadillo. Están usando varias bolsas para sacarlo. Tardaremos semanas en hacer la identificación y conocer la causa de la muerte, si es que lo conseguimos. Por suerte, parece que la agente Walling pudo obtener una muestra de ADN del cadáver y eso aceleraría las cosas, pero no tenemos pruebas comparativas. Vamos…
– Tal vez no estabas escuchando hace diez segundos -dijo Alpert-, pero no disponemos de semanas. Tenemos menos de veinticuatro horas.
Alpert dio la espalda a las dos mujeres y puso los brazos en jarras, adoptando una pose que mostraba el peso que le había caído encima por ser el único agente inteligente y sagaz que quedaba en el planeta.
– Entonces déjenos volver allí -dijo Rachel-. Tal vez entre los escombros encontremos algo que…
– ¡No! -gritó Alpert. Se volvió de nuevo-. Eso no será necesario, agente Walling. Ya ha hecho bastante.
– Conozco a Backus y conozco el caso. Debería estar trabajando.
– Yo decidiré quién trabajará en este caso y quién no. Quiero que vuelva usted a la oficina de campo y que se ponga con la documentación de este fiasco. Lo quiero en mi escritorio mañana a las ocho de la mañana. Quiero una lista detallada de todo lo que vio en el interior de esa caravana.
Alpert esperó para ver si ella discutía la orden. Rachel permaneció en silencio y eso pareció complacer al agente especial al mando.
– Ahora tengo a los medios encima con esto. ¿Qué podemos hacer público que no nos desmonte la parada y que no eclipse al director mañana?
Dei se encogió de hombros.
– Nada. Dígales que el director se dirigirá a ellos mañana, fin de la historia.
– Eso no funcionará. Hemos de darles algo.