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Después de una taza de café, no se me ocurrió nada y cerré el archivo. Necesitaba algo nuevo. Necesitaba o bien dejarlo estar y confiar y esperar en que el FBI haría su trabajo o encontrar un nuevo ángulo a seguir.

No estoy en contra del FBI. Mi opinión es que es la agencia policial más concienzuda, bien equipada e implacable del mundo. Su problema radica en su tamaño y en las muchas grietas en las comunicaciones entre oficinas, brigadas y etcétera etcétera hasta llegar a los propios agentes. Sólo hacía falta una debacle como la del 11-S para que al mundo le quedara claro lo que la mayoría de la gente del mundillo policial, incluidos agentes del FBI, ya sabía.

Como institución se cuida en demasía de su reputación y la política tiene un peso excesivo desde los tiempos de J. Edgar Hoover.

Eleanor Wish conoció a un agente que había estado asignado al cuartel general de Washington en la época en que lo dirigía J. Edgar. Decía que la ley no escrita era que si un agente estaba en el ascensor y entraba el director, al agente no se le permitía dirigirse a él, ni siquiera decirle hola, y se le pedía que bajara de inmediato para que el gran hombre pudiera subir solo y sopesar su gran responsabilidad. La anécdota siempre me impactó por alguna razón. Creo que porque reflejaba la arrogancia absoluta del FBI.

El resumen era que no quería llamar a Graciela McCaleb y decirle que el asesino de su marido seguía en libertad y que el FBI se ocuparía de ello. Quería ocuparme yo. Se lo debía a ella y a Terry, y yo siempre pago lo que debo.

Otra vez en la carretera, el café y el azúcar me pusieron de nuevo en marcha y aceleré hacia la Ciudad de los Ángeles. Cuando llegué a la autovía 10 me recibió la lluvia y el tráfico se enlenteció. Busqué en el dial la KFWB y me enteré de que había llovido todo el día y no se esperaba que dejara de hacerlo hasta el fin de semana. Estaban emitiendo un reportaje en directo desde Topanga Canyon, donde los residentes estaban poniendo sacos de arena en puertas y garajes en espera de lo peor. Los peligros eran los corrimientos de barro y las inundaciones. Los incendios catastróficos que habían asolado las colinas el año anterior habían dejado poco suelo para absorber la lluvia. Todo bajaba.

Sabía que con semejante clima tardaría una hora más en llegar a casa. Miré mi reloj. Apenas pasaba de medianoche. Había planeado esperar hasta llegar a casa para llamar a Kiz Rider, pero decidí que entonces podría ser demasiado tarde. Abrí mi teléfono y marqué el número de su casa. Ella contestó de inmediato.

– Kiz, soy Harry. ¿Estás levantada?

– Claro, Harry. No puedo dormir cuando llueve.

– Ya te entiendo.

– Bueno, ¿cuál es la buena noticia?

– Todos cuentan o no cuenta nadie.

– ¿Qué significa?

– Acepto si tú aceptas.

– Vamos, Harry, no me lo cuelgues a mí.

– Acepto si tú aceptas.

– Vamos tío, yo ya he aceptado.

– Ya sabes lo que quiero decir. Esta es tu salvación, Kiz. Nos hemos desviado del camino. Ya es hora de que volvamos a él.

Esperé. Hubo un largo silencio hasta que ella habló finalmente.

– El jefe se va a poner hecho una furia. Me ha puesto en muchas cosas.

– Si es el hombre que dices que es lo entenderá. Tú harás que lo entienda.

Más silencio.

– Vale, Harry, vale, acepto.

– Muy bien. Me pasaré mañana y firmaré.

– Perfecto, Harry, te veo entonces.

– Sabías que llamaría, ¿verdad?

– Ponlo de esta manera, los papeles que tienes que firmar los tengo encima de mi escritorio.

– Siempre fuiste demasiado lista para mí.

– Lo digo en serio que te necesitamos. Ese es el resumen. Pero tampoco creo que hubieras aguantado mucho por tu cuenta. Conozco a tíos que entregaron la placa y siguieron el camino de la investigación privada, o que venden casas, coches, electrodomésticos, incluso libros. Funciona para la mayoría de ellos, pero no para ti, Harry. Supongo que tú también lo sabías.

Yo no dije nada. Estaba mirando en la oscuridad que se hallaba más allá del alcance de mis luces. Algo que Kiz había dicho había provocado la avalancha.

– Harry, ¿sigues ahí?

– Sí, escucha, Kiz, acabas de decir libros. Conocías a un tipo que se retiró y vende libros. ¿Es Ed Thomas?

– Sí, llegué a Hollywood seis meses antes de que él presentara sus papeles. Él lo dejó y abrió una librería en Orange.

– Ya lo sé. ¿Has estado alguna vez?

– Sí, una vez estuvo Dean Koontz firmando libros allí. Lo vi en el periódico. Es mi favorito y no firma en muchos sitios. Así que fui. La cola llegaba hasta la puerta y seguía por la acera, pero en cuanto Ed me vio me invitó a entrar y me lo presentó. Conseguí mi libro firmado. De hecho, fue incómodo.

– ¿Cómo se llama?

– Um, creo que era Strange Highways.

Eso me planchó. Pensaba que estaba a punto de dar un salto en mi razonamiento y establecer una conexión.

– No, de hecho, fue después -dijo Kiz-. Era Solé Survivor, la historia del accidente aéreo.

Me di cuenta de lo que ella estaba diciendo y cómo no nos habíamos entendido.

– No, Kiz, ¿cuál es el nombre de la librería de Ed?

– Ah, se llama Book Carnival. Creo que ya se llamaba así cuando él compró el negocio. Si no lo habría llamado de otra manera, algo misterioso, porque sobre todo vende libros de misterio.

Book Car como en Book Carnival. Involuntariamente pisé más a fondo el acelerador.

– Kiz, he de colgar. Te llamaré después.

Cerré el teléfono sin esperar a que ella me dijera adiós. Mirando entre la carretera y la pantalla del móvil revisé mi lista de llamadas recientes y marqué el botón de conectar después de seleccionar el número de móvil de Rachel Walling. Ella contestó incluso antes de que yo oyera el tono.

– Rachel, soy Harry. Siento llamar tan tarde, pero es importante.

– Estoy en medio de algo -susurró.

– ¿Todavía estás en la oficina de campo?

– Exacto.

Traté de pensar en qué la mantenía allí después de medianoche en un día que había empezado tan temprano.

– ¿Es el bidón de basura? ¿El libro quemado?

– No, todavía no hemos llegado a eso. Es otra cosa. He de colgar.

Su voz era sombría y como no había usado mi nombre entendí que había otros agentes presentes y que aquello en lo que estaba metida no era bueno.

– Rachel, escucha, tengo algo. Tienes que venir a Los Ángeles.

El tono de ella cambió. Creo que supo por la urgencia en mi voz que se trataba de algo importante.

– ¿Qué es?

– Conozco el próximo movimiento del Poeta.

38

– Te llamaré yo.

Rachel cerró el teléfono y se lo metió en el bolsillo del blazer. Las palabras de Bosch hacían eco en su corazón.

– Agente Walling, le agradecería que se mantuviera en nuestra conversación.

Rachel miró a Alpert.

– Lo siento.

Más allá del agente especial al mando, Rachel vio la pantalla de telecomunicación donde la cara de Brass Doran era más grande que en vivo. Estaba sonriendo.

– Brass, continúa -dijo Alpert.

– De hecho, he terminado. Es todo lo que tenemos en este momento. Podemos confirmar por las huellas que Roben Backus estuvo en ese remolque. No podemos confirmar que estuviera en su interior cuando explotó.