– ¿Y el ADN?
– Las pruebas de ADN recogidas por la agente Walling, corriendo un gran riesgo, debo añadir, y después por el equipo de recuperación de pruebas sólo serán útiles si tenemos con qué compararlas. Esto es, si de alguna manera encontramos una fuente del ADN de Robert Backus. O si lo usamos para identificar el cadáver del remolque como el de otra persona.
– ¿Y los padres de Backus? ¿Podemos extraer ADN de…?
– Hemos seguido esa senda antes. Su padre estaba muerto e incinerado antes de que pensáramos en ello, la ciencia no había llegado tan lejos entonces, y su madre nunca fue localizada. Se cree que pudo haber sido su primera víctima. Desapareció hace algunos años sin dejar rastro.
– Este tío pensaba en todo.
– En el caso de su madre, probablemente se trataba más bien de una venganza por su abandono. Cuesta creer que entonces ya hiciera algo para prevenir una posterior extracción de ADN.
– Lo único que quiero decir es que estamos bien jodidos.
– Lo siento, Randal, pero la ciencia no puede llegar más lejos.
– Ya lo sé, Brass. ¿Puedes decirme alguna cosa más? ¿Algo nuevo? -Creo que no.
– Fantástico. Entonces, iré a decirle sólo esto al director. Que sabemos que Backus estuvo en ese remolque: tenemos pruebas forenses y relatos de testigos que lo atestiguan. Pero en este momento no podemos dar el siguiente paso y decir que está muerto y adiós y buen viaje.
– ¿No hay ninguna manera de que podamos convencer al director para que mantenga el silencio y nos dé más tiempo para solucionarlo todo? Por el bien de la investigación.
Rachel casi rió. Sabía que el bien de la investigación siempre estaría supeditado a las consideraciones políticas en el edificio Hoover de la capital federal.
– Ya lo he intentado -dijo Alpert-. La respuesta es no. Hay demasiado en juego. Ha saltado la liebre, gracias a la explosión en el desierto. Si fue Backus el que saltó por los aires, entonces bien, finalmente lo confirmaremos y todo estará en orden. Si no era Backus y tiene en mente otra jugada, el director tiene que salir a la luz con esto ahora o las consecuencias de la onda expansiva serían fatales. Así que va a salir a la luz con lo que ahora sabemos: Backus estuvo allí, Backus es el sospechoso en los asesinatos en el desierto, Backus podría estar muerto o no. No hay nada que pueda disuadirlo en este momento.
Alpert le había echado una mirada a Rachel cuando dijo que había saltado la liebre, como si la considerara responsable de todo. Ella pensó en revelar lo que Bosch acababa de decirle, pero en ese instante decidió no hacerlo. Todavía no. No hasta que supiera más.
– De acuerdo, gente, es todo -anunció Alpert abruptamente-. Brass, te veremos en la pantalla gigante mañana por la mañana. Agente Walling, ¿puede quedarse un momento?
Rachel observó que Brass desaparecía de la pantalla y acto seguido ésta se puso negra, la transmisión terminó. Alpert después se acercó a la mesa en la que estaba sentada Rachel.
– ¿Agente Walling?
– ¿Sí?
– Su trabajo aquí ha terminado.
– ¿Disculpe?
– Ha terminado. Vuelva a su hotel y haga las maletas.
– Todavía hay mucho por hacer aquí. Quiero…
– No me importa lo que quiera usted. Yo la quiero fuera de aquí. Ha socavado la investigación desde que llegó. Mañana por la mañana quiero que coja el primer avión y vuelva al sitio del que ha venido. ¿Entendido?
– Está cometiendo un error. Yo debería ser parte de…
– Usted está cometiendo un error al discutir conmigo de esto. No puedo dejárselo más claro. La quiero fuera de aquí. Devuelva su documentación y súbase a un avión.
Ella lo miró, tratando de comunicarle toda la ira que había tras sus ojos. El levantó la mano como para protegerse de algo.
– Tenga cuidado con lo que dice, podría volverse contra usted.
Rachel se tragó su rabia. Habló con voz tranquila y controlada.
– No me voy a ninguna parte.
Los ojos de Alpert amenazaban con salirse de sus órbitas. Se volvió e hizo una señal a Dei para que abandonara la sala. Después se volvió hacia Rachel y esperó a oír el sonido de la puerta al cerrarse.
– ¿Disculpe? ¿Qué acaba de decir?
– He dicho que no me voy a ninguna parte. Me quedo en el caso. Porque si me pone en un avión, no volveré a Dakota del Sur. Iré al cuartel general de Washington y directamente a la Oficina de Responsabilidad Profesional para denunciarle.
– ¿Por qué? ¿Qué va a denunciar?
– Me ha usado de cebo desde el principio. Sin mi conocimiento ni consentimiento.
– No sabe de qué está hablando. Adelante. Vaya a la ORP Se le reirán y volverán a mandarla otros diez años a las Badlands.
– Cherie cometió un error, y después usted también lo hizo. Cuando llamé desde Clear me preguntó por qué habíamos cogido el coche de Bosch. Después en el hangar usted hizo lo mismo. Sabía que había ido allí en el coche de Bosch. Empecé a pensar en ello y después averigüé por qué. Pusieron un repetidor GPS en mi coche. Esta noche me he metido debajo de la carrocería y lo he encontrado. Un dispositivo estándar del FBI, incluso lleva la etiqueta con el código. Habrá un registro de quién lo retiró.
– No tengo ni idea de lo que está hablando.
– Bueno, estoy segura de que la ORP podrá entenderlo. Supongo que Cherie les ayudará. Me refiero a que yo en su caso no ligaría mi carrera a la suya. Diría la verdad. Que me trajo aquí como cebo, que pensaba que yo haría salir a Backus a la superficie. Apuesto a que tuvo un equipo en la sombra detrás de mí todo el tiempo. También habrá un registro de eso. ¿Y mi teléfono y mi habitación de hotel? ¿También puso micrófonos?
Rachel vio que la expresión de Alpert cambiaba. Era una expresión de introspección. Su mente ya no estaba devorada por las acusaciones de Rachel, sino por las futuras consecuencias de una demanda sobre ética y una investigación. Rachel vio que reconocía su propia perdición. Un agente poniendo micros y siguiendo a otro agente, usándolo como cebo involuntario en una partida de apuestas muy altas. En el clima de escrutinio de los medios de comunicación y la filosofía extendida en todo el FBI de evitar cualquier controversia, sus actos no se sostendrían. Sería él quien caería, no ella. Rápidamente y en silencio se ocuparían de él. Quizá, si era afortunado, terminaría trabajando codo con codo con Rachel en la oficina de Rapid City.
– Las Badlands son muy bonitas en verano -dijo Rachel.
Se levantó y se dirigió a la puerta.
– ¿Agente Walling? -dijo Alpert a su espalda-. Espere un segundo.
39
El avión de Rachel aterrizó con media hora de retraso en Burbank debido a la lluvia y el viento. No había despejado en toda la noche y la ciudad estaba envuelta en una mortaja gris. Era el tipo de lluvia que paralizaba la metrópoli. El tráfico avanzaba con exasperante lentitud en todas las calles y autovías. Las carreteras no estaban preparadas para ello. Y la ciudad tampoco. Al amanecer las alcantarillas se estaban desbordando, los túneles estaban al límite de su capacidad y las aguas que fluían hacia el río Los Ángeles habían convertido el canal de hormigón que serpenteaba por la ciudad hasta el océano en unos rápidos atronadores. Era agua muy oscura, que arrastraba las cenizas de los incendios que habían ennegrecido las colinas el año anterior. El panorama transmitía una sensación de fin del mundo. La ciudad que había sido puesta a prueba por el fuego se enfrentaba en ese momento al agua. A veces viviendo en Los Ángeles uno sentía que viajaba como guardia armado del diablo hacia el Apocalipsis. La expresión en la mirada de la gente que vi esa mañana era la del que se pregunta qué será lo siguiente. ¿Un terremoto? ¿Un tsunami? ¿O quizás un desastre obra del hombre? Una docena de años antes, el fuego y la lluvia habían sido el presagio de un levantamiento tanto tectónico como social de la Ciudad de Los Ángeles. No creía que nadie en la ciudad pusiera en duda que podía ocurrir de nuevo. Si estamos condenados a repetirnos a nosotros mismos en nuestras locuras y errores, entonces es fácil pensar en el equilibrio natural operando según el mismo ciclo.