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La lluvia dificultaba la vigilancia de la librería. Dejar el limpiaparabrisas en marcha nos habría delatado. De manera que al principio observamos a través de la oscuridad del agua sobre el cristal.

Habíamos aparcado en el estacionamiento de un centro comercial en Tustin Boulevard, en la ciudad de Orange. Book Carnival era una pequeña librería encajada entre una tienda de rock y lo que parecía un almacén vacío. Tres puertas más allá había una armería.

La librería tenía una única puerta para los clientes. Antes de ocupar nuestra posición en el aparcamiento delantero habíamos inspeccionado la parte de atrás del centro comercial y habíamos visto una puerta trasera con el nombre de la tienda. Había un timbre y un cartel que decía: «Entregas. Llamen al timbre.»

En una situación ideal nos habríamos desplegado en la parte delantera y en la trasera del establecimiento con un mínimo de cuatro pares de ojos. Backus podía entrar por ambos lados, haciéndose pasar por un cliente por la puerta de delante o por un transportista por la de detrás. Pero la situación no tenía nada de ideal ese día. Estaba lloviendo y estábamos solos Rachel y yo. Aparcamos el Mercedes a cierta distancia de la fachada de la librería, pero todavía lo bastante cerca para ver y actuar en caso de necesidad.

El mostrador principal y la caja registradora estaban justo detrás del escaparate de Book Carnivaclass="underline" un punto a nuestro favor. Poco después de que abriera la librería vimos que Ed Thomas ocupaba su lugar detrás del mostrador. Puso un cajón con efectivo en la caja registradora e hizo algunas llamadas. Pese a que la lluvia dificultaba la visión a través del parabrisas, podíamos mantenerlo en nuestro campo de visión siempre que permaneciera en la caja registradora. Era la parte de atrás de la tienda lo que desaparecía en la penumbra. En las ocasiones en que abandonaba su puesto y caminaba hacia los estantes y expositores de la parte trasera lo perdíamos de vista y nos atenazaba un hormigueo de pánico.

En el camino, Rachel me había hablado del descubrimiento del GPS en su coche, la confirmación de que había sido utilizada por sus compañeros como un cebo para Backus. Y ahora estábamos allí, vigilando a un antiguo colega mío, en cierto modo usándolo como el nuevo cebo. No me sentía a gusto con eso. Quería entrar y decirle a Ed que estaba en el punto de mira, que debería tomarse unas vacaciones y marcharse de la ciudad. Pero no lo hice porque sabía que si Backus estaba vigilando a Thomas y veía cualquier desviación en la norma, podríamos perder nuestra única oportunidad con él. Así que Rachel y yo actuamos de manera egoísta con la vida de Ed Thomas, y sabía que en el futuro tendría que enfrentarme al sentimiento de culpa por mi actuación. En función de cómo resultaran las cosas mi culpa sería mayor o menor.

Los primeros dos clientes del día eran mujeres. Llegaron poco después de que Thomas hubiera abierto la puerta de la calle. Y mientras ellas estaban hojeando libros, un hombre aparcó enfrente y también entró. Era demasiado joven para ser Backus, así que no nos pusimos plenamente alerta. Salió a toda prisa y sin comprar nada. Más tarde, cuando se fueron las otras dos mujeres, cargadas con bolsas de libros, yo salí del Mercedes y atravesé corriendo el aparcamiento hasta colocarme debajo de la cornisa de la armería.

Rachel y yo habíamos decidido no involucrar a Thomas en nuestra investigación, pero eso no iba a impedirme acceder a la librería en misión de reconocimiento. Decidimos que entraría en Book Carnival con una historia de tapadera, trabaría conversación con Thomas y comprobaría si ya sospechaba que estaba siendo vigilado. Así que una vez que los primeros clientes del día se hubieron marchado, hice el movimiento.

Primero me metí en la armería puesto que era la tienda más cercana al lugar donde habíamos estacionado, y habría resultado extraño para alguien que estuviera vigilando el centro comercial que aparcara en un lado y fuera directamente a la librería que estaba en el otro. Eché un vistazo somero a las brillantes armas de fuego exhibidas en el escaparate y después a las dianas de cartón de la pared del fondo. Tenían las siluetas habituales, pero también había versiones con las caras de Osama Bin Laden y Saddam Hussein. Supuse que ésas eran las que más se vendían.

Cuando un hombre que estaba al otro lado del mostrador me preguntó si necesitaba ayuda le dije que sólo estaba mirando y salí de la tienda. Caminé hacia Book Carnival, deteniéndome primero a comprobar el escaparate vacío de la puerta de al lado. A través del cristal empapado vi cajas marcadas con lo que supuse que eran títulos de libros. Me di cuenta de que Thomas estaba usando el local para almacenar libros. Había un cartel de «Se alquila» y un número de teléfono, que memoricé por si acaso me servía en un plan que podíamos desarrollar después.

Entré en Book Carnival y vi a Ed Thomas detrás del mostrador. Sonreí y él sonrió al reconocerme, aunque me di cuenta de que tardó unos segundos en situar el rostro que había reconocido.

– Harry Bosch -dijo en cuanto lo tuvo.

– Eh, Ed, ¿qué tal te va?

Nos estrechamos las manos y sus ojos, detrás de las gafas, mostraron una calidez que me gustó. Estaba casi seguro de que no lo había visto desde la fiesta de su retiro en el Sportsman Lodge, en el valle de San Fernando, seis o siete años antes. El blanco predominaba en su cabello, pero era alto y se mantenía tan delgado como lo recordaba del trabajo. En las escenas de los crímenes tenía tendencia a mantener la libreta muy cerca de la cara cuando escribía. El motivo era que sus gafas siempre estaban una dioptría o dos por debajo de lo que necesitaba. La pose con los brazos en alto le valió el mote de Mantis Religiosa en la brigada de homicidios. De repente recordé eso. Recordé que en la invitación para la fiesta de su jubilación había una caricatura de Ed como un superhéroe con una capa, una máscara y una gran M en el pecho.

– ¿Cómo va el negocio de los libros?

– Va bien, Harry. ¿Qué te trae por aquí desde la ciudad del crimen? He oído que te retiraste hace un par de años.

– Sí, lo hice, pero estoy pensando en volver.

– ¿Lo echas de menos?

– Sí, más o menos. Ya veremos qué pasa.

Parecía sorprendido y me di cuenta de que él no echaba nada de menos del trabajo. El siempre había sido un lector, siempre tenía una caja de libros de bolsillo en el maletero para las vigilancias y cuando estaba sentado durante una escucha. Thomas disfrutaba de su pensión y su librería y podía pasar sin todo el horror del trabajo.

– ¿Sólo pasabas por aquí?

– No, de hecho, he venido por un motivo. ¿Recuerdas a mi antigua compañera Kiz Rider?

– Sí, claro, ha venido alguna vez.

– A eso iba. Me ha estado ayudando con algo y quiero hacerle un pequeño regalo. Recuerdo que una vez me dijo que tu tienda era el único sitio de por aquí donde se consiguen libros firmados por un escritor llamado Dean Koontz. Así que me estaba preguntando si tenías aquí alguno de ésos. Me gustaría regalarle uno.

– Creo que podría tener alguno en la parte de atrás. Déjame mirar. Esos libros se venden deprisa, pero suelo guardar un remanente.

Me dejó en el mostrador y atravesó la tienda hasta una puerta situada al fondo y que parecía conducir a un almacén. Supuse que la puerta de entregas de atrás daba a ese almacén. Cuando estuvo fuera de mi vista me incliné sobre el mostrador y miré en los estantes que había debajo. Vi una pequeña pantalla de vídeo con la imagen dividida en cuatro. Había cuatro ángulos de cámara que mostraban la zona de la caja registradora, conmigo inclinado sobre el mostrador; una vista amplia de todo el local; una imagen más centrada en un grupo de estantes; y el almacén de atrás, donde vi a Thomas mirando una pantalla similar colocada en una estantería.

Me di cuenta de que me estaba mirando a mí. Me enderecé, tratando de buscar rápidamente una explicación. Un momento después Thomas volvió al mostrador con un libro.