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– ¿Has encontrado lo que buscabas, Harry?

– ¿Qué? Ah, te refieres a cuando he mirado por encima del mostrador. Tenía curiosidad por saber si tenías algún tipo de protección allí al fondo. Siendo poli y eso. ¿Te preocupas por si viene alguien que conocías de entonces?

– Tomo precauciones, Harry. No te preocupes por eso.

Asentí con la cabeza.

– Me alegro de oírlo. ¿Es ése el libro?

– Sí, ¿lo tiene? Salió el año pasado.

Me mostró un libro llamado The Face. No sabía si Kiz lo tenía o no, pero iba a comprarlo de todos modos.

– No lo sé. ¿Está firmado?

– Sí, firma y fecha.

– Vale, me lo quedaré.

Mientras él marcaba la compra, traté de trabar un poco de charla intrascendente que en realidad no lo era.

– He visto la pantalla de vigilancia aquí debajo. Parece demasiado para una librería.

– Te sorprenderías. A la gente le gusta robar libros. Allá atrás tengo una sección de coleccionistas: ejemplares caros. Compro y vendo. Tengo una cámara allí y esta mañana mismo he pillado a un chico que quería meterse un ejemplar de Nick's Trip debajo de los pantalones. Los primeros de Pelecanos son difíciles de encontrar. Habría sido una pérdida de setecientos dólares.

Me pareció una cantidad exorbitante para un solo libro. Nunca había oído hablar del libro, pero supuse que sería de hacía cincuenta o cien años.

– ¿Has llamado a la poli?

– No, sólo le he pegado una patada en el culo y le he dicho que si volvía a verlo llamaría a la poli.

– Eres un buen tipo, Ed. Debes de haberte dulcificado desde que lo dejaste, no creo que la Mantis Religiosa hubiera dejado que el chico se le escapara.

Le di dos billetes de veinte y él me dio el cambio.

– La Mantis Religiosa fue hace mucho tiempo. Y mi mujer no cree que sea tan dulce. Gracias, Harry. Y saluda a Kiz de mi parte.

– Sí, lo haré. ¿Has visto a alguien más de la brigada?

Todavía no quería irme. Necesitaba más información, así que continué con la charla. Miré encima de su cabeza y localicé dos cámaras. Estaban montadas cerca del techo, con una lente en ángulo picado sobre la caja y otra captando una vista amplia de la tienda. Había una pequeña luz roja brillando y distinguí un cablecito negro que subía desde la cámara hasta el falso techo. Mientras Thomas respondía a mi pregunta pensé en la posibilidad de que Backus hubiera estado en la tienda y lo hubiera capturado un vídeo de vigilancia.

– La verdad es que no -dijo Thomas-. Yo dejé todo eso atrás. Dices que lo echas de menos, Harry, pero yo no echo de menos nada. De veras.

Asentí como si lo entendiera, aunque no era así. Thomas había sido un buen policía y un buen detective. Se tomaba el trabajo en serio. Esa era una razón por la que el Poeta lo había puesto en su punto de mira. Pensé que estaba defendiendo de boquilla una idea en la que en realidad no creía.

– Está bien -dije-. Eh, ¿tienes en vídeo a ese chico que has echado de aquí esta mañana? Me gustaría ver cómo trató de robarte.

– No, sólo tengo imágenes en vivo. Las cámaras están a la vista y hay un adhesivo en la puerta. Se supone que debería ser algo disuasorio, pero alguna gente es tonta. Un montaje con grabación sería demasiado caro y el mantenimiento es un incordio. Sólo tengo la instalación en vivo.

– Ya veo.

– Oye, si Kiz ya tiene el libro puede devolvérmelo. Puedo venderlo.

– No, no importa. Si ya lo tiene me lo quedaré y lo leeré yo.

– Harry, ¿cuándo fue la última vez que leíste un libro?

– Leí uno sobre Art Pepper hace un par de meses -dije con indignación-. Art y su mujer lo escribieron antes de que él muriera.

– ¿No ficción?

– Sí, eran cosas de verdad.

– Estoy hablando de una novela. ¿Cuándo fue la última vez que leíste una?

Me encogí de hombros. No me acordaba.

– Lo suponía -dijo Thomas-. Si no quiere el libro, devuélvelo y conseguiré a alguien que se lo lea.

– Muy bien, Ed. Gracias.

– Ten cuidado ahí fuera, Harry.

– Sí, tú también.

Me estaba dirigiendo a la puerta cuando las piezas encajaron: lo que Thomas me había contado con la información que ya tenía del caso. Chasqué los dedos y actué como si acabara de acordarme de algo. Me volví hacia Thomas.

– Eh, tenía un amigo que vive en Nevada, pero dice que es cliente tuyo. Envíos por correo, probablemente. ¿Vendes por correo?

– Claro. ¿Cómo se llama?

– Tom Walling. Vive en Clear.

Thomas asintió con la cabeza con expresión de enfado.

– ¿Es tu amigo?

Me di cuenta de que podía haber pinchado en hueso.

– Bueno, un conocido.

– Pues me debe dinero.

– ¿De verdad? ¿Qué pasó?

– Es una larga historia. Le vendí algunos libros de colección y él me pagó muy deprisa. Me pagó con un giro postal y no hubo problema. Así que cuando me pidió más libros se los mandé antes de recibir el giro. Craso error. Eso fue hace tres meses y no he recibido ni un centavo. Si vuelves a ver a ese conocido tuyo, dile que quiero mi dinero.

– Lo haré, Ed. Qué pena. No sabía que el tipo era un artista del timo. ¿Qué libros te compró?

– Le interesa Poe, así que le vendí algunos libros de la colección Rodway. Antiguos. Libros muy bonitos. Después me pidió más cuando recibí otra colección. No me los pagó.

Mi frecuencia cardiaca estaba cambiando de velocidad. Lo que Thomas me estaba diciendo era una confirmación de que Backus estaba de algún modo en juego. Quería detener la charada en ese momento y decirle a Thomas lo que estaba ocurriendo y que él estaba en peligro. Pero me contuve. Necesitaba hablar antes con Rachel y formar el plan adecuado.

– Creo que vi esos libros en su casa -dije-. ¿Eran de poesía?

– La mayoría, sí. No le interesaban mucho los relatos cortos.

– ¿Esos libros tenían el nombre del coleccionista original? ¿Rodman?

– No, Rodway. Y sí, llevaba el sello de la biblioteca. Eso aumentaba el precio, pero tu amigo quería los libros.

Asentí. Vi que mi teoría encajaba. Ahora era más que una teoría.

– Harry, ¿qué quieres realmente?

Miré a Thomas.

– ¿Qué quieres decir?

– No sé. Estás haciendo un montón de…

Un sonido fuerte sonó en la parte de atrás de la tienda, cortando a Thomas.

– No importa, Harry -dijo-. Más libros. He de ir a recibir una entrega.

– Ah.

– Hasta luego.

– Sí.

Observé que dejaba la zona del mostrador y se dirigía a la parte de atrás. Miré el reloj. Era mediodía. El director iba a situarse ante las cámaras para hablar de la explosión en el desierto y decir que había sido el trabajo de un asesino conocido como el Poeta. ¿Podía ser éste el momento elegido por Backus para abordar a Thomas? Sentí una opresión en la garganta y en el pecho, como si el aire hubiera sido succionado de la sala. En cuanto Thomas se deslizó por el umbral al almacén, me acerqué al mostrador y me incliné para mirar el monitor de seguridad. Sabía que si Thomas comprobaba el monitor del almacén, vería que no había salido de la tienda, pero contaba con que él fuera directamente a la puerta.

En una esquina de la pantalla vi que Thomas ponía el ojo en la mirilla de la puerta de atrás. Aparentemente sin alarmarse por lo que vio, procedió a descorrer el pestillo y abrir la puerta. Miré intensamente a la pantalla, aun cuando la imagen era pequeña y estaba viéndola cabeza abajo.

Thomas retrocedió y entró un hombre. Llevaba una camisa oscura y pantalones cortos a juego. Llevaba dos cajas, una apilada encima de la otra y Thomas lo dirigió a una mesa de trabajo.

El hombre que hacía la entrega dejó las cajas, cogió una tablilla electrónica de encima de la caja superior y se la entregó a Thomas para que firmara el albarán.