Выбрать главу

– ¿Qué casa?

– La de la foto del remolque. Backus estaba tan seguro de sí mismo que nos dejó una puta foto.

Bosch aparcó junto al bordillo. Las casas de Valerio estaban fuera del campo de visión. Rachel se volvió y miró en todas las ventanas. Todas las casas de alrededor estaban a oscuras.

– Debe de haberse ido la luz por aquí.

– Debajo de tu asiento hay una linterna. Cógela.

Rachel se agachó y la cogió.

– ¿Y tú?

– No me hará falta. Vamos.

Rachel empezó a abrir la puerta, pero entonces miró atrás a Bosch. Quería decir algo, pero dudó.

– ¿Qué? -preguntó Bosch-. ¿Que tenga cuidado? Descuida, lo tendré.

– De hecho, sí, ten cuidado. Pero lo que iba a decir es que tengo mi segunda pistola en la bolsa. ¿Quieres…?

– Gracias, Rachel, pero esta vez me he traído la mía. Ella asintió.

– Debería haberlo pensado. ¿Y qué piensas ahora de pedir refuerzos?

– Pide refuerzos si quieres, pero yo no pienso esperar. Allá voy.

Noté la lluvia fría en la cara al salir del Mercedes. Me subí el cuello de la chaqueta y empecé a dirigirme a Valerio. Rachel se acercó y caminó a mi lado sin decir palabra. Cuando llegamos a la esquina utilizamos la pared que rodeaba la propiedad como escudo y miramos al callejón sin salida y a la casa oscura en la que Ed Thomas había aparcado su coche. No había señal de Thomas ni de nadie. Todas las ventanas de la fachada de la casa estaban a oscuras, pero a pesar de la escasa luz me di cuenta de que Rachel tenía razón. Era la casa de la foto que Backus había dejado para nosotros.

Oía el río, pero no podía verlo. Estaba oculto detrás de las casas. Sin embargo, su potencia furiosa era casi palpable, incluso desde la distancia. En tormentas como aquélla toda la ciudad desaguaba sobre sus suaves superficies de hormigón. Serpenteaba por el valle de San Fernando y rodeaba las montañas hasta el centro de la ciudad. Y desde allí al oeste, hasta el océano.

Era un simple hilo de agua durante la mayor parte del año. Incluso un chiste municipal. Sin embargo, una tormenta podía despertar la serpiente y darle poder. Se convertía en la alcantarilla de la ciudad, millones y millones de litros golpeando contra sus gruesos muros de piedra, toneladas de agua pugnando por salir, avanzando con una terrible fuerza e inercia. Recordé un chico al que se llevó la corriente cuando yo era niño. No lo conocí, pero oí hablar de él. Cuatro décadas más tarde incluso recordaba su nombre. Billy Kinsey estaba jugando en el borde del río. Se resbaló y al cabo de un momento había desaparecido. Encontraron su cuerpo sin vida en un viaducto situado a dieciocho kilómetros.

Mi madre me había enseñado desde pequeño y con insistencia, cuando llueve…

– Mantente alejado del rabión.

– ¿Qué? -susurró Rachel.

– Estaba pensando en el río. Atrapado entre esos muros. Cuando era niño lo llamábamos el rabión. Cuando llueve así el agua se mueve deprisa. Es mortal. Cuando llueve mantente alejado del rabión.

– Pero vamos a la casa.

– Lo mismo, Rachel. Ten cuidado. Mantente alejada del rabión.

Ella me miró. Parecía entender lo que quería decirle.

– De acuerdo, Bosch.

– ¿Y si tú te ocupas del frente y yo voy por detrás?

– Bien.

– Prepárate para cualquier cosa.

– Tú también.

La casa objetivo estaba a tres propiedades de distancia. Caminamos con rapidez a lo largo de la pared que rodeaba la primera propiedad y después cortamos por el sendero de entrada de la siguiente. Rodeamos las fachadas delanteras de dos edificios hasta que llegamos a la casa donde estaba aparcado el coche de Thomas. Rachel me saludó por última vez con la cabeza y nos separamos, ambos desenfundando las armas al unísono. Rachel avanzó hacia la parte delantera mientras yo empezaba a recorrer el sendero de entrada hacia la parte de atrás. La penumbra y el sonido de la lluvia y el río canalizado me dieron cobertura visual y acústica. El sendero de entrada estaba flanqueado de buganvillas achaparradas que llevaban tiempo sin que nadie las podara ni se ocupara de ellas. Detrás de las ventanas, la casa estaba oscura. Alguien podía estar observándome desde detrás de cualquier ventana y no lo habría sabido.

El patio trasero estaba inundado. En medio del gran charco había los dos armazones en A de un columpio sin ningún columpio, y detrás una valla de casi dos metros de altura que separaba la propiedad del canal del río. Vi que el agua estaba cerca del borde de hormigón y que bajaba en un frenético torrente. Al final del día se desbordaría. Más arriba, donde la canalización era menos profunda, probablemente ya se habría desbordado por los costados.

Volví a centrar mi atención en la casa. Tenía un porche en la parte de atrás. No había canalones en el tejado y caía una cortina de lluvia, con tanta intensidad que lo oscurecía todo. Backus podía haber estado sentado en una mecedora en el porche y no lo habría visto. Una hilera de buganvillas cubría la barandilla del porche. Me agaché para quedar por debajo de la línea de visión de la casa y avancé con rapidez hasta los escalones. Subí los tres peldaños de golpe y quedé a resguardo de la lluvia. Mis ojos y mis oídos tardaron un momento en adaptarse y fue entonces cuando lo vi. Había un sofá de mimbre en el lado derecho del porche. En él, una manta cubría la silueta inconfundible de una persona sentada, pero derrumbada contra el brazo izquierdo. Me agaché, me acerqué y busqué la esquina de la manta en el suelo. Lentamente tiré de ella.

Era un anciano. Parecía que llevaba al menos un día muerto. Estaba empezando a oler. Tenía los ojos abiertos y casi salidos de las órbitas, la piel era del color de la pintura blanca en la habitación de un fumador. Le habían apretado una brida de plástico con demasiada fuerza en torno al cuello. Charles Turrentine, supuse. También suponía que era el anciano de la foto que Backus había sacado. Lo había matado y lo había dejado en el porche como si fuera una pila de periódicos viejos. No había tenido nada que ver con el Poeta. Sólo había sido un medio para conseguir un fin.

Levanté mi Glock y me acerqué a la puerta posterior de la casa. Quería avisar a Rachel, pero no había forma de hacerlo sin revelar mi propia posición y posiblemente poner en peligro la suya. Simplemente tenía que seguir moviéndome, avanzando en la oscuridad del lugar hasta que me topara con ella o con Backus.

La puerta estaba cerrada. Decidí volver sobre mis pasos y atrapar a Rachel desde la parte delantera, pero al volverme mis ojos se posaron otra vez en el cadáver y pensé en una posibilidad. Me acerqué hasta el sofá y golpeé los pantalones del anciano. Y obtuve mi recompensa. Oí el tintineo de unas llaves.

Rachel estaba rodeada. Pilas y pilas de libros se alineaban en cada una de las paredes del recibidor. Se quedó quieta, con la pistola en una mano y la linterna en la otra, y miró en la sala de estar que se hallaba a su derecha. Más libros. Las estanterías cubrían todas las paredes, y todos los estantes estaban al límite de su capacidad. Había libros apilados en la mesa de café y en las mesas de centro, así como en todas las superficies horizontales. De alguna manera hacía que el lugar pareciera hechizado. No era un lugar de vida, sino un lugar de condena y penumbra donde las ratas de biblioteca comían las palabras de todos los autores.

Trató de seguir avanzando sin entretenerse en sus crecientes temores. Vaciló y pensó en volver a la puerta y salir antes de ser descubierta. Pero entonces oyó voces y supo que tenía que seguir adelante.

– ¿Dónde está Charles?

– He dicho que te sientes.

Las palabras le llegaron desde una dirección desconocida. El martilleo de la lluvia en el exterior, la furia del río vecino y los libros apilados en todas partes se combinaban para camuflar el origen de los sonidos. Oyó voces, pero no logró determinar su procedencia.

Le llegaron más sonidos y voces. En su mayoría murmullos y en algunos momentos una palabra reconocible, esculpida en rabia o miedo.