Dos disparos rápidos y oí que las balas silbaban a mi lado e impactaban en el techo por detrás de mí. Me agaché a resguardo de la pared y respondí disparando dos veces sin mirar. Después me tiré al suelo, rodé por debajo de la ventana y me levanté del otro lado. Backus se había ido. En el suelo vi una pistola de cañón corto de gran calibre de dos balas: su segunda arma. Ahora estaba desarmado, a no ser que hubiera un plan C.
– Harry, el cuchillo -me gritó Rachel desde atrás-. ¡Suéltame!
Cogí el cuchillo del suelo y rápidamente corté sus ligaduras. El plástico se cortaba con facilidad. A continuación me volví hacia Thomas y puse el cuchillo en su mano derecha para que pudiera liberarse él mismo.
– Lo siento, Ed -dije.
Podía darle el resto de la disculpa más tarde. Me volví hacia Rachel, que estaba en la ventana, mirando a través de la penumbra. Había cogido la pistola de Backus.
– ¿Lo has visto?
Me uní a ella. Treinta metros a la izquierda estaba el torrente. Justo cuando miré vi que el torrente desbordado arrastraba un roble entero en su superficie. Después hubo movimiento. Vimos que Backus saltaba desde la protección de una buganvilla y empezaba a escalar la valla que mantenía a la gente alejada del río. Justo cuando estaba salvando la parte superior, Rachel alzó la pistola y disparó dos veces en rápida sucesión. Backus cayó en el arcén de gravilla contiguo al canal. Se levantó de un salto y echó a correr. Rachel había fallado.
– No puede atravesar el río -dije-. Está encerrado. Irá hacia el puente de Saticoy.
Sabía que si Backus llegaba al puente lo perderíamos. Podía cruzar y desaparecer en el barrio del lado oeste del canal o en el distrito comercial contiguo a DeSoto.
– Yo iré desde aquí -dijo Rachel-. Tú ve al coche y llega más deprisa. Lo emboscaremos en el puente.
– Entendido.
Me dirigí a la puerta, preparándome para echar a correr bajo la lluvia. Saqué el móvil del bolsillo y se lo lancé a Thomas mientras salía.
– Ed -grité por encima del hombro-. Llama a la policía. Consigue refuerzos.
42
Rachel extrajo el cargador de la pistola de Backus y descubrió que sólo faltaban las dos balas que ella había disparado. Volvió a colocarlo en su sitio y corrió a la ventana.
– ¿Quieres que vaya contigo? -preguntó Ed desde atrás.
Ella se volvió. Thomas se había liberado. Estaba de pie, sosteniendo el cuchillo preparado.
– Haz lo que ha dicho Harry. Consíguenos refuerzos.
Rachel salió al alféizar y saltó, bajo la lluvia. Rápidamente avanzó junto a la buganvilla hasta que descubrió un hueco y alcanzó la valla del río. Se puso la pistola de Backus en su cartuchera y escaló y saltó al otro lado, rasgando la manga de la chaqueta al engancharse. Se dejó caer en el arcén de gravilla que estaba a sesenta centímetros del borde. Miró por encima y vio que el agua estaba a sólo un metro del límite del cauce. Se estrellaba contra las paredes de hormigón, creando el sonido atronador de la muerte. Apartó la vista y miró hacia delante. Vio que Backus corría. Estaba a medio camino del puente de Saticoy. Rachel se levantó y echó a correr. Disparó un tiro al aire para que él pensara en lo que venía detrás y no en lo que podía aguardarle en el puente.
El Mercedes patinó en el bordillo en la parte superior del puente. Salté, sin preocuparme por apagar el motor, y corrí hacia la barandilla. Vi que Rachel corría hacia mí, con la pistola levantada, por el arcén del canal. Pero no vi a Backus.
Retrocedí y miré en todas direcciones, pero seguí sin verlo. Era imposible que hubiera alcanzado el puente antes que yo. Corrí hasta la verja que flanqueaba el puente y daba acceso al arcén del canal. Estaba cerrada, pero vi que el arcén continuaba por debajo del puente. Era la única alternativa. Sabía que Backus tenía que estar escondido allí debajo.
Rápidamente salté la verja y me dejé caer en el suelo de gravilla. Salí, empuñando la pistola con ambas manos, debajo del puente.
Me agaché y avancé en la oscuridad.
El sonido del torrente hacía un eco atronador debajo del puente, sostenido por cuatro grandes soportes de hormigón. Backus podía estar oculto detrás de cualquiera de ellos.
– ¡Backus! -grité-. Si quieres vivir, sal. ¡Ahora!
Nada. Sólo el sonido del agua. Entonces oí una voz a lo lejos y me volví. Era Rachel. Todavía estaba a cien metros. Estaba gritando, pero el ruido del agua oscurecía sus palabras.
Backus se agazapó en la oscuridad. Trató de conjurar todas las emociones y concentrarse en el momento. Había estado allí antes. Acorralado en la oscuridad. Había sobrevivido entonces y sobreviviría otra vez. Lo importante era concentrarse en el momento, sacar fuerzas de la oscuridad.
Oyó que su perseguidor le llamaba. Estaba cerca. El tenía el arma, pero Backus tenía la oscuridad. La oscuridad siempre había estado de su lado. Se apretó otra vez contra el hormigón y deseó poder desaparecer en las sombras. Sería paciente y actuaría en el momento oportuno.
Aparté la mirada de la figura distante de Rachel y volví a concentrarme en el puente. Avancé, manteniéndome lo más alejado posible de los refugios de hormigón sin caer al canal. Descarté los dos primeros y miré otra vez a Rachel. Ahora estaba a cincuenta metros. Empezó a hacerme señales con el brazo izquierdo, pero no entendí el movimiento de gancho que me repetía.
De repente me di cuenta de mi error. Había dejado las llaves en el coche. Backus podía subir por el otro lado del puente y meterse en el Mercedes.
Eché a correr, deseando llegar a tiempo de disparar a los neumáticos. Pero me equivocaba con el coche. Al pasar el tercer soporte de hormigón Backus saltó sobre mí por sorpresa, golpeándome contundentemente con el hombro. Retrocedí con los brazos extendidos, con Backus encima de mí, resbalando los dos sobre la gravilla hasta el borde del canal de hormigón.
Él trataba de arrebatarme la pistola, usando ambas manos para arrancármela de las mías. Supe en un instante que si llegaba a la pistola todo habría acabado, me mataría a mí y después a Rachel. No podía dejar que se apoderara del arma.
Me clavó el codo izquierdo en la mandíbula y sentí que el arma me resbalaba. Disparé dos veces, con la esperanza de darle en un dedo o en la palma de la mano. Backus gritó de dolor, pero enseguida sentí que redoblaba su esfuerzo e intensificaba la presión, alimentado por el dolor.
Su sangre se coló entre mis dedos y debilitó mi agarre. Iba a perder la pistola. Lo sabía. Tenía una mejor posición y una fuerza animal. El arma se me escapaba. Podía intentar aguantar unos segundos hasta que llegara Rachel, pero para entonces puede que ella también estuviera corriendo a una trampa mortal.
Opté por la única alternativa que me quedaba. Clavé los talones en la gravilla e impulsé todo mi cuerpo hacia arriba. Mis hombros resbalaron sobre el borde de hormigón. Replanté los pies y lo volví a intentar. Esta vez fue suficiente. Backus pareció darse cuenta de su situación de repente. Soltó la pistola y trató de agarrarse del borde. Pero era demasiado tarde también para él.
Juntos caímos por el borde al agua negra.
Rachel los vio caer desde sólo unos pocos metros de distancia. Gritó «¡No!», como si eso pudiera detenerlos. Fue al lugar desde el que habían caído y miró hacia abajo, pero no vio nada. Corrió a lo largo del borde hasta salir de debajo del puente. No vio nada. Miró río abajo en busca de alguna señal de ellos en la rápida corriente.
Finalmente, vio que Bosch salía y movía la cabeza como para comprobar su posición. Estaba pugnando con algo debajo del agua y ella se dio cuenta de que estaba tratando de quitarse el impermeable.