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La casa estaba llena de cajas, y Graciela me explicó que la tormenta había retrasado su traslado al continente. Al día siguiente sus pertenencias serían transportadas a una barcaza y después cruzarían al puerto de Cabrillo, donde las esperaría un camión de mudanzas. Era complicado y caro, pero no se arrepentía de la decisión. Quería abandonar la isla y los recuerdos que albergaba.

Fuimos a la mesa que estaba en el porche para poder hablar sin que nos oyeran los niños. Era un lugar bonito con una vista de toda la bahía de Avalon. Hacía difícil creer que pudiera desear irse. Vi el Following Sea en el puerto y me fijé en que había alguien en la popa y en que una de las trampillas de cubierta estaba levantada.

– ¿Es Buddy el de allí abajo?

– Sí, se está preparando para trasladar el barco. El FBI lo devolvió ayer sin avisar antes. Les habría dicho que lo llevaran a Cabrillo. Ahora tiene que hacerlo Buddy.

– ¿Qué va a hacer con él?

– Va a continuar con el negocio. Llevará las excursiones de pesca desde allí y me pagará un alquiler por el barco.

Asentí. Parecía un trato decente.

– Vender el barco no reportaría tanto. Y, no sé, Terry trabajó tanto con ese barco… No me gusta venderlo a un desconocido.

– Entiendo.

– ¿Sabe?, podría volver con Buddy en lugar de esperar al transbordador. Si quiere. Si no está harto de Buddy.

– No, Buddy me cae bien.

Nos quedamos un buen rato sentados en silencio. No sentía que necesitara explicarle nada del caso. Habíamos hablado por teléfono -porque quería contarle algunas cosas antes de que se enterara por los medios- y la historia había copado los periódicos y la televisión. Graciela conocía los detalles, grandes y pequeños. Quedaba poco por decir, pero pensaba que necesitaba visitarla en persona por última vez. Todo había empezado con ella. Supuse que también tenía que terminar con ella.

– Gracias por lo que hizo -dijo Graciela-. ¿Está bien?

– Estoy bien. Sólo unos pocos arañazos y moretones del río. Fue como montar en un rodeo. -Sonreí. Las únicas heridas visibles eran arañazos en mis manos y uno encima de mi ceja izquierda-. Pero gracias por llamarme. Me alegro de haber tenido la oportunidad. Para eso he venido, para darle las gracias y desearle buena suerte con todo.

La puerta corredera se abrió y la niña pequeña apareció con un libro.

– Mamá, ¿me lo lees?

– Ahora estoy con el señor Bosch. Dentro de un rato, ¿vale?

– No, quiero que me lo leas ahora.

La niña lo planteaba como si fuera una cuestión de vida o muerte, y su cara se tensó, lista para llorar.

– No importa -dije-. Mi hija es igual. Puede leérselo.

– Es su libro favorito. Terry se lo leía casi todas las noches.

Ella se puso a la niña en el regazo y preparó el libro para leerlo. Vi que era el mismo libro que Eleanor acababa de comprarle a mi hija, Billy's Big Day, con el mono recibiendo la medalla de oro en la cubierta. El ejemplar de Cielo estaba gastado por los bordes de leerlo y releerlo. La cubierta se veía rasgada en dos lugares y después enganchada.

Graciela lo abrió y empezó a leerlo.

– «Un brillante día de verano el circo olímpico de los animales se celebraba bajo la gran carpa de Ringlingville. Todos los animales tenían el día libre en todos los circos para poder participar en las distintas competiciones.»

Me fijé en que Graciela había cambiado la voz y estaba leyendo la historia con una inflexión de nerviosismo y anticipación.

– «Todos los animales se apuntaron en el tablero que estaba en el exterior del despacho del señor Farnsworth. La lista de competiciones estaba anotada en el tablero. Había carreras de relevos y muchas otras competiciones. Los animales grandes se acercaron tanto al tablero que los demás no podían verlo. Un monito se coló entre las piernas de un elefante y después se subió al tronco del paquidermo para poder ver la lista. Billy Bing sonrió cuando por fin la vio. Había una carrera de cien metros y sabía que él era muy bueno en salir corriendo.»

Después de eso ya no escuché el resto del cuento. Me levanté, fui a la balaustrada y miré al puerto. Pero tampoco vi a nadie allí. Mi mente estaba demasiado ocupada para el mundo externo. Estaba desbordado con ideas y emociones. De repente supe que William Bing, el nombre que Terry McCaleb había anotado en la solapa de su archivo, pertenecía a un mono. Y de repente supe que la historia no había terminado, ni mucho menos.

44

Rachel vino a verme a mi casa al día siguiente. Acababa de llegar después de presentar mis papeles con Kiz Rider en el Parker Center y estaba escuchando un mensaje en el teléfono de Ed Thomas. Me daba las gracias por haberle salvado la vida cuando era yo quien le debía una disculpa por no haberle avisado cuando debía. Me sentía culpable por eso y estaba pensando en llamarle a la librería cuando llegó Rachel. La invité a pasar y fuimos a la terraza de atrás.

– Guau, menuda vista.

– Sí, me gusta.

Señalé a la izquierda, donde se veía un pequeño tramo del río detrás de los estudios de sonido de la Warner Brothers.

– Allí está, el poderoso río Los Ángeles.

Ella entrecerró los ojos y buscó hasta que lo encontró.

– El rabión. Parece bastante débil ahora mismo.

– Está descansando. En la próxima tormenta volverá.

– ¿Cómo te sientes, Harry?

– Bien. Mejor. He dormido mucho. Me sorprende que sigas en la ciudad.

– Bueno, me he tomado unos días libres. De hecho estoy buscando apartamento.

– ¿En serio? -Me volví y puse la espalda en la barandilla para mirarla sólo a ella.

– Estoy bastante segura de que esta historia será mi billete de salida de Dakota del Sur. No sé en qué brigada me van a poner, pero voy a pedir Los Ángeles. O iba a hacerlo, hasta que vi el precio de los apartamentos. En Rapid City pago quinientos cincuenta al mes por un sitio francamente bonito y seguro.

– Puedo conseguirte uno aquí por quinientos cincuenta, aunque probablemente no te gustará la ubicación. Y probablemente tendrás que aprender otro idioma.

– No, gracias. Estoy en ello. Bueno, ¿qué has estado haciendo?

– Acabo de volver del Parker Center. He presentado los papeles. Vuelvo al trabajo.

– Entonces supongo que se acabó lo nuestro. He oído que el FBI y el departamento de policía no se hablan.

– Sí, hay un muro ahí. Pero se sabe que cae de cuando en cuando. Lo creas o no, tengo algunos amigos en el FBI.

– Lo creo, Harry.

Me fijé en que había vuelto a llamarme por mi nombre de pila. Me pregunté si eso significaba que la relación había terminado.

– Bueno -dije-, ¿cuándo supiste lo de McCaleb?

– ¿Qué quieres decir? ¿Saber qué?

– Quiero decir que cuándo supiste que Backus no lo mató. Que se suicidó.

Ella puso ambas manos en la barandilla y miró al arroyo. Pero en realidad no estaba mirando nada.

– Harry, ¿de qué estás hablando?

– Descubrí quién es William Bing. Es un mono de las páginas del libro favorito de su hija.

– ¿Y? ¿Qué significa eso?

– Significa que se registró en el hospital de Las Vegas con nombre falso. Tenía algún problema, Rachel. Algo dentro. -Toqué el centro de mi pecho-. Quizás estaba investigando el caso, quizá no. Pero sabía que algo iba mal y fue al hospital para que le hicieran un chequeo y mantenerlo en secreto. No quería que su mujer y su familia lo supieran. Y le hicieron las pruebas y le dieron la mala noticia. Su segundo corazón iba por el camino del primero. Cardio… mio… como se llame. El resumen es que se estaba muriendo. Necesitaba otro corazón o se iba a morir.

Rachel negó con la cabeza, como si yo estuviera loco.