El sol acababa de ponerse; sólo quedaban de él algunas manchas púrpuras y doradas. El Padre, sin embargo, llevaba gafas oscuras. Se las quitó mientras se acercaba. Sonrió a Alice y le tendió las manos, esperando que ella hiciera lo mismo. Justin vio cómo sus manos se tragaban las de Alice y le agarraban acariciadoramente las muñecas.
– Alice, querida mía, ¿quién es tu joven invitada? -el Padre, cuyos ojos habían empezado a obrar su hechizo, sonrió a Ginny.
Ésta pareció azorarse por la repentina atención del Padre, e intentó desembarazarse torpemente del bollo y la coca-cola. Justin iba a ofrecerse a encargarse de ambas cosas, pero ella se volvió y tiró el suculento bollo a una papelera. Justin se preguntó si los demás habrían oído su suspiro de desilusión, pero todos parecían hipnotizados por el encanto del Padre. Justin se apartó; no quería arriesgarse a que los trillizos Schwarzenegger le dieran un empujón.
Se sentó en un banco. Todo el mundo estaba mirando al Padre. Hasta Brandon y las rubias. Pero Brandon parecían un poco mosqueado. Justin se preguntó si le jorobaba que el Padre le robara la atención de las chicas.
El Padre tomó a Ginny de las manos como había hecho con Alice, sólo que con mucha ceremonia, seguramente porque sabía que todo el mundo lo estaba mirando. La miró a los ojos, sonrió y siguió hablando de lo guapa que era. Ginny era aún más bajita que Alice, así que las grandes manos del reverendo le abarcaban prácticamente los antebrazos.
Ginny la escéptica, la que les había dicho varias veces que su padre se cabrearía si se enteraba de que había ido a la concentración, parecía estar flipando. Justin tenía que admitir que el tío era un encantador… de serpientes. Justo en ese momento el Padre lo miró y frunció el ceño.
Joder, pensó Justin. Tal vez fuera cierto que leía el pensamiento.
Capítulo 1 1
Ginny Brier apenas oía las palmas y los cánticos allá abajo. Las hojas secas crujían bajo ellos, y una ramita se le clavaba en el muslo, pero en lo único que pensaba era en que Brandon le estaba jadeando en la oreja mientras luchaba con los botones de su blusa.
– Ten cuidado, no los rompas -susurró, pero sólo consiguió que él se aturullara aún más.
Brandon tenía la nuca húmeda. Ginny siguió acariciándosela con la esperanza de que se calmara, aunque le gustaba ver que le ponía tan cachondo. Se preguntaba si es que llevaba mucho tiempo sin hacerlo o algo así. Eso explicaría su torpeza. ¿O es que le daba miedo que les pillaran? ¿Le preocupaba que aquel tío, el reverendo, se enfadara si se enteraba? A decir verdad, a ella eso era lo que más la excitaba. Le gustaba aquel tío tan guay, que no le había quitado ojo en toda la noche, se había acercado a ella por detrás, la había tomado de la mano y la había llevado detrás del monumento.
El fuerte resplandor de los focos del monumento no llegaba hasta aquella zona boscosa, justo por encima y por detrás de la pared de granito. Si prestaba atención, podía oír la cascada de más abajo. Pero prefirió concentrarse en los jadeos de Brandon. Este había conseguido por fin superar el obstáculo de los botones y se disponía a desabrocharle el sujetador. De pronto, agarró el botón del sujetador y se lo subió por encima de los pechos con un gesto rápido y brusco. Ginny estuvo a punto de protestar, pero en ese momento él comenzó a comerle los pezones, y se le olvidó. Bajó las manos, le desabrochó la hebilla del cinturón y el botón del pantalón y le bajó la cremallera suavemente. Pero Brandon no esperó. Se sacó el pene y empujó a Ginny contra el suelo cubierto de hojas. Ella intentó tranquilizarlo y empezó a acariciarle la espalda y los hombros.
– Tranquilo, Brandon -le susurró al oído-. Vamos a disfrutarlo.
Pero era ya demasiado tarde. Él ni siquiera había acabado de penetrarla cuando se corrió. En cuestión de segundos, se desplomó como un fardo sobre ella y siguió jadeando mientras intentaba recobrar el aliento. Sus jadeos ahogaron el suspiro de exasperación de Ginny. Luego se sentó, se apartó el pelo mojado de la frente y se subió la cremallera con la misma naturalidad que si se estuviera vistiendo por la mañana. Ginny se sintió como si se hubiera vuelto invisible. ¿Por qué los guapos siempre tenían el gatillo flojo y la cabeza hueca?
– ¿Ya está? -preguntó con fastidio.
Ya no le importaba si les oía alguien, aunque su voz no podía competir con el ruido de la cascada, el parloteo del reverendo y el barullo de los aplausos.
– Serás patoso -le mostró el desaguisado-. ¿Y ahora qué hago?
– Y yo qué sé. ¿Qué hacen las putas como tú?
Ella lo miró estupefacta. Tenía que aferrarse a su ira, porque, si no, empezaría a asustarse.
– Eres un cabronazo, ¿lo sabías?
A aquel juego podían jugar dos, sólo que, esta vez, Brandon no contestó con palabras, sino con un puñetazo que se incrustó en su boca. Ginny cayó entre las hojas, se agarró la mandíbula y notó que la sangre le caía por la barbilla. Se apartó de él gateando. La ira dio pasó al miedo.
– Déjame en paz o te juro que me pondré a gritar.
Él se echó a reír; levantó la cara hacia las estrellas y se rió aún más alto, como si quisiera demostrarle que nadie los oía. Y tenía razón. Sus risotadas parecían un simple armónico de los cánticos que llegaban desde abajo.
Brandon recogió el bolso de Ginny, lo sacudió con la mano para quitarle la suciedad y se lo tiró.
– No olvides abrocharte la blusa antes de bajar -le dijo.
Su voz sonaba de pronto educada y tranquila, casi solemne, pero tan indiferente que Ginny sintió un escalofrío. ¿Cómo podía hacer eso? ¿Cómo podía desconectar así? Y tan rápidamente.
Agarró su bolso y se apartó un poco más, apoyándose contra un árbol como si buscara cobijo. Sin decir palabra, Brandon dio media vuelta y se fue por el mismo camino que habían seguido para subir.
Allá abajo, una voz de mujer sustituyó a la del reverendo, pero Ginny no prestó atención a lo que decía. Un instante después volvieron a oírse aquellos cánticos, que iban subiendo de volumen a medida que caía la noche. Decían algo de abandonar el hogar para ir a un sitio mejor. ¡Qué panda de tarados!
Ginny exhaló un suspiro de alivio. Dios, qué idiota había sido esta vez. Seguro que ese tal Justin no la hubiera tratado así. ¿Por qué siempre elegía a los peores, a los más capullos? Tal vez lo hiciera simplemente por fastidiar a su padre y avergonzar a su futura madrastra, que sólo se preocupaban por su imagen pública y su preciosa reputación. En privado se chillaban el uno al otro, pero en público se ponían ojos de cordero. Era patético. Por lo menos ella actuaba conforme a sus verdaderas emociones, sus verdaderos sentimientos, sus anhelos y necesidades.
Algo se removió entre los matorrales, tras ella. ¿Había cambiado de idea Brandon? Tal vez volvía para disculparse. Entonces se dio cuenta de que Brandon había tomado el camino en dirección contraria. Se giró bruscamente, se levantó tambaleándose y escudriñó las sombras.
Algo se movía. Algo entre las sombras. ¡Mierda! Era sólo una rama.
Tenía que salir de allí. Se estaba poniendo histérica. Se inclinó para recoger el bolso. Algo restalló delante de ella. Un cordel brillante le enlazó la cabeza y le ciñó el cuello antes de que lograra asirlo.
Intentó gritar, pero sólo le salió un gemido estrangulado. Boqueó, intentando tomar aire. Echó mano del cordel, y luego de las manos que lo sujetaban. Clavó las uñas en la piel, desgarró su propia carne. No lograba respirar. No podía impedirlo. No podía impedir que el cordel la apretara cada vez más. Se sintió caer de rodillas. Vio destellos de luz tras los párpados. No había aire. No podía respirar. Movió frenéticamente los pies, pero resbaló. Su cuello soportaba todo el peso de su cuerpo, que pendía de un solo cordel.