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Tully se apartó. No quería ver cómo la enderezaban y la metían en la bolsa de nailon negro. Miró hacia un claro del bosque. A lo lejos vio turistas paseándose por el Muro de Vietnam. Los autobuses sorteaban el cordón policial para pasar junto al monumento a Roosevelt y dirigirse zigzagueando al monumento a Lincoln. La noche anterior, Emma y sus amigas habían estado allí, caminando por aquellas mismas aceras. ¿Las había visto el asesino mientras seleccionaba a su víctima? Joder, aquella chica no parecía mucho mayor que Emma.

– Tully -O'Dell se acercó a él, sobresaltándolo-, me voy al depósito. Stan va a hacer la autopsia hoy mismo. ¿Nos vemos allí o quieres que te informe mañana?

Tully sólo oyó la mitad de lo que le había dicho.

– Tully, ¿estás bien?

– Sí, claro, estoy bien -se pasó la mano por la cara para ocultar el ataque de ansiedad que sentía de pronto-. Nos vemos allí -al ver que ella no se movía y seguía mirándolo fijamente, pensó que debía despistarla. Y no había mejor modo de hacerlo que cambiar de tema-. ¿Qué os pasa a Racine y a ti? Da la impresión de que ahí hay gato encerrado.

Ella apartó la mirada, y Tully comprendió al instante que estaba en lo cierto. Pero Maggie dijo:

– Es sólo que no me cae bien.

– ¿Y eso?

– ¿Es que tiene que haber una razón?

– Sé que seguramente no te conozco muy bien, pero sí, yo diría que eres la clase de persona que necesita una razón para que alguien le caiga mal.

– Tienes razón -dijo ella, y añadió-. No me conoces muy bien -hizo ademán de marcharse, pero añadió por encima del hombro-. Nos vemos en el depósito, ¿vale? -no miró hacia atrás, se limitó a decirle adiós con la mano con un gesto que parecía decir que estaban de acuerdo y que el asunto de Racine quedaba zanjado. Sí, decididamente allí había gato encerrado.

Ahora, mientras veía cómo recogían los demás, incluidos los agentes que llevaban la bolsa del cadáver, podía dejar que las náuseas se adueñaran de su estómago. Se acercó al lecho de roca y contempló el Potomac Park. Un rayo resquebrajó el cielo, como si hasta entonces se hubiera estado refrenando por respeto, y la lluvia comenzó a caer.

Tully se quedó inmóvil, observando a los turistas que pululaban allá abajo y que iban dispersándose en busca de cobijo o abriendo sus paraguas. La lluvia era agradable.

Levantó la cara hacia ella y dejó que disolviera el sudor pegajoso que se había apoderado de su cuerpo. Pero sólo podía pensar: cielo santo, ¿hasta qué punto había estado cerca su hija de convertirse en la víctima de aquel depravado?

Capítulo 24

Maggie se quitó los zapatos de piel y se puso los protectores de plástico sobre los calcetines. Se había puesto aquellos zapatos sólo para desayunar con su madre en el Crystal City Hyatt. De haber sabido que tendría que trabajar, no habría elegido aquel calzado. Stan la vio, pero no dijo nada. Quizá no quisiera tentar su suerte. A fin de cuentas, se había puesto las gafas sin que se lo dijera. Normalmente se las dejaba encima de la cabeza. Pero Stan parecía haber cambiado de actitud hacia ella; parecía más tranquilo. Todavía no había refunfuñado ni una sola vez, ni había soltado un soplido. Aún, por lo menos. ¿Le daba miedo que se enfadara con él otra vez?

Maggie tenía que admitir que a ella tampoco le hacía gracia estar allí de nuevo. Sin apenas esfuerzo podía evocar aún el semblante macilento de Delaney. Pero últimamente aquello se le venía a la cabeza continuamente, allá donde estuviera, así que probablemente estar otra vez en el depósito no empeoraría las cosas. O, al menos, eso se decía. Tenía que dejar de pensar en Delaney. Pero no se trataba sólo de él, sino de los recuerdos que su muerte había desatado; recuerdos de su padre que, después de tantos años, seguían haciendo que se sintiera vacía y hueca. Y, lo que era peor aún, sola.

La muerte de Delaney le había hecho darse cuenta de que, con su inminente divorcio de Greg, estaba a punto de perder cualquier noción de familia que hubiera intentado construir. Pero ¿lo había intentado sinceramente? Gwen le decía siempre que mantenía a distancia a la gente a la que quería. ¿Era eso lo que pasaba entre ella y Greg? ¿Había mantenido a distancia a su marido, sin permitirle acceder a sus debilidades? Tal vez su madre tuviera razón. Quizás el fracaso de su matrimonio fuera culpa suya. Sintió un escalofrío. ¡Qué idea! ¡Que su madre pudiera tener razón en algo!

Se acercó a Stan. Éste había iniciado ya el examen externo del cuerpo de la chica y estaba tomándole las medidas. Lo ayudó con las tareas de poca importancia; colocó el alza bajo la espalda del cadáver y fue tomando muestras de los fluidos. Le hacía bien concentrarse en algo concreto, en algo útil y conocido. Había trabajado con Stan tantas veces que sabía qué tareas le permitía hacer y ante cuáles debía retroceder y limitarse a mirar.

Retiró cuidadosamente las bolsas de papel que cubrían las manos de la chica y comenzó a raspar bajo las uñas. Había mucho material que raspar, lo cual significaba por lo general que la chica podría proporcionarles a través del ADN la identidad de su asesino. Tras examinar el cuello, Maggie notó que entre las diversas marcas, profundas y descarnadas, de la ligadura y los extensos hematomas, había al menos una docena de arañazos horizontales, en forma decreciente. Las marcas horizontales significaban casi con toda seguridad que buena parte del tejido cutáneo encontrado bajo las uñas sería de la chica, que se había arrancado la piel en sus intentos de asir el cordón que la había matado.

Stan hizo Polaroids suficientes para llenar el tablero de corcho que colgaba sobre la pila principal. Luego se quitó los guantes y por tercera vez desde que habían empezado se aplicó crema y se frotó las manos para extendérsela antes de ponerse unos guantes nuevos. Maggie estaba acostumbrada a aquel extraño ritual, que, de vez en cuando, como en esa ocasión, la hacía reparar en la sangre que manchaba sus guantes.

– Siento llegar tarde -dijo el agente Tully desde la puerta, donde permanecía parado, sin saber qué hacer. Estaba chorreando. Tenía empapada hasta la visera de la gorra de béisbol. Se quitó la gorra y se sacudió el pelo húmedo y corto. Al principio, Maggie pensó que dudaba porque no quería mojar el suelo, lo cual era una tontería, porque era de cemento y tenía sumideros colocados estratégicamente para absorber fluidos mucho más desagradables que un poco de agua de lluvia. Pero entonces vio que estaba esperando a alguien. La detective Racine apareció tras él, pero estaba tan seca y fresca que no parecía proceder del mismo sitio que Tully.

– ¿Ya estamos todos? -preguntó Stan con el gruñido que había estado refrenando.

– Sí. Estamos listos -canturreó Racine, y se frotó las manos como si se hubieran reunido para jugar un partido de tenis.

Maggie había olvidado que Racine asistiría a la autopsia. El caso era suyo. Naturalmente, querría estar presente. La última vez que trabajaron juntas, Racine estaba destinada aún a la unidad de crímenes sexuales. Maggie se preguntó si habría asistido alguna vez a una autopsia. De pronto, le dieron ganas de ponerse manos a la obra.

– En el armario hay máscaras y protectores para los zapatos -dijo Stan, señalando con el dedo-. Nadie puede mirar sin ir convenientemente vestido, ¿entendido?

– De acuerdo -Racine se quitó la cazadora de cuero y se dirigió al armario.

Tully, que iba tras ella, se tomó más tiempo del necesario para escurrir el impermeable y la gorra encima de un sumidero. Miró varias veces el cuerpo de la chica extendido sobre la mesa de aluminio. Maggie comprendió de pronto que tal vez estuviera en un error. ¿Sería Tully quien no había presenciado nunca una autopsia?