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No iba a permitir, de todas formas, que Racine arruinara su buena racha, sobre todo después de haberse pasado la mañana poniéndole los dientes largos a Britt Harwood con otra exclusiva. Ben sonrió. Racine ya no podía hacer nada respecto a las fotos que saldrían en la edición de esa tarde del Boston Globe.

Qué demonios, había hecho lo que quería con las copias, así que no le importaba compartirlas con Racine. De todas formas, pensaba dárselas. Y la detective no podía reprocharle que quisiera una compensación a cambio.

– Te están esperando, Garrison -dijo uno de aquellos Neanderthales vestidos de azul mientras le quitaba una esposa para soltarle de la silla. Luego, rápidamente, volvió a ponerle la esposa en la muñeca. Cuando Ben se levantó, el tipo lo agarró del codo y lo condujo por el pasillo.

La sala era pequeña, sin ventanas, y tenía varios agujeros en las paredes desnudas; algunos pequeños, como de bala, y un par de ellos tan grandes que daba la impresión de que alguien había intentado atravesar el cemento con el puño o la cabeza. Olía a pan quemado y a calcetines de deporte sucios. El agente le hizo sentarse en una de las sillas que rodeaban la mesa. Luego volvió a esposarlo a la silla.

A Ben le dieron ganas de decirle que, si de veras quisiera marcharse, no tenía más que darle la vuelta a la silla, plegarla y llevársela; quizás incluso darle a alguno con ella en la cabeza al salir. Pero seguramente no era el mejor momento para pasarse de listo, así que se mantuvo el pico cerrado y se preparó para otra larga espera.

Cosa extraña, Racine entró al cabo de un par de minutos y se detuvo a hablar con el Neanderthal en la puerta antes de darse por enterada de que estaba allí. Iba seguida por una mujer atractiva, de pelo negro, vestida con un traje azul marino de aspecto oficial. A Ben le pareció reconocerla. Sin duda acabaría acordándose. ¡Menudo chollo! ¡Dos nenas!

Racine estaba también bastante buena. Si quería hacerse la dura, tendría que esforzarse un poco más. Aunque Ben tenía que reconocer que era una hortera y que con aquel pelo rubio y de pincho parecía recién salida de la ducha. Llevaba unos pantalones azules y un jersey que él hubiera preferido más ajustado. Pero sin chaqueta -por suerte- daba gusto verla con la sobaquera de cuero y la culata de la Glock asomando por debajo del pecho izquierdo. Sí, ya sentía los efectos. Pobre Racine. Seguramente pensaba que meterlo allí era una especie de castigo.

El Neanderthal llevó su mochila y la puso sobre la mesa. Luego se largó y cerró la puerta. Racine apartó una silla y puso sobre ella un pie, intentando hacerse la dura. La otra se apoyó en la pared, cruzó los brazos y se puso a examinar a Ben.

– Bueno, Garrison, me alegro de que al fin hayamos podido arreglar el pequeño encuentro que proponías -dijo Racine-. Esta es la agente especial Maggie O'Dell, del FBI. He pensado que tal vez no te importara que montáramos un trío.

– Lo siento, Racine. Si ésta es tu idea de la intimidación, te vas a llevar una desilusión. La verdad es que me estás poniendo muy cachondo.

Racine no se sonrojó, ni siquiera levemente. Tal vez la detective Racine fuera más dura que la agente Racine.

– Este caso pertenece a los federales, Garrison. Eso podría significar…

– Corta el rollo, Racine -la atajó él, y miró a O'Dell, que seguía inmóvil, con cara de póquer, apoyada en la pared. Él sabía quién mandaba allí, así que, cuando volvió a hablar, se dirigió a O'Dell-. Sé que sólo quieren las fotos. Pero pensaba dárselas desde el principio.

– ¿De veras? -dijo O'Dell.

– Sí, de veras. No sé qué entendió Racine. Será que acumula mucha tensión sexual porque no sabe con qué o con quién joder esta semana.

– Bueno, me parece que tú vas a sentirte muy jodido cuando acabe contigo, Garrison -replicó Racine, que hacía el papel de poli malo, sin pestañear siquiera.

O'Dell también conservaba la calma.

– ¿Tiene las fotos aquí? -preguntó, señalando con la cabeza el macuto.

– Claro. Y estoy dispuesto a enseñárselas -levantó las manos para hacer resonar las esposas contra la silla de acero-. Se las daré, joder. En cuanto retiren todos los cargos, claro.

– ¿Cargos? -Racine miró a O'Dell y luego volvió a mirarlo a él-. ¿Te han dado los chicos la impresión de que estabas arrestado? Creo que les has malinterpretado, Garrison.

A Ben le dieron ganas de decirle que se fuera a tomar por culo, pero se limitó a sonreír y levantó las manos de nuevo para que le quitaran las esposas.

O'Dell llamó a la puerta y el policía de cuello de toro entró para abrir las esposas. Luego se marchó otra vez sin decirles ni una sola palabra a las agentes.

Ben se frotó las mejillas lentamente y luego se acercó a la bolsa y empezó a hurgar en ella. No quería que revolvieran sus cosas. Depositó su cámara, sus lentes y su trípode plegable sobre la mesa. Luego sacó un par de camisetas, dos pantalones de chándal y una toalla para sacar los sobres de papel de estraza del fondo. Abrió uno y esparció su contenido sobre la mesa: negativos, varias páginas de contactos y las copias que le había dado la gente de Harwood después de revelar la película. Dejó las copias sobre la mesa, ordenándolas por orden cronológico para que el efecto fuera completo.

– Joder! -exclamó Racine-. ¿Dónde y cuándo fue esto?

– Ayer, a última hora de la tarde, en Boston.

De otro sobre sacó varias copias de la escena del crimen de Ginny Brier y unas cuantas del mitin de Everett en el Distrito. En una aparecía Everett con una chica rubia y Ginny Brier, junto con dos de los chicos que aparecían en las fotos de Boston. Las deslizó sobre la mesa.

– Es muy fácil reconocer a algunos de estos buenos chicos cristianos -les dijo-. El sábado por la noche, cuando estuve en el mitin del Distrito, les oí hablar de una especie de rito iniciático que estaban planeando para el martes en el Boston Common. Tenía la corazonada de que podía ser interesante.

– Es curioso que no me lo comentaras. Ni siquiera me dijiste que habías estado en el mitin -dijo Racine.

– En aquel momento no me pareció importante.

– ¿A pesar de que sabías que tenías fotos de la chica muerta en el mitin?

– Hice muchas fotos ese fin de semana. Puede que no supiera exactamente qué o a quién había sacado.

– Y tampoco sabías que no me entregaste todos los carretes que disparaste en la escena del crimen, ¿no?

Él sonrió de nuevo y se encogió de hombros.

O'Dell fue tomando las fotos y examinándolas cuidadosamente una por una.

– ¿Estaba Everett en Boston? -preguntó.

– No vi ni rastro de él, pero les oí decir que tal vez se pasara por allí -señaló a Brandon en varias de las fotografías de Boston y en la del Distrito-. Este parecía estar al mando. Estaban todos borrachos. En una de las fotos se ve que llevaban botellas de cerveza y que rociaban con ellas a las mujeres.

– No puedo creerlo -dijo Racine-. ¿Dónde estaba la policía?

– Era un martes por la tarde. ¿Quién sabe? Yo no vi a ningún poli por allí.

– ¿Y se quedó simplemente mirando? -O'Dell lo miraba como si intentara averiguar de qué iba.

– No, hice fotos. Es mi trabajo. A eso me dedico.

– Estaban atacando a esas chicas, ¿y se limitó a hacer fotografías?

– Cuando estoy tras la cámara, no participo en la acción. Estoy ahí para plasmar lo que está ocurriendo.