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A decir verdad, no la había sorprendido la llamada, sino la petición. Tal vez lo de Harvey hubiera sido al principio una buena excusa, pero Gwen había sentido una nota de debilidad en la voz de Maggie mucho antes de que su amiga le dijera:

– Te necesito aquí, Gwen. ¿Puedes venir, por favor?

Gwen no lo había dudado ni un instante. Había dejado los linguine en el escurreverduras, en la pila, y una cacerola con salsa Alfredo casera sobre la placa fría de la cocina. Había salido de casa y estaba ya en el coche, de camino a Quantico, cuando Maggie acabó de contarle los escasos datos de que disponía.

– Entonces, ¿cuál es el plan? -preguntó ahora-. ¿O ni siquiera lo sabes?

– ¿Te refieres a que no debería intervenir?

Gwen observó los ojos de su amiga. No había ira en ellos. Bien.

– Sabes que es mejor que no tomes parte en esto. Lo sabes, ¿no?

– Claro -pero Maggie estaba mirando a Harvey, que se había puesto a husmear por los rincones del despacho, y se fingía distraída por la curiosidad del perro-. Cunningham dice que el gobierno tiene un informante. Alguien que se ofreció voluntario hace poco tiempo. Trabaja en el despacho del senador Brier y forma parte de la iglesia de Everett. Se llama Stephen Caldwell.

Gwen se sirvió una Pepsi light del minifrigorífico que había en un rincón del despacho. Levantó la mirada hacia Maggie.

– ¿No tienes whisky? -Maggie le sonrió y tendió una mano, y Gwen sacó otra Pepsi-. Ese informante -dijo-, ¿cómo sabemos que no es un agente doble? ¿Cómo sabemos que es de fiar?

– No estoy convencida de que lo sea. Por de pronto, puede que fuera él quien usó el pase de alta seguridad para acceder a esas armas retiradas, las que encontramos en la cabaña. Pero Cunningham dice que fue Caldwell quien organizó mi encuentro con Eve -vio la expresión inquisitiva de Gwen antes de que su amiga dijera nada-. Eve es una antigua seguidora de Everett. Hablé con ella cuando Tully y tú estabais en Boston.

– Ah, sí. Boston -Gwen se sintió incómoda al oír mencionar su viaje, pero Maggie no pareció percatarse. Que ella supiera, su amiga ni siquiera se había enterado de que Eric Pratt había intentado matarla. Y no tenía sentido sacarlo a colación en ese momento-. Si Caldwell ha estado robando armas y posiblemente filtrando información clasificada para Everett, ¿por qué de pronto está dispuesto a colaborar con las autoridades?

– Evidentemente, se ha encariñado con el senador Brier y su familia -Maggie le quitó con esfuerzo a Harvey una zapatilla deportiva de entras las fauces-. El asesinato de Ginny le hizo cuestionarse sus lealtades. Asegura que ha convencido a Everett de que deben ir a Cleveland, y que Everett no sabe nada sobre la orden de arresto, sólo sobre la atención negativa que le está dedicando la prensa. Dice que podremos detener sin problema a Everett y a Brandon en la concentración de Cleveland, en público, con escasa resistencia y sin riesgo de que Everett monte una matanza. Que Everett no espera que lo detengan en público y que lo pillaremos completamente desprevenido.

– Espera un momento -la interrumpió Gwen-, si Everett no sabía lo de la orden de arresto, ¿qué hay de los cadáveres que ha encontrado el equipo de rescate en el complejo?

– Cunningham dice que la unidad anunció su presencia. Había tantas trampas alrededor del complejo que no podían entrar por sorpresa. Creen que los que se quedaron se asustaron e hicieron lo que les habían ordenado en caso de que el FBI llamara a su puerta.

– ¡Jesús! ¿Sabéis si estaban en contacto con Everett?

– No lo sabemos con certeza. Pero no hubo mucho tiempo. Todo fue muy rápido.

– Pero ¿y Caldwell?

– Estaba informado de la orden de arresto, pero no sobre el asalto al complejo. Pretendíamos que fuera por sorpresa para que nadie resultara herido.

Al decir esto, Maggie eludió de nuevo la mirada de Gwen.

Vio que Harvey estaba agazapado bajo su mesa y se agachó para recuperar la otra zapatilla. Puso las dos sobre la estantería, fuera del alcance del perro. Harvey se sentó y se quedó mirándola como si esperara una compensación. Gwen también la miraba, esperando en silencio que Maggie continuara. Sabía que su amiga se hacía la distraída a propósito. Maggie estaba consiguiendo contarle los pormenores más escabrosos del caso sin mencionar a su madre, a pesar de que Gwen recordaba las muchas veces que le había hablado de Stephen y Emily, los nuevos amigos de Kathleen. Aquel Stephen y el tal Caldwell tenían que ser la misma persona.

– Y las fidelidades en conflicto de Caldwell -dijo Gwen por fin-, ¿cómo afectan a tu madre y a su seguridad?

– Eso no lo sé. Que sepamos, Caldwell todavía está con Everett. Y también mi madre -se sentó en el sillón y Harvey se acercó a ella y reposó la cabeza sobre su regazo como si fuera lo que se esperaba de él. Maggie comenzó a acariciarlo, abstraída, mientras apoyaba la cabeza en el suave cojín-. Intenté hablarle de Everett. Y acabamos… En fin, fue muy desagradable.

Gwen sabía guardar silencio. Maggie le había contado muy pocas cosas sobre su vida, y lo que sabía de su infancia y de las relaciones con su madre procedía de alusiones y de lo que había podido observar personalmente a lo largo de los años, así como de las pocas cosas que le había dicho Maggie casi por accidente. Sabía del alcoholismo de Kathleen y se había enterado de sus intentos de suicidio siempre a posteriori, a pesar de que varios habían tenido lugar desde que Maggie y ella se conocían. Pero Maggie siempre había eludido hablar de su relación con Kathleen y, para bien o para mal, Gwen lo había consentido con la esperanza de que algún día su amiga decidiera hablarle por propia voluntad de aquella batalla. Pero incluso esa noche, y a pesar de las circunstancias, Gwen esperaba pocas confesiones. Se apoyó en la esquina de la mesa de Maggie y aguardó, solo por si acaso.

– Siempre hace y dice unas cosas tan dolorosas… -dijo Maggie en voz baja si apartar la cabeza del cojín, evitando los ojos de Gwen-. No sólo a mí, sino a sí misma. Es como si se pasara la vida intentando castigarme.

– ¿Y por qué iba a querer castigarte, Maggie?

– Por querer a mi padre más que a ella.

– Puede que no sea a ti a quien intenta castigar.

Maggie levantó hacia ella unos ojos llorosos.

– ¿Qué quieres decir?

– Puedo que no quiera castigarte a ti en absoluto. ¿Has pensado alguna vez que, durante todos estos años, quizá haya estado intentando castigarse a sí misma?

Capítulo 70

28 de noviembre

Día de Acción de Gracias

Cleveland, Ohio

Kathleen contemplaba el lago Eire y por primera vez desde hacía años sentía nostalgia de Green Bay, Wisconsin. Una brisa cálida, impropia de la estación, le revolvía el pelo. Deseaba poder olvidarlo todo y pasar página, como si hiciera un borrón más en su pasado. Deseaba quitarse los zapatos, correr a la playa y pasarse el resto del día, el resto de la semana, el resto de la vida, caminando sin norte, sin propósito alguno salvo el de sentir la arena entre los dedos.

– Cassie abrirá el mitin -dijo el reverendo Everett tras ella.

Kathleen miró hacia atrás sin apartarse de la puerta abierta del patio. El reverendo Everett se había registrado en un hotel de película para ducharse, afeitarse y utilizar el teléfono para ultimar los preparativos de la concentración. Un rato antes, al usar el cuarto de baño, a Kathleen le había sorprendido tanto lujo: los jabones perfumados, el surtido de utensilios para lustrar los zapatos, una auténtica navaja de afeitar con hoja de acero, un gorro para la ducha y hasta un bote lleno de bastoncillos.

Ahora, mientras Stephen y Emily tomaban notas sin perder palabra de cuanto les decía el reverendo, Kathleen permanecía callada, disfrutando del sol y de la brisa. Tenía la sensación de que necesitaba aprender a respirar de nuevo tras el humillante ritual de la tarde anterior y el agobiante viaje en autobús. Confiaba en que el aire fresco y el sol se llevaran el recuerdo del aliento caliente del reverendo, de sus gruñidos y resoplidos mientras se abría paso a golpe de riñón dentro de ella. Cuando acabó, le señaló su ropa y le ordenó que se vistiera con una frialdad que Kathleen no le había oído nunca antes. El reverendo le había dicho que debía someterse a aquel ritual de purificación para que volviera a confiar en ella.