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– ¿Tienes hambre?

Ante el sonido de la voz de Rick, Sam se giró rápidamente.

– Hum…

Por inteligente que fuera no podía formar una sola palabra coherente cuando él estaba vestido de esa forma. Descalzo, con un pantalón holgado y sin camisa, era un ejemplo de primera de virilidad masculina. Parecía como si acabara de salir de la cama.

O como si estuviera preparado para meterse en una.

Su estómago dio un vuelco ante ese pensamiento.

– ¿Ese fue un sí o un no? -Su abdomen se onduló con la musculatura mientras él se movía hacia ella y sus labios se curvaban en una sonrisa libertina.

Eso fue un «maldición, estás magnífico». Pero no podía decir eso en voz alta.

– Tengo hambre si tú la tienes -dijo ella aclarándose la garganta. Eso era lo más cerca que ella podía llegar de flirtear. Cuando su rostro permaneció cortésmente indiferente, ella suspiró desanimadamente y preguntó-: ¿Estamos de camino a Simgen?

– Sí. -Rick asió su codo y la condujo por el pasillo al comedor-. ¿Podrías decirme por qué quieres empezar allí primero?

– Bueno, todo el mundo empieza la caza en Voltaing, ¿no es verdad?

– Eso es porque Voltaing era la ubicación del mayor distribuidor de libros electrónicos.

– Sí, eso es cierto. Sin embargo, si yo tuviera algo precioso que perder lo ocultaría en el lugar menos probable, no en el más probable.

Le retiró la silla, esperó hasta que se sentó y luego se movió hacia la unidad culinaria que se encontraba inteligentemente oculta en el aparador.

– ¿Quieres algo en particular para cenar?

Ella se encogió de hombros.

– Lo que tengas está bien.

– Bien. -Él se volvió y ella contempló cómo se flexionaban los músculos de su espalda mientras tecleaba el menú en la unidad-. ¿Así es que piensas que Simgen es el lugar menos probable?

– Escribí un artículo de investigación sobre el tesoro de libros electrónicos y…

– Lo leí.

Sam parpadeó.

– ¿Lo leíste? -Se había publicado en un oscuro diario para expertos. No pensaba que nadie lo hubiera leído.

– Seguro que sí. Era genial. Me encantaba cómo permanecías firmemente enfocada en los beneficios del romance erótico y no en la caza de tesoros real.

– Esto… gracias.

– Hiciste un fantástico trabajo al señalar los beneficios físicos, emocionales y mentales de los orgasmos regulares y cómo la lectura de las historias eróticas mejoraba la vida sexual en las parejas. Yo estaba más interesado en tus pensamientos sobre incrementar la agudeza mental con mucho sexo. -Rick se giró para mirarla a la cara y en el proceso reveló su elección para la cena: chocolate, fresas y nata montada-. Tú y yo vamos a necesitar unas mentes afiladas si esperamos encontrar el tesoro antes del final del mes.

Algo cálido y confuso floreció en su pecho ante la mirada de sus ojos azules.

– ¡Oh, Dios mío! -Ella jadeó cuando apareció la conciencia- ¿Estás intentando ligar conmigo? Quiero decir, en serio. ¿Quieres tener sexo conmigo?

– Sí. En serio. Quiero.

Ella se puso en pie y empezó a caminar.

– Guau. Sin embargo, podría hacerse extraño el trabajar juntos después de que follemos. Y…

– A ver -comenzó él sonriendo abiertamente-. No habría pensado que fueras del tipo de las que dicen cosas sucias. Pero me gusta. Es condenadamente sexy viniendo de ti.

La mirada traviesa de sus ojos combinada con esa sexy sonrisa hizo que su corazón galopara.

Rick tendió la mano hacia la mesa y puso la pequeña fuente sobre una silla cercana. La asió cuando ella intentaba pasar a su lado y, antes de que supiera lo que le había golpeado, estaba tumbada sobre la espalda en la impecable superficie de madera. Él le soltó el pelo y hundió las manos en sus mechones.

Los ojos de ella se dilataron.

– Oh, guau, vas en serio.

– Oh sí -murmuró él.

– ¿Vamos a hacerlo aquí mismo? ¿En la mesa?

– Entre otros sitios.

Ella tragó saliva fuertemente.

– Eso quiere decir más de una vez, ¿verdad?

– Definitivamente más de una vez. Tengo ganas de descubrir todos tus pequeños y atractivos secretos.

– ¿Estás seguro de que me quieres a mí? -Mortificada por haber hablado alocadamente en voz alta, Sam se golpeó en la frente. Solo ella criticaría la oportunidad que se da una vez en la vida de liarse con el hombre más ardiente que hubiera visto nunca.

– Sí, estoy seguro de que te quiero a ti, y no te preocupes de que las cosas sean extrañas. Ambos somos adultos. Podemos permitirnos algo de sexo sin ataduras y sin compromisos.

Temerosa de abrir la boca de nuevo Sam solo asintió. Realmente era la única clase de sexo que conocía. Además, podía asegurar con todo convencimiento que no iba a decir: «No, gracias. Mi vibrador servirá.»

Él asió el cierre del traje plateado de ella y lo bajó hasta el final, yendo él detrás.

Sostuvo el dobladillo en cada tobillo y contempló con mirada ardiente cómo ella liberaba sus piernas, pero cuando intentó quitarse las mangas la detuvo.

– Déjate puesta esa parte.

– Esto… seguro. -Ella no sabía por qué quería que dejara el traje bajo ella pero no iba a quejarse. Él podría despertarse y darse cuenta de que ella solo era una bibliotecaria aburrida.

– Por los dioses -suspiró él mientras las callosas puntas de sus dedos vagaban sobre el estómago de ella.

– ¿Cómo ocultaste todas esas curvas bajo tu traje?

Ella bajó la vista por su torso hacia él y descubrió sorprendida que parecía mortalmente serio. Y también lleno de lujuria.

Sus dedos rozaron entre las piernas de ella.

– No tienes vello.

– Sí… ¿Está bien?

– ¿Bien? Joder, me pone cachondo como un demonio.

– ¿En… en serio?

Pero él no podía responder porque su cabeza estaba enterrada entre sus muslos.

Con un grito sobresaltado ella se arqueó contra su boca, la lisura de su traje se deslizó sobre la madera y la empujó hacia él. Rick gruñó y asió sus caderas, extendiéndola más, abriéndola a los lametones hambrientos de su talentosa lengua.

– Oh madre mía… -Ella tembló cuando él encontró su clítoris y lo sacó jugueteando de su capucha con suaves revoloteos. Acarició el haz de nervios, arriba y abajo, con su lengua moviéndose sin prisa, como si tuviera todo el tiempo del mundo.

Tras cerrar los ojos Sam se deleitó en el momento, se preguntó si estaba soñando y esperó que, si era así, no se despertara sin tener un orgasmo primero.

– Hazme correrme así -suplicó ella.

Las pocas veces que sus compañeros anteriores habían tenido sexo oral con ella, habían atacado su sexo como bestias devoradoras, precipitándose para pasar de las caricias preliminares e ir directamente a la penetración. Rick, sin embargo, la lamía con notable ternura, besándola primero suavemente con sus labios, su lengua y sus dientes hasta volverla loca. Ella se retorcía bajo él, su piel se calentaba antes de evaporar el sudor. Todo dolía y quemaba. Sus piernas temblaron cuando las hebras sedosas de su cabello se frotaron contra la parte interior de sus muslos.

Tras tender sus manos hacia él Sam enredó los dedos en sus mechones oscuros y lo atrajo más cerca, alzándose para igualar su ritmo sin prisa. Él zumbó suavemente, su lengua delineó y se hundió en las cremosas profundidades de su vagina, entrando y saliendo, hasta que su corazón pareció que reventaría.

– ¡Rick! -gritó ella a punto de perder el sentido por la necesidad de correrse.

El gruñido de él fue bajo y atormentado, la vibración subió por su cuerpo y goteó en sus pezones. Estos se alzaron doloridos y Sam liberó la cabeza de él para acunar sus senos y apretarlos, tratando de aliviar su tormento.