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– Déjame -murmuró él contra su carne resbaladiza, haciendo a un lado las manos de ella. Hizo rodar sus pezones entre las expertas puntas de los dedos, tirando de ellos de una forma que hizo que su matriz se contrajera desesperadamente-. Tú simplemente túmbate ahí y córrete.

Iba a hacerlo, no podía pararlo, sus caderas empujaban su sexo contra la lengua que la penetraba, igualando su ritmo.

– Oh, Dios, por favor…

Rick rodeó su clítoris con los labios y chupó firmemente. La succión fue demasiado y la llevó hasta el orgasmo, atormentando su cuerpo con una fuerza tan aturdidora que ella no pudo respirar, su vagina desesperadamente codiciosa porque él la llenara. Antes de que pudiera boquear en busca de aire él estaba dentro de ella, su pene tan duro y grueso que apenas podía tomarlo.

– ¡Mierda! -jadeó él, cayéndose hacia delante, atrapándola contra la mesa con su poderoso cuerpo.

Él se quedó quieto mientras su vagina se ondulaba a lo largo de su longitud con los espasmos finales de su liberación.

– Eres condenadamente apretada, Sam. Casi demasiado apretada.

Con un quejido ella refunfuñó.

– No soy yo, eres tú. Eres demasiado grande.

Más bien enorme. Gigantesco. Desmesurado.

Una mano grande retiró el pelo tiernamente de su cara.

– ¿Te estoy haciendo daño?

Ella pensó en ello durante un momento, meneando las caderas. El placer se extendió hacia fuera, haciéndola gemir.

– No.

– ¿Puedes tomar un poco más? -El sudor brotó en su piel.

– ¿Hay más?

Él hizo una mueca.

– Por favor, no me hagas parar -suplicó él con voz áspera.

Sam alzó la vista hacia el magnífico hombre que esperaba sobre ella y sintió que algo se derretía.

Su pelo oscuro flotaba alrededor de su hermoso rostro. El borde de sus pómulos estaba ruborizado y un músculo diminuto de su mandíbula latía por lo apretada que estaba. Sus pectorales y bíceps estaban duros y delineados por el esfuerzo que ejercía para sujetar su peso y que no la aplastara. Era absolutamente bello, una obra de arte. Y era suyo durante las siguientes semanas. Que la condenaran si una vagina desatendida le impedía tenerlo.

Se movió otra vez, abrió más las piernas e inclinó sus caderas. Con un profundo gruñido de placer Rick se hundió hasta el fondo.

Besos agradecidos llovieron por sus cejas y sienes. Él logró una sonrisa dolorida, que hizo que su corazón diera un vuelco.

– No puedo recordar la última vez que estuve tan duro.

– Estás bromeando. -Aunque secretamente ella esperaba que fuese cierto. Si se volvía más grande no habría forma de que cupiera.

– Ojalá fuera así. Temo moverme, creo que me correré.

– Adelante -le animó ella, queriendo eso desesperadamente-. Yo ya he tenido lo mío. Tú puedes tener lo tuyo.

Dejó caer la cabeza y capturó su boca. La besó suavemente, dulcemente, su lengua se frotó contra la de ella y la saboreó con profundos lametones. Sus labios eran firmes, su habilidad clara. Como quería más ella gimió de protesta cuando él se retiró.

– Eres perfecta -murmuró él.

El escepticismo de ella debió de haberse mostrado en su rostro.

– ¿No me crees? -Él echó sus caderas hacia atrás y sacó su pesado pene de ella. Ella observó, húmeda de deseo, mientras los músculos de su estómago se dibujaban tensos y él volvía a entrar en ella.

– No hay problema -susurró ella, con la garganta apretada por la visión más erótica que había tenido nunca-. Simplemente estoy contenta de haber estado por aquí cuando estabas excitado.

Él gruñó en su siguiente empuje perfecto hacia abajo.

– Bueno. Piensa lo que quieras. En una semana tu vagina se habrá adaptado a la forma de mi pene, entonces me creerás.

Su vagina se apretó fuertemente ante sus palabras. Como respuesta él agarró sus hombros y la penetró más fuerte, con sus caderas alzándose y bajando infatigablemente.

– ¿Te gusta esa idea? -Los labios de él tocaron su oído. Su respiración laboriosa hizo que se doliera por correrse de nuevo-. Voy a follarte en cada momento en que estés despierta. Voy a dormir con mi pene dentro de ti. Voy a empaparte con mi pene hasta que te gotee.

– ¡Rick!

– Chica traviesa -gruñó él-. ¿Te encantan unas cuantas palabras sucias con el sexo, verdad?

Se alzó ligeramente, la asió por la cadera y la colocó sobre su pene, alzando su cuerpo arriba y abajo, con el traje que se deslizaba fácilmente sobre el tablero pulido. Sam solo podía agarrarse a sus muñecas y mirar, gritar y retorcerse con el placer brutal.

Rick arrojó su cabeza hacia atrás y rugió cuando se corrió, empujando más fuerte dentro de ella y sus muslos temblando contra los femeninos.

La visión de su clímax disparó el de ella, haciendo que su vagina se agarrara a su pene de modo que él se estremeció y maldijo por el placer.

Cuando todo hubo terminado la atrajo contra su pecho, con el sudor uniendo sus pieles desnudas. Él se rió suavemente entre dientes y su mejilla descansó sobre la cabeza de ella.

Era abrumador e íntimo, y Sam estaba tan agradecida por la experiencia que quería gritar.

Era una pena que el mes que tenían por delante no pudiera durar.

Capítulo 3

– ¿Puedes acercar más esa luz? -pidió Sam, obviamente exasperada- La forma en que la sostienes hace difícil que pueda leer esto.

Rick se acercó un paso y se frotó la parte de atrás del cuello con vergüenza. No había estado prestando atención a lo que estaba escrito en la piedra. Había estado inclinando la luz para tener una mejor vista del trasero de Sam mientras avanzaba a gatas sobre el suelo polvoriento. Tenía un bonito trasero, redondeado y ligeramente rellenito, como el resto de su cuerpo. Sabía, tras observar cómo se racionaba los postres, que ella pensaba que estaba demasiado llena, pero él discrepaba completamente. Él era un hombre grande, con un apetito sexual fuerte. Si ella hubiera sido más pequeña habría tenido miedo de hacerla daño. Tal y como era, bellamente curvada, sus muslos almohadillaban sus profundos empujes y sus senos eran lo suficientemente grandes como para llenar sus manos.

Por los dioses, su pene estaba tan duro que dolía terriblemente.

En busca de una distracción echó un vistazo al estrecho túnel de piedra en el que estaban. Habían estado en Simgen durante una semana, pero a Sam solo le había llevado un día encontrar esta cueva.

Ellos eran los primeros visitantes que este lugar había visto en mucho tiempo, y Rick solo podía admirar su habilidad en llegar más lejos que cualquier otro cazador de tesoros en tan poco tiempo.

Ella le había explicado minuciosamente el proceso que había conducido a este descubrimiento, sacando libros, mapas, la llave que él había ganado y notas garabateadas por ella y publicadas por otros. A él le encantaba que quisiera compartir su mente con él, así como su cuerpo exuberante. Por ello había hecho todo lo posible por prestar atención a lo que estaba diciendo, pero entonces ella se había inclinado sobre la mesa y su trasero se había balanceado de un lado a otro mientras ella alcanzaba elementos para explicar su razonamiento.

Incapaz de contenerse él había abierto su bata, la había alzado y había hundido su pene en ella.

Incluso ahora, el recuerdo de ella tumbada entre sus herramientas de investigación, gritando mientras la tomaba, estaba volviéndole loco.

– ¡Maldición, Rick! -se quejó ella- No puedo ver nada.

Abandonó la lucha, se puso de rodillas y dejó la linterna en el suelo. La asió por la cintura y la arrastró encima de él.

– ¡Oh, Sam! -gruñó él mientras sus curvas se acomodaban en su cuerpo- Te quiero.

– Estás loco.

– Por ti, sí.

Ella se rió y le besó en la boca.

– Nunca hacemos nada.

Él rodó poniéndose sobre ella, y tosió por el polvo que se levantó alrededor de ellos.

– Hemos hecho muchas cosas.