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– Sí, bueno, pero no mucho que tenga que ver con el tesoro.

Introdujo la mano entre sus piernas y acarició su sexo por encima de su traje.

– ¿Te importa? -murmuró él y bajó los párpados cuando ella jadeó bajo él.

– No si a ti tampoco. ¿Quieres… quieres que volvamos a la nave?

– Ahora no puedo andar.

– ¿Vas a joderme aquí mismo? -preguntó ella jadeantemente y con los ojos dilatados.

Por los dioses, le volvía loco cuando ella hablaba así. Ese exterior de bibliotecaria tímida ocultaba una maniaca sexual. Y la forma en que olía…

– Sí, aquí mismo. Ahora mismo. -No podía esperar. Casi desesperado por estar dentro de ella, agarró el broche de su traje y lo arrastró hacia abajo. En el proceso golpeó el libro que ella había estado usando para traducir. Como siempre, el recordatorio de lo inteligente que era puso su pene incluso más duro.

Además de su fascinación con su figura apreciaba su mente. Como quería conocerla, Rick trataba de no arrastrarla a la cama más de una vez cada dos horas. Sin embargo, Sam no podía pasar tanto tiempo sin sus manos sobre ella. Ella lo había seguido un par de veces y había bromeado para que la tomara. Era casi como si temiera que él perdiera el interés si no estaba follándola constantemente. El hecho era que a veces lamentaba el no estar un poco menos interesado. No podía dejar de pensar en ella.

Bajó la cabeza y capturó sus labios en un beso profundo y penetrante. Su suave gemido y su abrazo acogedor le hicieron estremecerse. Ella siempre estaba lista para él, siempre acogedora.

– ¿Sam?

Rick alzó la cabeza ante la voz extraña y frunció el ceño.

– ¿Quién demonios es ese?

– ¿Sam? ¿Estás aquí?

Ella se le quedó mirando mientras parpadeaba.

– Parece Curt.

– ¿Quién cojones es Curt?

– Es profesor en la Universidad Jaciana.

– ¡Oh! -Ligeramente apaciguado por el título de «profesor», que significaba viejo y aburrido, Rick se retiró con un gemido frustrado.

– ¿Qué está haciendo en nuestra cueva?

– No tengo ni idea -dijo ella empujándole de los hombros-. Pero probablemente deberías retirarte de mí.

– Supongo -dijo él de mala gana.

Justo entonces una brillante luz giró una esquina y pudo ver claramente al profesor que había interrumpido su diversión.

– ¿Ese es el profesor? -dijo como si mordiera.

– Ah -dijo Curt con una mirada lasciva-. ¿Todavía te gusta divertirte un poco en el trabajo, eh, Sam?

El profesor era joven, esbelto y apuesto, si te gustaban los dioses dorados. Y si a Sam le gustaban Rick estaba en problemas, porque él era de los mercenarios oscuros y pesados.

– Sí, le gusta, y está interrumpiendo -gruñó él.

Curt alzó su mano libre en un gesto defensivo.

– No pretendía estorbar. En serio. Solo quería ver si podíamos hablar de una sociedad.

– Escuche. -Rick se puso en pie y alzó a Sam. Él abrochó de nuevo el traje de ella hasta la garganta-. ¿Por qué no me dice qué está haciendo en nuestra cueva antes de que empiece a tratar de negociar sin tener nada?

– Tengo mucho, confíe en mí. -Curt volvió su atención a Sam-. Uno de mis estudiantes de antropología encontró parte de una nota interna que se escribió la semana que la base de datos falló. Estaba estropeada, pero con un poco de codos conseguimos sacar algo de ella.

Sam alzó la vista de los pantalones a los que estaba quitando el polvo.

– ¿Por qué compartirlo conmigo? ¿Por qué no simplemente hacerlo tú solo?

– Sabes por qué -dijo él con un tono de voz demasiado íntimo-. Tú eres mucho mejor en investigación forense que yo.

– ¿Y a cambio? -Ella arqueó una ceja.

– Quiero el treinta y tres por ciento.

– No joda -ladró Rick. La mano de Sam en su brazo no le hizo sentirse mejor. Solo le enfadó más. Ella no podía estar considerando la propuesta de este tipo…

Curt se encogió de hombros.

– Como veáis. Os veré en Rashier 6 en tres semanas. Quizá hayáis cambiado de opinión para entonces.

Rick apretó los puños. El pensamiento de ese tipo con Sam después de que su mes hubiera acabado le hizo hervir la sangre.

– ¿Le importaría decirme cómo nos encontró?

– Los expertos en antigüedades literarias formamos un grupo muy pequeño -dijo Curt con suficiencia-. Las voces se corren rápido en nuestra comunidad.

– Lo que está tratando de decir es que ha estado espiándome -corrigió Sam secamente.

– Sé amable, Sam -la regañó Curt-. Déjame enviarte por correo electrónico una pequeña muestra del texto recuperado, lo justo para que veas que no trato de engañarte. Si terminas por querer lo que yo tengo, sabes dónde encontrarme.

– De acuerdo -suspiró ella-. Le echaré un vistazo. Pero no te prometo nada. Esto no constituye ningún acuerdo.

Asintiendo con satisfacción el profesor les dejó.

– Por favor, dime que no te lo tiraste -murmuró Rick mientras la estudiaba.

Sam se sonrojó hasta la raíz del pelo.

– Tienes que estar tomándome el pelo. -¿Qué vio ella en un tipo como ese? Entonces el estómago le dio un vuelco. ¿Todavía te gusta divertirte un poco en el trabajo, eh, Sam? Ella había escrito esos papeles sobre cómo los orgasmos aumentaban la agudeza mental. ¿Era eso todo lo que él significaba para ella? ¿Una recarga para su cerebro?

– No me mires de esa forma. -Ella cruzó los brazos-. Tú tampoco eras virgen cuando te encontré.

– Sí, bueno, al menos yo no uso a la gente para ampliar mi investigación.

– ¿Qué se supone que significa eso?

– Significa que mi polla no es una batería para tu cerebro.

Sam dio un paso atrás, con los ojos dilatados y llenos de confusión.

La mandíbula de él se apretó.

– Niégalo.

– No sé qué mosca te ha picado.

– Yo sé qué mosca te ha picado a ti -dijo él lascivamente-, ¿pero quizá una polla es tan buena como otra para la agudeza mental?

– Que te jodan. -Ella giró sobre sus talones y se alejó.

* * *

Sam intentó no llorar mientras preparaba su equipaje, pero era una batalla perdida. Cada vez que recogía un libro, la imagen de la estantería de los libros históricos hacía que le doliera la garganta.

Recordó estar sentada en el regazo de Rick, con su cabeza descansando en el hombro de él mientras escuchaba las explicaciones de su amor por tales cosas.

– Me gustan los consuelos táctiles -había dicho él-. La sensación de la seda y el terciopelo, los satenes y el encaje. Me gusta el calor de la madera y el brillo de la luz de la vela. El metal es demasiado frío y estéril para mis gustos. -Él había besado su frente y había susurrado-: Me gusta especialmente la sensación de tu piel. Es mi consuelo favorito en este momento.

Su corazón se había derretido. Para ser un tipo tan grande y duro, podía ser notablemente dulce y sensible.

Y un imbécil.

Ella se sorbió la nariz y tomó otro volumen. No había pasado ni una sola noche en esta habitación. Cada noche había dormido con Rick -cálida y contenta en sus brazos.

– ¿Te vas? -preguntó él desde el umbral, e hizo que diera un bote por la sorpresa. Ella no se giró.

– Dejé algunos papeles para ti en la biblioteca. Te dirán todo lo que necesitas saber. Si tienes algún problema, hay bastantes expertos que pueden echarte una mano.

Él se quedó quieto durante un largo momento contemplándola.

– ¿Cómo te vas a casa? -preguntó él controladamente- ¿Con el profesor?

– No. -Ella metió bruscamente el libro en la bolsa-. Le dije que usara sus propios codos. De cualquier modo, esa fue siempre mi intención. Simplemente sentía curiosidad por lo que tenía o se lo habría escupido en la cueva.

– ¿Y te vas a ir sin más? ¿Qué hay de los libros electrónicos?