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– Curt -dijo Rick-. ¡Qué sorpresa!

– Esto es realmente conmovedor -dijo Curt falsamente mientras apuntaba con una pistola de rayos a Sam-. ¿Pero no pensáis que ahora deberíamos encontrar nuestro tesoro?

– ¿Nuestro tesoro? -escupió Sam.

– Sí, nuestro, he pasado los mismos años buscando los libros electrónicos que tú.

– Como mucha otra gente. ¿Y qué? ¿Se supone que debemos repartirlo entre todos los que lo han buscado alguna vez?

– No, conmigo será suficiente.

Ella cruzó los brazos sobre el pecho.

– No vas a conseguir nada, Imbécil. Loco. Estúpido. Y aparta esa pistola antes de que hagas daño a alguien.

Curt envió un disparo de aviso a los pies de ella.

– Si ella resulta herida tú mueres -gruñó Rick con el corazón golpeándole locamente. No tenía ni idea de lo que era capaz este loco.

– Ven aquí Sam -dijo Curt suavemente-. O tu chico acabará quemado.

Sam se acercó con pasos dubitativos, teniendo en mente únicamente el proteger a Rick en lo que pudiera. Cuando llegó lo suficientemente cerca, Curt la atrapó por la garganta y agitó la pistola en dirección a Rick.

– Llama al ascensor.

– Deja que se vaya Rick -dijo ella, dispuesta a hacer lo que fuera necesario para sacar a Rick de allí.

– No seas boba -refunfuñó Curt-. Avisará a las autoridades.

La tensión en el aire mientras esperaban al gimoteante y rechinante ascensor era palpable.

– ¿Qué demonios vas a hacer, Curt? -preguntó Sam con el estómago hecho un nudo. Cruzó con la mirada el pequeño espacio hasta donde Rick esperaba una oportunidad para golpear- ¿Cuál es el plan después de esto?

– Bueno, una vez que encontremos la base de datos, os atontaré a ambos y saldré. Despertaréis en una hora o dos y vendréis a buscarme. Entonces os daré la mitad de los créditos y vosotros dos podéis dividir vuestra parte. Yo recibiré elogios por haber encontrado los libros electrónicos, vosotros dos podéis escaparos y poneros ojitos de cordero degollado el uno al otro y todos seremos felices.

– Ya ves, ese podría ser un gran plan si hubiera una base de datos, Estúpido. Pero dado que no la hay, realmente has tenido éxito en enfadarnos. Por lo que he oído sobre la reputación de Rick, eso no ha sido nada inteligente.

Curt se puso rígido detrás de ella.

– ¿De qué estás hablando?

– No. Hay. Ninguna. Base. De. Datos. ¿Lo pillas? ¿Por qué piensas que nadie la ha encontrado nunca? No existe.

– ¿No existe? -gritó él mientras la apartaba para poder examinar sus rasgos con su mirada. Rick atrapó la muñeca de ella y la colocó detrás de él de un tirón, escudándola con su cuerpo.

– No, Asno sin Seso -escupió Sam-. Tú sabes cuánta investigación he hecho, el tiempo que he buscado, todos los lugares que he excavado. No hay nada que encontrar o alguien ya lo hubiera encontrado.

– ¿Entonces por qué estás aquí? -Curt agitó la pistola salvajemente hacia Rick- Con él. ¿Por qué estarías aquí si no hubiera ningún tesoro?

Ella tragó saliva y se arriesgó a lanzar una mirada a Rick. Sus ojos permanecían fijos en el arma de Curt y su mano en la cintura de ella la mantenía firmemente detrás de él. Dirigiendo la vista hacia sus pies dijo:

– Porque quería estar con él y esta era la única forma de hacerlo.

– ¿Qué? ¿Me estás tomando el pelo?

Rick estaba sorprendentemente silencioso.

– No, en absoluto. Sabía que si le decía que el tesoro era un mito me enviaría a casa.

– ¿Lo dices en serio Samantha? -Curt la miró boquiabierto- ¿Todo esto ha sido por nada?

– Si quieres el tesoro entonces sí, esto ha sido por nada, lo que no es menos de lo que te mereces por hacer esta peligrosa estupidez. -Su voz bajó de volumen-. Pero para mí, yo sí conseguí algo. Incluso si no consigo retenerlo.

Los ojos de Curt se entrecerraron con sospecha e inclinó su barbilla en dirección a la bolsa a los pies de ella.

– ¿Qué hay en la bolsa? ¿Por qué traes tus instrumentos si no hay necesidad de ellos?

Su rostro se bañó en un rubor ardiente.

– No son mis instrumentos.

– No te creo. Abre la bolsa y pruébalo.

– ¡Que te jodan! -dijo Rick-. Aparta la pistola.

– No hasta que ella abra la bolsa.

Resignada, Sam se puso en cuclillas y abrió el cierre, revelando una variedad de artilugios sensuales.

– ¿Juguetes sexuales? -gritó Curt.

Ella sintió el escalofrío que recorrió la poderosa figura de Rick.

– ¡Santo Dios, Sam! -Curt lanzó las manos hacia lo alto- Solías ser una experta literaria, ahora eres…

El puño de Rick conectó con la mandíbula de Curt con un crujido estremecedor. El profesor quedó inconsciente y cayó a sus pies.

– ¡Guau! -Los ojos de ella se dilataron- Eso fue tan genial. Adoro cuando te pones todo macho.

– Me alegro de que lo apruebes. -Él sacudió la cabeza-. Todavía no puedo creer que durmieras con este tipo.

– No me lo recuerdes. ¿Qué hacemos ahora con él?

– Voy a atarle de pies y manos y sacarle fuera. -Él se giró para encararla, con sus ojos azules oscurecidos por una alerta predadora. Ella retrocedió un paso-. Cabeza de chorlito puede esperar hasta que hayamos terminado. Entonces los llevaré a él y a la cinta de vídeo a las autoridades.

– Tuviste razón en que Curt vendría detrás de nosotros.

– Sí, y tú tuviste razón en que trajéramos el vídeo para probarlo. Somos un buen equipo.

Sam cerró la bolsa y se la colgó sobre el hombro.

– Sácalo fuera y vámonos. El ascensor está aquí.

Él se quedó rígido.

– ¿Ir adónde?

– A conseguir los libros electrónicos.

– Dijiste que no sabías dónde estaban.

– No iba a decirle dónde estaban. -Sam empujó suavemente a Curt con la punta de la bota-. Así es que mentí. Sabía que eso lo frustraría lo suficiente para bajar la guardia y darte una oportunidad. Es uno de las razones por la que es pésimo en el trabajo forense. Tenía la misma información que yo, simplemente no conseguía casarla para alcanzar las mismas conclusiones. El vídeo probará que no puede reclamar nada del tesoro.

Rick estaba extrañamente absorto mientras caminaba hacia ella.

– ¿Todo lo que le dijiste fue una mentira?

– ¿Qué?

– ¿Mentiste sobre todo?

Retrocediendo cautelosamente, Sam trató de descubrir qué estaba haciendo. Y falló.

– ¿Qué estás haciendo?

– Haciéndote una pregunta. -Él la atrapó contra el muro, le quitó la bolsa del hombro y la tiró al suelo-. ¿Decías la verdad cuando le dijiste que querías estar conmigo? ¿O eso era parte de la mentira?

La forma en que él la miraba le dijo que era el momento de confesar.

– Era la verdad -admitió ella alzando la vista hacia él-. He sabido de este lugar durante años, pero no me servía de nada sin la llave. En el momento en que me mostraste esto -buscó dentro su camisa el chip de datos que él llevaba alrededor del cuello-, supe que teníamos el tesoro.

Él atrapó sus caderas en sus manos y la atrajo hacia él. A ella no se le escapó el hecho de que estuviera totalmente excitado.

– Te mostré la llave en tu oficina el primer día que nos conocimos.

Sam hizo una mueca tristemente.

– Sé que soy una persona terriblemente egoísta. No pretendía que esto llegara tan lejos. Iba a traerte aquí antes, lo juro. Entonces me abordaste sobre la mesa e hiciste realidad todas mis fantasías.

– ¿Tus fantasías?

– Sí. -Ella se mordisqueó nerviosamente una uña-. Y luego dijiste que seguirías haciéndolas realidad, y de repente el llevarte directamente al tesoro no era tan apetecible.

Él atrapó la muñeca de ella y le sacó el dedo de la boca.

– Has estado arrastrándote por túneles polvorientos durante semanas, Sam.