Fue un shock. O al menos debió de ser un shock. Porque él era un extraño, aunque los habían presentado. Ella debería haberlo frenado, lo sabía. El problema era que no era el tipo de beso que una chica quisiera cortar.
Él tampoco parecía tener prisa en dejar de besarla.
Los labios de Nick se movieron suavemente, pero con decisión, como si estuviera buscando algo muy preciado. Y cuando finalmente paró, ella se oyó un suspiro de arrepentimiento.
En ese momento se dio cuenta de que había sido ella la que había buscado prolongar el beso, levantando la cara a modo de invitación, entreabriendo los labios. Abrió los ojos y vio a Nick Jefferson observándola. Era la mirada de un hombre acostumbrado a las conquistas inmediatas.
– Tenía razón -dijo él, antes de que ella pudiera preguntarle qué diablos estaba haciendo. En realidad parecía sorprendido.
– ¿Razón? -dijo Cassie. Ella estaba indignada, pero él la había distraído de su indignación.
Entonces se dio cuenta de que estaba con la cara levantada, como si le estuviera pidiendo que la volviera a besar. Hizo un esfuerzo por recomponerse y repitió:
– ¿Que tenía razón acerca de qué? -Cassie intentó retirar la mano, pero él no la dejó.
Al darse cuenta de que la gente que había los estaba mirando, se quedó quieta para no hacer una escena.
– Tenía razón acerca de tu boca -dijo él-. Tiene sabor a fresa.
“¡A fresas!”, pensó Cassie, y rogó que no se pusiera colorada bajo la intensidad de su mirada. Estaba furiosa consigo misma. El hombre era incorregible; ella no tenía por qué animarlo.
Pero el contacto con su mano le había provocado un estremecimiento… Se le había olvidado la sensación de cosquilleo al sentirse atraída por alguien. Hacía tanto que no ocurría, que tal vez había creído que no volvería a suceder.
De todas formas, seguramente él lo habría dicho para impresionarla.
– ¿Fresas? ¿Qué tipo de fresas? -le preguntó ella.
Él sonrió seductoramente.
– Las pequeñas. Ésas que son bien rojas, y que al morderlas sueltan un zumo exquisito.
Evidentemente ella no había logrado que depusiera su actitud descarada.
– ¡Oh! -contestó Cassie. La imagen que había evocado era tan sensual que mejor se hubiera callado.
Nick se acercó a ella y se sentó en el borde de la mesa donde estaba sentada. Entonces se inclinó para tomar un libro de cocina, rozándola en el movimiento.
Ella se quedó paralizada al aspirar aquella tibia fragancia masculina, mezclada con olor a ropa limpia, jabón y un rastro de colonia.
Nick Jefferson, en cambio, hojeó las páginas como si nada. Ella sintió la tentación de darle con el libro en la cabeza, pero se reprimió. Sería mejor seguir su ejemplo y hacer como si nada.
Pero una cosa era decirlo y otra hacerlo. Sus labios se habían quedado temblando después de aquel beso, y ella se descubrió preguntándose qué sentiría si Nick Jefferson le tomaba la cara entre las manos y la besaba en serio.
Pero, ¿se estaba volviendo loca?, pensó ella.
– Estoy seguro de que a Helen le va a encantar el libro -dijo él, sobresaltándola.
– ¿Helen?
– Mi hermana -dijo él con una sonrisa malévola, como si hubiera intuido la pizca de celos en ella al oír el nombre de otra mujer. '
Él era un arrogante, sin duda, pero ella era idiota. -Bueno, no quiero convencerlo de que no compre uno de mis libros, pero estoy de acuerdo con Beth. No es el tipo de regalo que una chica puede esperar para su cumpleaños.
– Bueno, es sólo un regalo extra. A Helen le encanta cocinar. Colecciona libros de cocina, igual que otras mujeres coleccionan joyas. Es una fan suya, es por lo que al ver su póster fuera se me ocurrió la idea. Ahora que la conozco, comprendo por qué es su admiradora.
Cassie ignoró el cumplido. Sinceramente dudaba que él la hubiera oído nombrar, y además estaba segura de que él no era el tipo de hombre que se pondría a hablar de cocina con su hermana.
– A mí me gustaría más que alguien me regalase joyas para mi cumpleaños y los libros de cocina comprármelos yo -dijo ella.
– No se preocupe, Cassandra. Encontraré alguna bonita sorpresa para regalarle. No miro tanto el dinero.
Ella estaba segura de ello. Al contrario, seguramente sería muy generoso con lo que pudiera comprarse con dinero. Pero había algo en el interior de Cassie que le advertía que debía de ser tan miserable como Scrooge en cuestiones de compromiso emocional.
– ¿Quiere que le firme un ejemplar para su hermana? -preguntó ella, extendiendo la mano para que él le diera el libro.
Nick no parecía tener prisa, porque le dio el libro muy lentamente, asegurándose de que ella pudiera ver la foto que él había estado mirando.
– ¿Budín de Sussex en salsa? -preguntó él.
Ella estaba segura de que él no tenía ningún interés en las recetas, sino que perseguía seducirla.
Pero ella estaba decidida a no dejarse arrastrar por un hombre que, evidentemente, se creía irresistible, y que probablemente lo sería, para alguien que buscase una aventura. Pero ella no buscaba eso.
– ¿Lo ha probado? -preguntó ella después de un carraspeo con el que buscaba usar un tono más duro con él-. Es un postre tradicional inglés -le explicó ella como si estuviera tratando con un adolescente de catorce años-. La salsa se hace con zumo de limón y mantequilla que se pone en el fondo del molde, de manera que cuando se desmolda, cae por encima. Tiene muchas calorías, por supuesto, pero es delicioso -agregó-. Tal vez si la sorpresa gusta a su hermana, se lo prepare algún día.
– Es posible -dijo él, mientras seguía hojeando el libro-. ¿Y qué opina acerca de todas estas tartas y pasteles? -preguntó él, deteniéndose en una página al final del libro-. ¿Tienen calorías también?
Ella se encogió de hombros.
– Ciertamente tienen crema. Él cerró el libro y le dijo:
– Tal vez debería poner un letrero en la cubierta advirtiendo contra los riesgos para la salud -dijo él levantando el libro y sonriendo. Los pliegues alrededor de la boca se pronunciaron al hacerlo.
– También tienen fruta fresca dijo ella-. ¿No ha oído decir que no está mal permitirse un poquito de lo que se desea?
– Es verdad. Es una filosofía con la que sinceramente estoy de acuerdo. Pero no en cuanto a la comida. Además, yo creía que lo que se buscaba en este momento era comida baja en calorías y sin azúcar añadida, ¿no es así?
La sonrisa de aquel hombre era muy seductora, y no había duda de que era muy atractivo, lo malo era que él lo sabía. Además, ella no era una rubia alta y esbelta, así que seguramente él estaría practicando con ella hasta que apareciera una rubia a su gusto.
– Sinceramente, prefiero no dedicarme a ello. Además, no es cuestión de que se coman esas calorías todos los días. Uno se puede cansar de algo muy rico, como los postres -apuntó ella.
Beth, que acababa de terminar con el cliente, volvió justo cuando Cassie se había puesto colorada.
– Si crees que los postres son potentes, amigo mío, deberías probar la empanada de Cassie -comentó Beth.
– ¿Sí? -preguntó Nick, mirando a Cassie a los ojos directamente-. Si compro la carne, ¿la prepararía para mí?
– Puedes comprarte un ejemplar del libro, Nick -le dijo Beth-. Es una buena inversión. Algún día se te acabarán las mujeres a quienes seducir, y tendrás que aprender a cocinar.
– Jamás he seducido a una mujer por su talento en la cocina, Beth -dijo él, sin quitar la vista de Cassie-. Esta ciudad está llena de buenos restaurantes.
Nick se había dado cuenta de que ella se había ruborizado, a pesar de querer mantener un comportamiento frío con él. Estaba causando alguna impresión en Cassandra Cornwell, aunque no sabía cuál.
– Pero compraré el libro de Cassie, si me lo firma -agregó él.