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– Mmm… Estaba hablando solo. Acabo de poner el romero, pero no me acuerdo qué tengo que poner luego, ¿el caldo o la nata líquida? -sonrió y luego como si se le acabara de ocurrir dijo-: El caldo -la jarra con la medida de caldo estaba al lado del guiso. Volcó el caldo en él, e improvisando, le dio varias vueltas.

– ¿Qué es? -preguntó Verónica inclinándose sobre el guiso-. ¡Oh! Pollo. Huele muy bien.

– Esperemos que sepa bien -dijo él, irguiéndose y tomando la copa.

– ¿No lo sabes? -le preguntó Verónica, mirándolo como si fuera un gato mirando su presa. Nick recordó haberse sentido del mismo modo hacía unos días, en la sala de reuniones.

– No, en realidad, no. Es la primera vez… eh… que hago este plato.

– Y pan casero también -dijo ella.

– ¿Pan? -Nick recordó los panecillos de repente-. ¡Oh! Sí. Pero no es casero. No he llegado a tanto -dejó su copa y sacó los panes del horno, echándolos rápidamente en una cesta que había aparecido mágicamente-. Éstos son sólo panes para hornear -continuó, maravillándose de que Cassie estuviera en todos los detalles. Era una profesional-. Pero dame tiempo, y verás.

Detrás de Verónica, alrededor de la puerta de la despensa vio la mano de Cassie moverse frenéticamente, haciéndole señas de que se fuera de la cocina.

– Le daré la vuelta a esto y podremos irnos y empezar a comer, si tienes hambre.

– Bueno. Había pensado pararme a comer una hamburguesa por el camino, por si acaso. Realmente no pensé que fueras capaz de hacer esto -miró alrededor, como si todavía no pudiera convencerse.

– ¿No? -la invitó a ir al comedor-. Espera, y verás.

No has visto nada aún -y con esas palabras, miró hacia la despensa y guiñó el ojo.

Cassie tenía ganas de gritar, pero como no podía hacerlo, simplemente volvió a la cocina con el pulso acelerado.

Puso el arroz lavado en un plato, listo para meterlo en el microondas y resistió la tentación de acomodar todo y limpiar mientras esperaba que la tetera hirviera. Ella era la cocinera, no la friegaplatos. Además, pondría a Nick en un aprieto si tenía que explicarle a Verónica cómo se había colocado todo solo.

Desde la despensa había podido echar una buena ojeada a la rubia de Nick. No parecía el tipo de mujer dispuesta a creer en cuentos de hadas.

Cassie pinchó el pollo para ver si estaba tierno. Le faltaba muy poco. Le debería haber recordado a Nick que volviera pronto a la cocina mientras su invitada estuviera ocupada con el salmón ahumado.

Si Verónica sospechaba algo, lo seguiría a la cocina constantemente. Y se daría cuenta de que el pollo había desaparecido mágicamente del fuego. La tetera comenzó a silbar muy fuerte. Se alegró de ello, porque haría acudir a Nick.

– No, tú no te molestes, Verónica. Come tranquilamente. No tardaré nada -oyó a Nick.

– ¿Qué diablos es eso? -preguntó al llegar a la cocina.

– La tetera. La has puesto antes. ¿No te acuerdas? Es el momento de poner el arroz -dijo ella mientras volcaba el agua hirviendo y ponía el microondas-. Haz algo. Nick. Quita el pollo del fuego y ponlo en un plato. Nick pinchó la carne y la puso en un plato.

– ¡Maldita sea! -exclamó al mancharse la camisa con la salsa.

Cassie le dio un trapo de cocina sin decir nada.

– No te preocupes. Te dará credibilidad -dijo ella con la mejor de las sonrisas.

– ¿Estás seguro de que no puedo ayudarte en nada, Nick? -gritó Verónica.

– No. Simplemente relájate. Enseguida estoy contigo -gritó él, evitando mirar a Cassie-. ¡Oh! ¡Dios! Esto es una pesadilla. Parezco mi madre en la Nochebuena.

– Mientras no te dé por cantar villancicos… -dijo Cassie subiendo el fuego de la salsa-. Vete. Llevas demasiado tiempo aquí. ¿Quieres que venga a buscarte?

Tal vez quisiera que fuera así. Tal vez fuera posible que sintiera cargo de conciencia.

– No quiero que me encuentre, Nick.

Él recogió la botella de vino de la encimera. Luego se inclinó y le dio un beso a Cassie en la mejilla.

– Gracias, Cassie.

Ella se quedó perpleja y se volvió hacia él. Se quedaron mirándose un momento. Entonces él la besó nuevamente, pero esta vez en la boca.

Ella se quedó sin palabras, demasiado impresionada para poder decirle algo. Él desapareció por la puerta de la cocina.

¿Cómo se atrevía a besarla cuando se tomaba semejantes molestias para seducir a otra mujer?

Alzó la mano y se limpió la boca con ella. Pero sus labios se quedaron temblando. ¡Maldita sea! ¡Qué arrogante! Le estaría bien empleado dejarlo solo y que terminase él de cocinar.

Pero no fue capaz. preparó una docena de uvas y las picó, quitándoles las pepitas primero.

Nick apareció con los platos sucios.

– No te preocupes. Verónica está mirando los compact-discs.- Tenemos un minuto.

Ella lo miró.

– Entonces será mejor que veas cómo está el arroz, mientras yo termino con el pollo.

Ella se apartó de él, y se concentró en el pollo con salsa de uvas.

– El arroz está hecho -dijo él, sobresaltándola-. Lo pondré en una fuente, ¿te parece?

Ella se dio la vuelta y le dijo:

– Nick…

– ¿Sí?

– Nada -preguntarle a un hombre por qué la había besado era absurdo. Y si lo hacía le demostraría cierto interés por su parte.

– Cassie, esto no es… es decir, yo no soy…

– ¿Qué? ¿Qué te pasa, Nick? ¿No te basta con una sola mujer?

– Nick… -era la voz de Verónica, que no podía esperar, al parecer.

– Mejor que no la hagas esperar. Parece que has conseguido tu objetivo con ella.

– ¡Maldita sea, Cassie!

– Cuidado. Puede oírte -Cassie le dio los platos calientes-. Ve antes de que se enfríe el pollo.

– ¿Y el arroz?

– Vas a tener que venir a buscarlo. A no ser que tengas tres manos.

– Con dos mujeres a quienes contentar, me harían falta, ¿no te parece?

No tenía dos mujeres, pensó ella, furiosa. Pero no pudo decírselo. Ya se había marchado.

Cuando él volvió a buscar el arroz, ella no levantó la vista de las fresas y la nata.

¿Qué pasaba que él la ponía tan nerviosa? Ella era una mujer ocupada, tenía una profesión. ¿Qué más quería? Ella se había jurado no volver a caer con un hombre, y menos con uno como Nick Jefferson.

Cassie intentó no oír el murmullo de voces ahogadas por la música de Mozart. No quería imaginarse qué estaría diciendo o haciendo Nick.

Le molestaba sudar como una esclava encima de un horno para otra mujer. Pero no necesitaba un hombre para sentirse completa. Y menos un hombre como Nick Jefferson.

Ella se secó una lágrima y agregó tazas de café a la bandeja, junto con la nata y el azúcar. Nick había comprado una caja de bombones caros. Como se sentía tremendamente infeliz la abrió, y se comió dos. No la ayudaron en nada, y los espacios que dejaron en la caja la señalaron acusadoramente. Entonces puso los bombones en un plato pequeño que encontró en el armario. Y como Verónica no habría comido chocolate en su vida y no lo iba a echar de menos, se comió otro bombón. Eso la hizo sentir peor.

En ese momento oyó movimientos en el comedor. Como estaba harta de esconderse en la despensa, corrió al aseo. Por lo menos allí podría sentarse y llorar, si quería. Pero no lo iba a hacer, se dijo firmemente, moqueando lo más silenciosamente posible.

Idiota, murmuró, mirándose al espejo.

Se sonó la nariz con papel higiénico haciendo el menor ruido posible, se lavó la cara con agua fría y se dijo firmemente que dos besos no eran nada para un hombre como Nick Jefferson. Era un hobby para él. Algunos hombres jugaban al críquet, o pescaban. Él besaba. a las mujeres. Los rumores decían que las prefería altas y rubias, pero al parecer, se conformaba con bastante menos a veces.

Cuando finalmente salió del cobertizo, Nick y Verónica habían terminado las fresas y el café. Era hora de marcharse. El tobillo, que gracias a los analgésicos y la venda le había dolido de manera soportable, empezaba a molestarle. Decidió llamar por teléfono para pedir un taxi. El número estaba pegado en un pequeño bloc amarillo colgado de la pared. El rato que tardaron en atender el teléfono le pareció interminable.