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– Venga -se dijo.

Al no estar allí, dejaría de pensar en Nick y en Verónica. De ese modo podría engañarse pensando que Verónica llamaría a un taxi y se iría a una hora respetable. Aunque no fuera cierto.

– Melchester Taxis -contestó una voz.

Pidió un taxi y le dijeron que estaban todos ocupados, que tardarían unos veinte minutos en recogerla. Ella estaba furiosa consigo misma por no haber pensado cuánto tiempo le iba a llevar conseguir un taxi. Pero no podía hacer otra cosa que esperar.

Cassie decidió que sería mejor esperar fuera de la casa en lugar de soportar un segundo más en la cocina, mientras Nick cortejaba a otra mujer.

El cerrojo de la puerta de atrás era viejo y estaba duro. Ella se inclinó para hacer más fuerza, moviéndolo hacia arriba y hacia abajo. Todavía estaba intentando que el cerrojo cediera cuando oyó los tacones de Verónica a través del suelo de cerámica de la cocina.

– Claro que te ayudaré a fregar-dijo.

La oyó tan cerca que le pareció que estaba en el cobertizo con ella.

– Es lo menos que puedo hacer después de una cena tan maravillosa.

– No hace falta, de verdad -Nick protestó-. Tengo una persona que viene a limpiar. Lo hará mañana por la mañana

– Eso es desagradable. Sólo un hombre sería capaz de dejar los platos sucios de la noche para que los lave otra persona. Esto se friega en un momento.

Se oyó el ruido del agua corriendo.

– Empiezas tú, Nick. Iré un momento al aseo. Luego si quieres, secaré los platos que hayas lavado.

Al menos no sería ella la que se ensuciaría con los platos y el detergente, pensó Cassie.

La idea dé ver a Nick con la camisa remangada la divirtió.

Cassie se puso erguida. Si Verónica se iba arriba, podría marcharse.

– Dime dónde está-dijo Verónica.

– Por allí.

¿Por dónde le habría indicado?, se preguntó Cassie. Al oír la puerta del cobertizo tuvo la respuesta.

¡Oh! ¡Dios bendito! ¡Él creía que ella ya se había ido!

Cassie, desesperada, volvió a forzar el cerrojo. Hizo ruido, pero no pudo abrir.

¿La habría oído Verónica? Aparentemente, no. Pero Nick debía de haberla oído, porque lo oyó moverse rápidamente a través de la cocina.

– Ése es un cuarto de baño un poco pequeño -dijo-. Quizás estés más cómoda en el de arriba, Verónica.

Verónica se rió.

– ¡Por Dios, Nick! No tiene importancia. Un aseo pequeño es suficiente.

– Quizás no haya toalla -improvisó él-. O jabón. Será mejor que vaya a ver.

– ¡Cielos, Nick! ¡Cualquiera diría que tienes alguien escondido allí! Esqueletos en los armarios o algo así…

Nick rió forzadamente su broma.

– ¿No tienes un chef escondido ahí, por casualidad? -¿Un chef? -Nick pudo reír, aunque le costó un gran esfuerzo-. ¡Qué desconfiada eres, Verónica!- Si eso es lo que piensas, será mejor que vayas a verlo tú misma.

En ese momento, Cassie dejó de escuchar tras la puerta y tomó la única salida posible. Se quitó los zapatos, abrió la puerta hacia las escaleras y, haciendo caso omiso al dolor de su tobillo, las subió corriendo.

CAPÍTULO 9

NICK estaba de pie en la cocina, contemplando un fregadero lleno de platos sucios, preguntándose cuánto tardaría en convencer a su invitada, a quien ya no deseaba en su casa, de que se marchase. De pronto tuvo una idea.

Después de una llamada oyó un ruido arriba. Había alguien. ¿Sería Cassie?

Él había pensado que Cassie se había marchado hacía mucho tiempo. Había dejado muy claro que se marcharía en cuanto tuviera oportunidad.

¿La habría oído Verónica también?, se preguntó él.

– ¿Hay dos escaleras, Nick? -preguntó Verónica. Su cara jamás expresaba lo que pensaba. Al contrario que Cassie, cuya mirada la traicionaba.

– Sí. Una para subir, y otra para bajar. Originalmente había más escaleras. Una para cada uno de los pequeños chalés. Ésta la dejó una pareja que vivió aquí para que los niños no entrasen con barro a la casa.

– Buena idea. ¿Puedo ir arriba? Como me has dicho que podía echar un vistazo…

El se encogió de hombros. Su cerebro parecía estar funcionando con lentitud, como si inconscientemente se negase a encontrar una excusa razonable para detenerla.

– Claro. Te mostraré la parte de arriba cuando hayamos fregado los platos.

– Eso nos llevará un rato. Ven -ella le extendió la mano. Nick miró la mano, la sonrisa burlona que dibujaba la comisura de la boca de Verónica.

Una semana antes él habría aceptado aquella invitación sin dudarlo un instante. Pero ahora descubría que prefería la frialdad y la distancia de Verónica:

– Será mejor que subas por la escalera principal con esos zapatos de tacón -le dijo él-. Ésta está un poco gastada y vieja.

– No hay problema -Verónica se quitó los zapatos, le tomó la mano y empezó a subir las escaleras.

A él no le quedó otra alternativa que seguirla y esperar que el crujir de la madera le advirtiera a Cassie que estaban subiendo.

Cassie, en lo alto de la escalera, había estado observando el laberinto de pasillos estrechos, las infinitas puertas a sus lados. Deseó haber aceptado la invitación de Nick de dar una vuelta por la casa y ver todo aquello. De ese modo podría haber encontrado la salida por la escalera principal y escapar. Ahora no podía hacer otra cosa que esperar a que Verónica abandonase el cobertizo. Pero no fue así.

Escuchó con atención los movimientos y palabras de la otra mujer. La voz de Nick no se oía bien. Pero no necesitaba mucha imaginación para saber cuál habría sido la respuesta de Nick a la proposición de Verónica de ir arriba. Cuando lo oyó subir, corrió por el pasillo más cercano buscando desesperadamente las escaleras principales de la casa.

– ¡Este sitio es tan pintoresco, Nick! ¿Cómo era aquella vieja canción? Había un hombre tortuoso que construyó una casa tortuosa…

– No creo que sea así en este caso -dijo Nick.

– ¿No? ¡Oh! Bueno… -Verónica dejó de mirar la pequeña ventana redonda al final de las escaleras-. ¡Y qué jardín tan bonito! ¿Es otro de tus insospechados hobbies?

– Verónica…

– ¿Es ésa una rosa de Bourbon? ¿Ésa color rosa?

– No lo sé. No tengo tiempo para dedicarme al jardín. Viene una persona a arreglarlo una vez a la semana.

Sus voces estaban terriblemente cerca. Cassie abandonó la búsqueda de las escaleras y abrió la primera puerta que encontró, deseando desesperadamente que no fuera un trastero o un armario. No lo era. Entró y se quedó apoyada en la puerta tratando de recuperar la respiración. Luego miró alrededor y casi soltó un grito de horror. Era la habitación de Nick. Tenía que serlo. La cama era baja y muy grande. Las sábanas eran negras. La alfombra, gris claro. La diseñadora monocromática había vuelto a poner su firma. Pero al menos su peor pesadilla no se había vuelto realidad. La cama no estaba cubierta con la piel de algún animal exótico, sino con un edredón negro normal, si era posible llamar normal a la ropa de cama negra.

– ¿Es ésta tu habitación, Nick? -oyó una voz femenina.

También oyó el movimiento de un dedo en el picaporte y sintió que alguien empujaba la puerta. Se puso detrás de ésta y se pegó a la pared, para que cuando entrasen quedara oculta detrás de la puerta.

– ¡Oh, sí! -comentó Verónica al verla.

– Como te he dicho, toda la casa necesita una nueva remodelación y decoración.

– Realmente, me gustan las sábanas negras -Verónica entró en la habitación-. Son muy especiales. Puedes imaginarte exactamente qué tiene en mente el hombre que las ha elegido.