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– Sinceramente, Verónica, en lo que a mí respecta, puedes contarle al mundo entero lo que ha pasado, escribir un informe y pegarlo en el tablón de anuncios, si quieres -abrió la puerta de entrada-. No merezco otra cosa por ser tan idiota. Pero Cassie no tiene la culpa de esto, así que me temo que tendrás que buscar otro cocinero para tu reunión.

Nick se acercó al taxista y le dio un billete de diez libras. Abrió la puerta y esperó a que Verónica entrase. No se estaba comportando incorrectamente. Sólo quería que se marchase para aclarar las cosas con Cassie.

Pero Verónica no parecía tener apuro. Se quedó mirándolo un momento y le dijo:

– Tienes razón, Nick, eres un idiota -luego se inclinó y le dio un beso en la mejilla-. Y ahora, ¿no sería mejor que entrases y que le dijeras a esa mujer lo que sientes por ella?

– ¿Cassie? -Nick estaba de pie en la puerta de su dormitorio, mirándola, mientras ella intentaba sentarse. secándose los ojos llorosos de risa-. ¿Por qué estás aquí todavía?

– Lo siento, Nick -tuvo que reprimir otra serie de risas-. Sinceramente. Debe de haber sido…

– ¿Embarazoso?

– Decepcionante. ¡Después de tantas molestias!

– ¿Lo has hecho a propósito? -le preguntó él-. Me refiero al sabotaje.

Cassie se puso colorada.

– Por supuesto que no. ¿Por qué iba a querer estropear tu noche después de haberme tomado la molestia de ayudarte tanto? Es que no he podido abrir la puerta de atrás y entonces he decidido usar el aseo del cobertizo para esconderme, y entonces… Bueno… No me ha quedado más remedio que subir.

Nick no dijo nada.

– Además, ella ya me había visto. ¿Estaba muy enfadada?

– Creo que se ha divertido más de lo que se ha enfadado.

– Lo siento.

– No lo sientas. No ha sido culpa tuya. No debí dejar que sucediera nada de esto.

– Y yo no debí ayudarte a engañarla.

– Te has visto en la obligación.

– ¿Va a suponer algún problema para ti?

Él se quedó pensando un momento.

– No. No lo creo. Aunque me ha presionado para que prepares la comida de una reunión que va a…

– ¡Oh, no!

– Eso es lo que le he dicho yo. No te preocupes por ello.

– No. Será mejor que llame a un taxi.

– No te preocupes. Yo reservé un taxi para Verónica -se aflojó la corbata y se sentó al borde de la cama-. Relájate, Cassie. No apoyes el peso sobre el tobillo -dijo él al verla moverse-. El taxi tardará veinte minutos, por lo menos.

Nick siguió su propio consejo y se estiró en la cama al lado de ella. El peso de su cuerpo se hundió en la cama e hizo que ella se fuera contra él.

Cassie se sintió confusa al sentir que su cuerpo chocaba con el de Nick. Las suaves curvas de su cuerpo femenino se amoldaron contra él, el pelo de Cassie le rozó las mejillas y el cuello.

Él no había pensado en aquello cuando se había echado. ¿O se estaba engañando a sí mismo?

Había deseado deshacerse de Verónica, pero no había pensado más allá de eso. A pesar del consejo que ésta le había dado, tenía que pensar antes de hablar con Cassie. Pero cuando ella empezó a levantarse, se dio cuenta de que Cassie era exactamente lo que quería.

Y no la iba a dejar escapar.

– Relájate, Cassie -repitió, deslizando un brazo por debajo de ella.

Cassie hizo un nuevo movimiento para levantarse, pero entonces él le sujetó la muñeca y le dijo:

– Tengo que hablar contigo.

– ¿Hablar?

– Sí, sólo hablar. Confía en mí, Cassie.

– Ni lo sueñes.

Pero el problema no era él. Nick no era el tipo de hombre que pudiera abalanzarse sobre una mujer si ésta decía que no. El problema era ella, confiar en sí misma.

No había saboteado la noche de Nick, pero le habría gastado hacerlo. Había sentido unos celos terribles. Y eso también le molestaba.

Había rechazado a todos los hombres que habían querido salir con ella, y ahora se dejaba impresionar por un Don Juan. Ella, que era un cisne fiel.

Y en ese momento él le estaba rodeando la cintura, y ella estaba tumbada a su lado, con la cabeza echada en su hombro, la muñeca sujeta por la mano de Nick; debía pararlo, escapar de esa situación. Pero no le era fácil. Hacía mucho que no la abrazaba un hombre… Y ahora que tenía la cabeza contra sus costillas, y que oía el latido de su corazón, tenía la sensación de haber vuelto al hogar.

Aquel pensamiento la turbó.

Alzó la cabeza para mirarlo. Su cara parecía expresar el mismo asombro de ella. Él dejó de acariciarle la muñeca. Sonrió, le tomó la mano, y comenzó a darle suaves besos desde la muñeca hasta el codo. Era un poco turbador, pero delicioso a la vez.

Su cuerpo respondió al tacto de Nick. El sentido común le decía que debía parar, irse de allí en ese mismo momento, antes de que fuera demasiado tarde. Pero el sentido común no sabía lo que era el deseo, ¿Sabría lo que era el amor?

Nick quitó el brazo que la rodeaba. Puso una almohada debajo de la cabeza de Cassie. Ella echó hacia atrás la cabeza. Él se apoyó sobre un codo para mirarla, mientras le acariciaba la mejilla con el dorso de la mano. Ella se estremeció y se relamió nerviosamente los labios secos. Hacía años… Era una locura… Cerró los ojos.

No ocurrió nada, y después de un momento, los volvió a abrir. En ese momento, él la besó. Pero no fue el delicado beso de la librería, ni el tierno beso que le había dado en la cocina.

Aquél era un beso de verdad, caliente, el beso de un adulto, un beso que no fingía ser otra cosa, una ola de deseo que subía la temperatura de su cuerpo, que la excitaba peligrosamente, que le quitaba la voluntad y la arrastraba a la rendición. Cuando él paró, la cabeza de ella pareció quedarse dando vueltas, su corazón latía sin cesar, y todo su cuerpo se quedó temblando por aquella sensación de temor y éxtasis al mismo tiempo.

Él debió ver todo aquello en su cara, porque la volvió a besar, suavemente, tiernamente, murmurándole palabras al oído para tranquilizarla, mientras le abría el primer botón de su camisa.

Ella echó hacia atrás la cabeza, invitándolo a probar su piel. Él le dio un cálido beso en el cuello mientras seguía abriendo botones. La besó entre los dos pechos, en su vientre, y sólo paró al encontrarse con la cintura de sus vaqueros. Cuando él traspasó esa barrera, ella gimió, y dejó que la lengua de él jugase con su ombligo.

– Te deseo, Cassie -dijo Nick.

Aquellas palabras no expresaban compromiso alguno, pensó Cassie. La deseaba. Deseaba su cuerpo. No lo disfrazaba con nada romántico. “Te deseo”. Y todo lo que deseaba un Jefferson lo conseguía. Ganar o morir. ¿Sólo significaba eso ella para él? ¿Otro desafío?

Verónica se había marchado, pero ella seguía allí, a mano para engrosar la lista de deseos cumplidos. Entonces, repentinamente dijo éclass="underline"

– Creo que me estoy enamorando de ti…

– ¡Oh, no!

Podía creer que fuera deseo. Pera no amor. Era una palabra que podía usar cuando todo lo demás hubiera fracasado para conseguirla. ¡Y él mentía con tanta facilidad!

Cassie, que había estado momentáneamente enajenada por aquellos besos, pareció verlo todo claro. Apartó el pecho de Nick y se giró para levantarse de la cama.

Y mientras él se quedó intentando imaginar qué habla ocurrido, ella corrió hacia la puerta, subiéndose los vaqueros, haciendo caso omiso al dolor del tobillo.

Cassie descubrió que las escaleras principales estaban cerca de allí. Si las hubiera encontrado antes no habría pasado nada de todo aquello.

“¡Maldita sea!”, pensó, mientras se abrochaba el botón del pantalón. Bajó las escaleras y se dirigió a la cocina, a llamar por teléfono.

– ¿Qué diablos ha ocurrido? -preguntó Nick cuando ella estaba marcando el número.

Se dio la vuelta, y extendió las manos como desafiándolo a no acercarse. Luego, al darse cuenta de que tenía la blusa abierta, se la cerró con las manos.