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– “Confía en mí”, me has dicho. Y luego… ¿Cómo has podido? Hace menos de media hora estabas pensando en llevar a Verónica a tu cama…

– No es cierto.

– Pero ella se dio cuenta de cómo eres. Bueno, yo también. Un poco tarde, puede ser, pero no tengo demasiada experiencia en este tipo de cosas. Aunque la poca que tengo debería haberme puesto en guardia.

– ¿De verdad? -los ojos de Nick brillaron peligrosamente-. ¿Y de qué me acusas, Cassie?

– No has pedido un taxi, ¿verdad, Nick? Verónica se había marchado, pero como estaba yo, no hacía falta cambiar de planes.

– ¿Has terminado? -él se movió hacia ella.

– ¡No! -luego dijo menos vehementemente-: Sí. ¿Qué más hace falta decir? -después frunció el ceño al oír una voz en el teléfono.

– Taxis Melchester, ¿qué desea?

– ¡Ah! Sí, ¿puede enviarme un taxi a Avonlea Cottage, Little Wickham?

– ¿Avonlea Cottage? Espere un momento, por favor -Nick y Cassie se quedaron mirándose-. Hemos enviado un taxi a esa dirección hace unos diez minutos. Debe de estar a punto de llegar.

– No, ese taxi ya se ha ido… -la voz de Cassie se fue apagando al oír el timbre de la puerta. Se dio la vuelta lentamente, y a través de la ventana de la cocina vio una luz reluciente con la palabra “Taxi” en un coche que esperaba a la puerta-. ¡Oh! -exclamó avergonzada.

– ¿Señorita?

Cassie negó con la cabeza. No podía hablar; Nick tomó el receptor para disculparse por la confusión y colgó.

– ¿Qué estabas diciendo, Cassie? le preguntó Nick. Se apoyó en el frigorífico, cruzó los brazos y la miró intensamente, como esperando una explicación.

¿Qué podía decir ella? ¿Que lo sentía? ¿Que no se le daba muy bien lo de las relaciones y que por eso hacía lo que podía por evitarlas?

Pero no creía que él estuviera dispuesto a escuchar sus historias de fracasos. Así que se abrochó cuidadosamente los botones de la blusa.

– Será mejor que me vaya. Adiós, Nick.

Cuando estaba a medio camino de la cocina le dijo Nick:

– ¿No se te olvida algo, Cassie?

Ella recogió su cesta inmediatamente.

– Yo me refería a los zapatos -agregó él, y se rió.

¡Maldita sea! Se reía de ella.

– Cuélgalos en la pared, como recuerdo -dijo ella sin darse la vuelta. Y se fue directamente al taxi.

Ella había creído que él iba a seguirla con los zapatos en la mano, pero la puerta se cerró a sus espaldas y no volvió a abrirse.

– A College Close -le dijo al taxista.

Sólo miró atrás una vez. Pero en ese momento Nick estaba muy ocupado haciendo la primera de varias llamadas telefónicas, y no pudo verla.

CAPÍTULO 10

CASSIE apenas durmió esa noche. Por momentos pensaba que tenía todo lo que necesitaba. Prefería pensar en cualquier cosa con tal de no pensar en lo que había pasado.

El bajar las escaleras de la casa de Nick a toda prisa no le había hecho ningún bien a su tobillo, y estaba claro que había perdido la posibilidad de contar con la ayuda de alguien que condujese hasta el campamento y que le pusiera la tienda de campaña.

Pero aquél no era ningún problema comparado con la forma en que había respondido a Nick. Su propio deseo la había aterrorizado.

Se prometió no volver a dejarse llevar por su corazón. A partir de ese momento sería su cabeza quien le dictase su vida. Por otra parte, como ella no servía para tener una aventura, siempre había pensado que una parte de su ser había muerto con Jonathan. Y en cierto modo había sido así. Porque nunca más había podido creer en la palabra de un hombre cuando la miraba a los ojos y le prometía la luna.

Desde entonces se había volcado en su profesión. Y a fuerza de esfuerzo y mucha suerte había logrado llegar a lo más alto en su trabajo. Ella amaba su profesión. Y hasta aquel momento le había bastado con eso. Pero aquel día había deseado a Nick, tanto como para tirar por la borda todos aquellos años de precaución. Pero no tenía sentido. Que ella se hubiera equivocado en lo del taxi no cambiaba nada. A Nick le valía más una chica en sus manos que varias rubias no disponibles. Nick Jefferson no era un hombre en quien se pudiera confiar.

Pero al parecer sus hormonas no comprendían esas cosas. Y parecían hacerla reaccionar como a una adolescente deseosa de diversión y libertad, que se negaba a entrar en razón.

Se levantó en cuanto el cielo empezó a clarear. Se había acostado automáticamente, por costumbre, aun a sabiendas de que iba a ser un tiempo perdido, y se alegró de que saliera el sol y la rescatase de su desdicha.

Preparó café, y salió al pequeño jardín a observar el comienzo de un nuevo día. Dem la acompañó, haciéndose un ovillo en la otra silla y dándole una sensación de menor vacío.

Alargó la mano para acariciarlo. Era una gran compañía, pero no le alcanzaba. Hasta entonces parecían haberle bastado sus ronroneos y su calor para que no se sintiera sola. Pero de pronto su hermosa casa le pareció vacía.

Claro que aquello no iba a durar mucho. En una hora aproximadamente iría Matt con los chicos, y debía prepararse. Se daría una ducha caliente, ¡Quién sabe cuándo volvería a ducharse en condiciones! Desayunaría como era debido. Pero no se engañaba. Aquello era consolarse con la comida…

La llegada de Matt con los niños le levantó un poco el ánimo, pero su cuñado presintió que algo no, marchaba bien, y supuso que debía de ser su pie.

Cuando se despidió de los niños la miró frunciendo el ceño y le preguntó por quinta vez:

– ¿Estás segura de que puedes arreglártelas sin problemas?

Ella estaba por asegurarle que no había problema cuando de pronto vieron aparecer un minibús.

A pesar de lo que había pasado, al parecer Nick le había enviado un conductor.

Cuando el coche se fue acercando ella descubrió que era Nick quien conducía.

Había pensado que no quería volver a verlo, pero ahora que lo tenía frente a ella se daba cuenta de que lo que la había hecho sentir tan desgraciada la noche anterior había sido la idea de no verlo nunca más.

– ¿Estáis todos listos? -preguntó Nick abriendo la puerta y saltando del minibús.

– ¿No es Nick Jefferson? -murmuró que tú y él… -Matt se sonrió.

– No, no es así -contestó ella.

– ¿Lo sabe Lauren?

– Por supuesto que no. ¿Lo conoces? -le preguntó, asombrada.

– Lo he visto en alguna cena de negocios -se rió pícaramente-. ¡Te lo tenías guardado, Cass! ¡Con razón no veías la hora de deshacerte de mí! Verás cuando se lo cuente a Lauren…

Iba a decirle que no había nada que contarle, pero pensó que sería inútil. Matt no le creería.

– ¿Qué diablos estás haciendo aquí? -le susurró furiosa a Nick.

Nick se encogió de hombros.

– Tienes que ocuparte de tres chicos, y como yo he tenido que ocuparme de mis sobrinas, pensé que sería buena idea combinar nuestros esfuerzos, ¿no crees?

– ¿Niñas? -preguntó Cassie, y se dio cuenta de que la estaban mirando cuatro pares de ojos grises.

– Sadie, Bethan, Emily, Alice -dijo Nick, presentándolas-. Saludad a Cassie, niñas.

– Hola, Cassie -contestaron tímidamente a coro. Realmente eran adorables, pensó Cassie. El problema eran Mike, Joe y el pequeño George, a quienes disgustaría probablemente la idea de ir de vacaciones con unas niñas.

– Quedaos ahí, niñas, mientras cargamos el minibús -sonrió Nick a las niñas-. Luego se acercó a Matt, le dio la mano y dijo-: Eres Matt Crosbie, ¿no es cierto?

Miró a los niños. Éstos todavía no habían visto a las niñas. Los más pequeños miraron a Nick con cierta desconfianza. Mike, que sabía el motivo de aquel viaje, ignoraba a su padre y tampoco estaba muy simpático con ella. En su rostro se podía adivinar una expresión que decía que ni el mismo Jefferson en persona lo impresionaba.