– Empezó muy joven. Y la última vez que quedó embarazada tuvo mellizos.
– En ese caso olvídate del cheque, simplemente quítale a los niños un rato el fin de semana, y dale un respiro a la pobre.
Él se rió. Pero recordó a Cassandra. Ella iba a llevar a sus sobrinos de camping. De pronto se la imaginó levantándose, desperezándose y luego volviendo a hacerse un ovillo en el calor del saco de dormir…
– Bueno, estoy segura de que un hombre con tu experiencia sabrá cómo lograrlo, Nick -dijo Verónica-. Conocerá algún modo de alegrarle el día a la pobre.
Nick interrumpió sus pensamientos acerca de abrazarse a Cassie y decidió dedicar toda su atención a Verónica.
Era la segunda vez que ella se refería a su hermana con ese calificativo. Le habría gustado que se atreviera a decirlo delante de Helen, su hermana la iba a poner en su lugar rápidamente.
Porque para su hermana la familia era lo más importante, mucho más que llevar una empresa. Eso no quería decir que no habría podido hacer ambas cosas si hubiera querido. Se las había ingeniado para competir en el maratón de Londres, aun rodeada de pañales y gorjeos de niños. Su papel de madre y esposa era prioritario para ella, pero no dejaba de ser una Jefferson.
– Estoy seguro de que tienes razón, Verónica -dijo cuando se abrieron las puertas del ascensor-. Pensaré en algo. Todas las mujeres tienen alguna debilidad -dijo Nick. Y seguramente Verónica tendría la suya.
En cuanto a la idea de Verónica de darle dinero a su hermana, ésta le habría dicho que el dinero se entregaba a la caridad, y no a una hermana, quien se merecía más dedicación.
A pesar de la dureza de Verónica, Nick tenía sus dudas. Sabía que él era el heredero de su tío, el número uno en Deportes Jefferson, y que era el blanco de muchas madres casamenteras de Melchester, así que tal vez ella no fuera inmune a ello.
Si ése era el objetivo de Verónica, iba a sufrir una decepción.
Una cosa era conseguir un beso, y otra muy distinta cambiar su modo de vida. Le gustaba su vida tal cual estaba, pero no podía dejar pasar un desafío.
Era cosa de familia. Su abuelo había sido un héroe de la pista, su padre había jugado al rugby en la selección nacional, y su tío había estado a punto de seguirle cuando éste se había lesionado. Los tres habían fundado Deportes Jefferson y esperaban que su heredero no los decepcionase.
Sus primos se habían dedicado a los deportes con entusiasmo, agregando gloria al apellido. Nick en cambio había decidido flexionar sus músculos en los negocios. Al fin y al cabo alguien debía ocuparse de ellos. No era que no le gustasen los deportes, pero prefería practicarlos por diversión.
Dejó el maletín en su escritorio, y decidió llamar a su cuñado.
Mientras esperaba la conexión, se acordó de Cassandra Cornwell. Frunció el ceño. No era su tipo. Era bajita. con muchas curvas y una cabellera negra tupida. Era la antítesis de las mujeres que le gustaban normalmente. No entendía por qué la había invitado a almorzar. Ni por qué se había molestado tanto cuando ella lo había rechazado. A no ser que fuera porque ella le hacía recordar a un osito de peluche que tenla de pequeño. Suave, blando, cálido…
De pronto se dio cuenta de que alguien le estaba hablando al oído por el teléfono.
– ¡Oh! Graham, soy Nick. Se me ha ocurrido una brillante idea para el cumpleaños de Helen. ¿Qué tal si lo pasáis los dos solos en París? Lo pago yo, por supuesto.
– Cuéntame cosas acerca de tus sobrinos, Cassie -le dijo Beth cuando se instalaron en el pequeño y elegante comedor con vistas al río-. ¿Por qué quieres llevarlos al bosque salvaje y presentarles a la naturaleza? ¿No sería mejor que lo hiciera su padre?
– Su padre tiene algo más importante que hacer. Y a mí no me importa, de verdad.
– Así se habla.
– No, va a ser divertido. Son chicos estupendos. Los he llevado a una fábrica de helados hace poco y nos lo pasamos muy bien. Me preocupan más sus padres que los niños -dijo Cassie-. Estoy segura de que mi hermana tiene problemas en su matrimonio. Sé que se pone de los nervios cuando se queda sola todo el día con los niños mientras su marido se pasa día- y noche trabajando.
– Todos tenemos que hacer sacrificios, Cassie. Es difícil salir adelante.
– Lo sé. Lauren también lo sabe, estoy segura de ello. Pero ya sabes lo que pasa. La tensión empieza a surgir sin saber muy bien cómo, o por algo tonto, y no hay quien la pare. Almorcé con ellos hace unas semanas y realmente el ambiente era muy tenso. Luego, cuando Lauren se enteró de que Matt le había prometido a los niños que los llevaría de camping unos días este verano en lugar de tener unas vacaciones familiares con ella, bueno… Decidí que tenía que hacer algo.
– ¿Así que te ofreciste a llevártelos tú? ¿No podrías haberlos invitado a Eurodisney?
– La madre de Matt los llevó en las vacaciones de semana santa.
– ¿Y?
– Hubiera sido demasiado evidente lo que intentaba hacer.
– ¿Y de este modo no?
– Los he convencido de que estaba organizando una serie de comidas al aire libre, y les rogué prácticamente que me acompañasen -Cassie sonrió-. Piensas que estoy loca, ¿no?
– Loca, pero generosa. ¿Estás segura de que podrás arreglártelas sola?
– ¿Quieres decir sin un hombre que me cuide? -preguntó Cassie.
– Bueno, es agradable tener alguno cerca, aunque nada más sea para poner la tienda o ir a buscar agua -Beth la miró con malevolencia-. Y para algún otro trabajo…
– Tal vez debería haber aceptado la invitación de Nick, ¡quién sabe adónde me hubiera llevado!
– ¡Oh! Estoy segura de que sí lo sabes. Aunque hayas elegido una vida de celibato, no creo que hayas perdido la memoria. ¿O sí la has perdido?
– No estarás pensando en un saco de dormir doble, ¿no?
– Sí. Pero no un saco de dormir cualquiera. Me refiero a uno de Deportes Jefferson, ya me entiendes. Piensa lo romántico que sería, con el saco de dormir debajo de las estrellas.
Cassie intentó no pensar en ello.
– ¿Con tres niños en medio? Creo que puedo arreglármelas sola, gracias. A no ser que quieras venir a una expedición de una semana a los bosques de Gales.
– ¿Yo? Yo tengo que ocuparme de mi librería. Los libros de cocina y los videos no se venden solos, ya sabes -Beth se quedó pensando y agregó-: En tu caso ha sido así, pero alguien tiene que cobrarlos -volvió a mirar el menú-. Voy a tomar las chuletas de cordero a las finas hierbas, patatas y guisantes -dijo, después de leerlo dos veces.
– ¿No te apetece probar los escalopes primero? -le preguntó Cassie.
– ¡Por favor! Esto es el almuerzo, si como mucho me quedaré dormida encima de la caja registradora.
– ¿Estás segura? Me han dicho que son la especialidad de la casa, y me gustaría probarlos.
– ¿Y esperas que me quede sentada mirando cómo comes? -protestó Beth-. No tienes piedad. Sabes que es como pedirle a un conejo que no coma estando frente a un campo sembrado de lechugas.
Cassie se sonrió.
– Deja la lechuga para la cena y mañana ven conmigo al gimnasio para compensarlo.
A Beth se le iluminó la cara.
– De acuerdo. ¿A qué hora?
– A las seis y media.
– ¿A las seis y media? Olvídalo. Después de todo un día en la librería lo único que puedo hacer es tomar una copa y poner los pies en alto.
Cassie se rió con picardía
– Yo decía a las seis y media de la mañana.
Beth se quedó con la boca abierta.
– No, gracias. He aprendido a estar contenta con mi cuerpo y si no te lo tomas a mal, te diré una cosa: Me parece que necesitas un hombre en la cama para que no te levantes tan temprano.
Cassie se dio cuenta de que Beth se había arrepentido enseguida de haber pronunciado aquellas palabras.
CAPÍTULO 3