Había pechugas de pollo, dos cartones de nata, limones, uvas, y unas hierbas.
– Nick, ¿qué hace un solterón como usted en un sitio como éste? Creí que su esbelta rubia se encargaría de la cena.
– No debería hacer caso de todo lo que dice Beth. Además, ya le dije que iba a probar una de sus recetas.
– ¿El pollo con uvas?
Él asintió.
– Lleva comida para un regimiento. ¿Va a invitar a todo el vecindario para festejar su triunfo en la cocina?
– En realidad voy a probarlo yo primero, antes de que lo pruebe otro.
¿Estaría cocinando para la rubia?
La idea le habría resultado enternecedora de no ser porque sabía que sería un farol para impresionar a la chica. Si no hubiera sentido celos de que se molestase tanto para llevarla a la cama.
– Bueno, tenga cuidado con la salsa. Que no se espese demasiado -ella frunció el ceño y preguntó-: ¿Para qué son las hierbas? Lo que lleva la receta es romero.
– Para una mayonesa con mostaza y finas hierbas. He pensado empezar con salmón ahumado.
– Eso es muy socorrido -no lo dijo en tono de cumplido.
– ¿Socorrido?
– Se saca del paquete y se pone en el plato. No hay nada que poner al fuego.
– Sí, pero hay que hacer la mayonesa -dijo él.
– Compre una buena mayonesa, agregue un poco de nata, una cucharadita de mostaza y finas hierbas. No se enterará.
– ¿Es eso lo que hace usted?
– No, pero yo soy cocinera profesional. Y en mi opinión no debería usar estas hierbas -levantó el paquete de hierbas del carro de Nick y agregó-: Están pasadas.
– No había más hierbas que éstas. Y no había romero fresco. Yo buscaba hierbas secas.
– Está infringiendo la primera norma de la cocina, no usar ingredientes de segunda calidad. Y si no encuentra lo que busca, prepare otra cosa -ella lo miró y vio la cara de pánico de Nick. Se rió y dijo-: No se preocupe, yo tengo hierbas frescas en el jardín. Puedo darle un poco si quiere.
¿Por qué se lo había ofrecido? Se había vuelto a poner colorada.
– Es muy amable por su parte, Cassie.
– Bueno, usted ha comprado dos ejemplares de mi libro. ¿Le ha gustado a su hermana?
– No se lo he dado todavía. Su cumpleaños es el fin de semana que viene.
– Quizás debiera invitarla para hacerle una demostración de lo que trae el libro.
– No creo. No pienso hacer carrera con esto. Además ella está en París.
– ¡Qué suerte tiene! Yo en cambio haré un viaje a lo desconocido…
– ¿Adónde?
Ella se rió y negó con la cabeza. Estoy exagerando. Seguro que Morgan's Landing será un sitio estupendo.
– ¿Morgan's Landing? ¡Oh! Comprendo. Se refiere a su excursión a un campamento. Oiga, si necesita algo… Algo del equipo, o cualquier otra cosa -agregó.
– El equipo no es problema, Nick. Mi cuñado tiene todo lo que necesitamos -casi todo eran reliquias de la época de sus campamentos, cosas pesadas, anticuadas, pero no quería que Nick pensara que quería involucrarlo en su viaje.
– De acuerdo -dijo él, con la sospecha de que ella se había dado cuenta de sus intenciones.
– Si ya ha terminado de hacer la compra, tal vez sería mejor que saliéramos de aquí -dijo Cassie, dejando las hierbas en la montaña de cajas de cereales-. Si no le importa esperar a que yo pague todo esto, le daré las hierbas.
Y Nick decidió que no debía dejar pasar la oportunidad.
CAPÍTULO 4
NICK NO tenía idea de cómo podía ser su casa. Tal vez fuera un pequeño apartamento en un edificio mirando al río. Ése era el tipo de vivienda que solían escoger las mujeres con éxito en su vida profesional. Y ella debía de ser una mujer con éxito. Los libros de cocina solían venderse mucho.
Pero debía de tener más éxito del que se había imaginado. A juzgar por su casa. No era grande, pero era encantadora, cuidada y adornada, con pensamientos y geranios a los lados de la escalera del porche. Una vieja casa en el casco antiguo de la ciudad, cerca de la catedral, de ésas que no solían salir al mercado, y que cuando salían, se las quitaban de las manos.
– Es muy bonita -dijo él cuando subían las escaleras del porche.
– A mí me gusta -ella abrió la puerta, y dejó la compra.
– Es muy grande para una sola persona.
– Necesito bastante espacio.
Él había estado tanteando, y se había alegrado de que Cassie no hubiera usado un “nosotros” en lugar de un “yo”.
– ¿Lleva mucho tiempo viviendo aquí?
– Era la casa de mi familia. Mi padre era canónigo, en la catedral. En los últimos años la he alquilado.
– Sí, recuerdo que Beth comentó que había estado viviendo fuera.
– Sí, he estado viviendo en Londres. Allí es donde está el trabajo en esta profesión.
Ella no lo miró a los ojos, y él sospechó que había alguna otra razón oculta que ella no quería confesarle. ¿Habría sido un hombre la razón?
– Y la televisión -dijo él.
– Y la televisión -repitió ella.
– Entonces, ¿por qué ha regresado?
No le iba a contestar que porque debía enfrentarse a algunas cosas, o de lo contrario habría tenido que vender una casa que amaba. Eso habría sido admitir que Jonathan le hubiera quitado hasta eso.
– Porque ya no me dedico al servicio de comidas. Y la televisión supone unas pocas semanas rodando para toda una serie. No me hace falta quedarme en Londres para eso.
– Y éste es su hogar -Nick miró el elegante vestíbulo-. Comprendo por qué no ha perdido la oportunidad de regresar.
Pero ella ya no lo estaba escuchando. Se había puesto a sacar los comestibles del coche.
– Deje esas bolsas. Yo se las llevaré.
Cassie había aprovechado la excusa de la compra para no entrar en una conversación peligrosa.
Se sintió tentada de decirle que ella no necesitaba que un hombre le llevara la compra. Pero se reprimió. Al fin y al cabo. Nick no tenía la culpa de lo que le había hecho Jonathan, y hubiera sido grosera con él. -Gracias. La cocina está en la planta baja.
Nick vació el coche en dos viajes. Luego lo cerró. El coche de Cassie, un deportivo italiano, había sido otra sorpresa, junto con su casa.
Sin embargo su coche deportivo hacía juego con los ojos marrones llenos de pasión que había alzado cuando él la había besado.
– Huele muy bien -dijo él, oliendo una viga de la cocina.
No se parecía en nada a un hospital aquel lugar. Era un lugar para trabajar y para compartir ratos agradables con la familia y los amigos.
Había una especie de alcoba con un escritorio con un ordenador, un teléfono, un contestador automático y un fax. No había duda de que aquel lugar era el de una profesional. Intentó memorizar su número de teléfono.
En contraste con aquella modernidad, había un sofá muy antiguo apoyado sobre una pared. Un gato de pelo dorado dormía entre sus almohadones. Como si hubiera presentido a Nick, el gato abrió un ojo.
– He estado probando una receta nueva -dijo Cassie, metiendo la comida en la nevera-. No le haga caso a Dem. No le gustan los hombres -le dijo ella.
A Nick le habría gustado preguntarle por qué, pero su instinto le decía que sería una falta de tacto por su parte.
– Deje esas bolsas encima de la mesa, Nick. Luego las acomodaré.
– De acuerdo -él intentó identificar las distintas fragancias que perfumaban la cocina.
Parecía haber estado horneando una tarta. Inmediatamente llegaron los recuerdos de la cocina de su madre y del placer de rebañar la mezcla que quedaba en el cuenco después de volcarlo en el molde.
Eran unas fragancias que harían desear a cualquier hombre que lo invitasen a cenar, pensó Nick.
– ¿Tiene tiempo de tomar un café? -le preguntó ella- ¿O quiere que corte las hierbas y salir corriendo?
– ¿Cortar las hierbas y salir corriendo?
– Las tijeras están en el gancho que hay en la puerta. Puede hacerlo usted mismo, si quiere.