Yrsa Sigurðardóttir
Ceniza
Þóra & Matthew, 3
© Yrsa Sigurðardóttir 2007
Título originaclass="underline" Aska
© De la traducción: Enrique Bernárdez
Nota del editor
Querido lector:
Nos encontrábamos acabando ya la traducción de Ceniza cuando las radios comenzaron a informar de la paralización del tráfico aéreo en toda Europa y las televisiones y las portadas de los periódicos nos hacían llegar imágenes del inesperado responsable de tal caos: un volcán que había entrado en erupción precisamente en Islandia, un lugar que no suele ocupar páginas en los medios. La tremenda casualidad que suponía la coincidencia entre la insólita noticia y el tema de esta novela nos impactó extraordinariamente. Es curioso que la raramente indomable naturaleza sea la protagonista de ambas circunstancias. Aunque ya en sus dos anteriores libros (El último ritual en 2006 y Ladrón de almas en 2007) Yrsa Sigurðardóttir nos había sorprendido muy gratamente con su originalidad, su sentido del humor y la cercanía de sus personajes.
Nuestras expectativas no se han visto defraudadas: Yrsa sabe jugar como nadie con los elementos literarios y manejar diestramente personajes y trama para conseguir, al mismo tiempo, mantener el interés, sorprender con su desarrollo argumental y hacer cómplice al lector de los descubrimientos de su abogada protagonista: Þóra Guðmundsdóttir. Esperamos que su lectura os haga disfrutar tanto como a quienes formamos Suma de Letras.
EL EDITOR
Agradecimientos
Quiero dar las gracias a todas las personas de Heimaey que me ayudaron mientras escribía este libro. He de mencionar especialmente a Kristin Jóhansdóttir, que me fue de enorme ayuda. También doy las gracias a Sigurmundur Gísli Einarsson, Ólafur M. Kristinsson y Árni Johnsen por su apoyo, así como a Gísli Baldvinsson, oriundo de las Vestmann aunque viva fuera de las islas. Ninguno de ellos ha servido de modelo para ningún personaje de este libro.
Dedico el libro a mi editor, Pétur Mar Ólafsson, con mi agradecimiento por su magnífica colaboración y su infinita paciencia.
YRSA
Introducción
Muchas veces había sentido la muerte como una opción apetecible. En cambio, en esos momentos la sensación era muy distinta, se sentía muy desdichada por lo que estaba pasando. Cuando murió su padre tras una difícil lucha contra el cáncer, pensó en lo que aquello significaba. Había reflexionado sobre la brevedad y la fragilidad de la vida humana cuando todo se trastoca. Su padre había sido como un ancla para la pequeña familia pero, un mes después de su muerte, no conseguía recordar su aspecto sin la ayuda de una fotografía. Y eso que ella era una de las personas más cercanas al difunto. ¿Con cuánta rapidez habría sido olvidado por los demás? En cuanto su madre abandonara este mundo, y ella misma y su hermana, nadie le recordaría ya, y sería como si nunca hubiese puesto un pie en la tierra. Aquel pensamiento la llenó de pena y desesperanza. Ahora se estaba enfrentando a su propio destino y se daba perfecta cuenta de que su propia historia estaba también a punto de terminar. Nunca podría limpiar su imagen como había deseado. Ninguna otra persona podría solucionarlo todo como era debido, y mucho menos explicar lo que le había tenido tan ocupada la mente en los últimos tiempos. Sus ojos se oscurecieron pero logró salir de aquel estado. Sabía que en cuanto sucediera tal cosa, ya no sería capaz ni de mover las piernas.
Ojalá no tuviera la mente tan confusa, ojalá no estuviera tan exhausta. Al menos podría intentar llevarse una mano a la cabeza en vez de seguir allí tumbada sin hacer nada. Sabía que tenían que haberle dado alguna droga. Ese sopor no se producía por sí solo. Sobre la mesilla había un frasco de pastillas que no recordaba haber puesto allí, pero cuando entreabrió los ojos vio que eran unos analgésicos muy fuertes que se había llevado a casa después de la última intervención. Ese frasco llevaba meses sin que lo hubiera tocado en su botiquín, no entendía cómo se había tomado las pastillas, pero lo más probable era que se las hubieran puesto en la comida, un rato antes. Conocía bien el sabor de las pastillas y el vino que tomó no pudo disfrazarlo. El mal sabor de boca después de los vómitos no se debía a las pastillas. Pero en sí, aquello no significaba nada. Volvió a sentir náuseas y cerró los ojos, aunque tenía miedo de no poder abrirlos otra vez. Su preocupación resultó inútil porque los ojos se le abrieron de golpe, involuntariamente, cuando quedo sin respiración porque una fuerte presión la estaba aplastando. Al mismo tiempo, una mano helada le tapaba los ojos con fuerza y le impedía ver.
Los latidos de su corazón se hicieron más fuertes, y no se calmaron cuando una segunda mano le abrió la boca a la fuerza y nos dedos se introdujeron en ella. Agitó las piernas, pero aquello fue lo único que pudo hacer para resistirse ante la agresión. Le sacaron la lengua de la boca y poco después sintió un fuerte pinchazo. Calor y un dolor punzante brotaron del pinchazo en la lengua y se fueron extendiendo por toda la boca, y se dio cuenta de que le habían inyectado algo en el blando músculo. Al final le soltaron la lengua y al instante le taparon la nariz.
Sus pensamientos se iban haciendo cada vez más confusos y nebulosos. ¿Tal vez estaba en un hospital, al cuidado de un médico? No podía abrir los ojos y no podía oler nada por la nariz, que seguía tapada, pero esperaba que fuera eso. Un tenue susurro en su oído: «Todo acabará enseguida…, relájate». ¿Era un médico o una enfermera? Intentó sin éxito recordar quién había ido a su casa y la había drogado, y cómo empezó a vomitar. Lo sabía perfectamente, pero le era imposible pronunciar el nombre de su visitante, ni siquiera dibujar mentalmente su rostro. Recordó de pronto que aún no había comprado el regalo para el cumpleaños de su hermana. ¿Qué podía regalarle? ¿Quizá un jersey? Había tantos jerséis bonitos en las tiendas… Pero de pronto comprendió que no era ni el momento ni el lugar para pensar en eso. No solo era incapaz de comprender dónde estaba, sino también la hora que podía ser. ¿Era de noche o de día? ¿Cuánto tiempo había pasado desde que le pusieron aquella inyección en la lengua…, si era eso lo que había sucedido? Se aflojó un poco la presión sobre su nariz y la boca se abrió de nuevo. Los mismos dedos de antes volvieron a entrar en ella. Reconoció entonces el sabor del jabón. Un dedo llegó hasta su lengua y tuvo la clara sensación de que eso no debía ser así. Intentó mover la lengua pero no pudo. ¿Quizá había sufrido un derrame cerebral? Podía ser. Y si no, ¿qué era? No recordaba. Los dedos se apretaron fuerte contra su lengua, la doblaron y la empujaron hacia la garganta. De nada sirvió resistirse para intentar liberar la lengua de aquella horrible presión… era incapaz de moverse. La rodilla de la persona que estaba encima de ella le mantenía los brazos inmovilizados a los costados. En su desesperación, intentó recordar lo que sabía sobre derrames cerebrales, pero no conseguía recordar que el dolor de lengua tuviese nada que ver con ellos.
Unas maldiciones que parecían salidas de un barril o de un túnel resonaron en su mente. No lograba entender si era solo su imaginación o si aquellas palabras brotaban de la garganta de quien le estaba manipulando la boca. Intentó decir algo, creyendo que su voz sonaría como cuando intentaba decirle alguna cosa al dentista, y eso le recordó que tenía que pedir cita para la consulta, pero lo único que se oyó fue un gruñido que parecía brotar del fondo de su vientre. La lengua seguía inmóvil pese a las reiteradas órdenes enviadas por el cerebro, le era imposible transformar los sonidos en palabras. Los dedos apretaron la lengua con más fuerza. Era perfectamente consciente de su lengua, aunque no podía moverla lo más mínimo, y sintió arcadas al notar que volvían a empujársela hacia la garganta. Sus ojos se abrieron de par en par y se quedó mirando fijamente el techo.