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Þóra dejó la bolsa de la compra y se tanteó el bolsillo en busca del móvil. El timbre sonaba amortiguado e intentó recordar si había colocado el teléfono en el bolsillo derecho o en el izquierdo de la chaqueta, o si se lo había metido en el bolso. Finalmente lo encontró en el bolsillo izquierdo, entre monedas y viejos recibos de la VISA. Vio el número de Markús en la pantalla y decidió no responder. Podía esperar hasta el día siguiente. Dejó el teléfono encima de la mesa y fue a poner en su sitio la comida que había comprado de camino a casa. Se acercaba la hora de que llegase Hannes con Sóley. El ex de Þóra la había salvado, incluso no planteó objeciones a su ruego y se ofreció a llevar a la niña a la piscina. Þóra esperaba que en adelante siguieran así las cosas, que la relación de unos ex esposos empezara a ser amistosa, por fin.

Su móvil dejó oír un pitidito. En lugar de cogerlo y leer el SMS, Þóra terminó de ordenar las comprar y encendió el horno. Leyó las instrucciones de preparación de la lasaña y metió el paquete en el horno frío, contraviniendo así las indicaciones del fabricante. Al final todo acabaría en lo mismo, la comida se calentaría la metiese con el horno frío o caliente. Luego buscó el teléfono, entró en la sala y se tumbó en el sofá.

El mensaje era de Markús: «Alda ha muerto. Policía quiere verme mañana x la mañana. Llama». Þóra dejó escapar un suspiro. Todo indicaba que Markús sería cliente suyo por más tiempo del previsto. Se sentó y marcó su número. O era el hombre más desdichado del país o en el fondo de todo había algo mucho peor.

Capítulo 5

Miércoles, 11 de julio de 2007

Markús se frotaba la frente con la mano. Þóra ya había tenido sesiones con otros clientes que se encontraban en estado de desesperación y había empezado a cogerle el tranquillo. De nada servía soltar unas palabritas para asegurarles que todo iría bien, que no tenía por qué preocuparse, que aquello acabaría enseguida y que pronto estaría totalmente libre. Eso distaba mucho de resultar efectivo, y lo único que se conseguía con ello era posponer medidas inevitables. Acababan de regresar del interrogatorio en la comisaría. En realidad podría haber ido peor, pero también podría haber ido mejor. Markús había reaccionado con mucho malhumor cuando le pidieron muestras para el análisis, pero al final se calmó y dejó que la policía le tomara muestras de saliva y pelo.

– Lo positivo de esto, Markús, ha sido que apenas hicieron preguntas sobre tus relaciones con Alda en el pasado. O bien piensan que su muerte se produjo de manera natural, o que tú no eres sospechoso de haber causado su muerte -le miró muy seria-. Lo negativo, en cambio, es que ahora Alda ya no podrá confirmar tu versión sobre la cabeza de la caja.

– ¿Me lo dices o me lo cuentas? -exclamó Markús.

Þóra no prestó atención al exabrupto.

– ¿Estás totalmente seguro de que no habéis tratado este asunto por correo electrónico y de que nadie ha podido oíros? Compañeros de trabajo, por ejemplo.

Markús dirigía una empresa dedicada a toda clase de productos para la maquinaria de barcos, y aunque Þóra no entendía en absoluto a qué se dedicaba la tal empresa, sabía que iba bien y que tenía varios empleados. Sin duda eran unos trabajadores espléndidos, porque Markús no parecía ser insustituible, nunca había tenido que aplazar citas ni disculparse por cuestiones de trabajo.

– Nadie oyó nada -respondió Markús con convicción-. Alda y yo solíamos hablar por teléfono, y eso siempre lo hago en privado. Nos veíamos de forma esporádica y rarísima vez había alguien más con nosotros, y cuando había alguien presente nunca hablábamos de este asunto. Y el correo electrónico solo lo utilizo para temas relacionados con la empresa. Yo no soy de esos que están siempre enviándose chistes o fotos de gatitos.

A Þóra nunca se le habría pasado por la cabeza pensar que aquel hombre se pudiera dedicar a semejante género de cosas.

– ¿Y no hay testigos de vuestras conversaciones?

Markús sacudió la cabeza con gesto de enfado.

– No.

– Cuando le dijiste a la policía que Alda te llamó la tarde del día antes de ir a Heimaey, les interesó mucho. A juzgar por lo que preguntaron sobre esa conversación, debió de tener lugar poco antes de su muerte -Þóra hojeó la fotocopia de la declaración que le habían dado al acabar el interrogatorio. Leyó por encima la parte del texto en que se trataba ese asunto-. Dijiste que Alda estaba rara, de peor humor que lo habitual, y distraída, y que pensaste que estaba nerviosa por tu viaje de la mañana siguiente, o que había alguien en su casa y no podía hablar contigo con total tranquilidad. Además ibas conduciendo y no pudiste hablar mucho rato con ella.

– Solo fueron sensaciones que tuve. No dijo nada que pudiera indicar que había alguien en su casa, aunque sí sonaba como si lo hubiera.

– La razón por la que te lo pregunto es que a lo mejor hubo alguien que fue testigo de vuestra última conversación y que podría confirmar que ella estaba enterada de que ibas a entrar en el sótano. Eso podría ayudarnos, en especial si mencionó la caja y si dijo algo así como que ella te había encargado que la recogieras -Þóra envió a Markús una débil sonrisa.

Markús hizo una mueca.

– Naturalmente, no recuerdo la conversación en todos sus detalles, pero juraría que no dijo nada por el estilo. Me pidió que no estropease las cosas y yo entendí que debía llevarme una bolsa por si la caja estaba podrida -Markús se estremeció-. Podía haberme dicho qué era lo que tenía que ir a buscar. No comprendo cómo pudo pasársele por la mente que iba a meter la cabeza en la bolsa y subir como si no hubiera pasado nada. Ni siquiera habría sido capaz de tocarla.

– Teniendo en cuenta todo lo que, al parecer, fuiste capaz de hacer por ella hasta ese momento sin preguntar nada, seguramente imaginó que llegarías hasta el final -respondió Þóra.

– En aquella época yo no era más que un chaval -dijo Markús con suficiencia-. Desde entonces han cambiado bastantes cosas -se irguió en la silla; no era necesario consultar la prensa para cerciorarse de que él no era el recadero de nadie. Aquel hombre tenía un indudable encanto varonil. Sus rasgos eran de todo menos delicados, pero su dureza no sobrepasaba el punto en que empezaría a convertirse en tosquedad. Þóra tuvo la sospecha de que se teñía el pelo, pues no se veía ni un cabello gris aunque ya debía de haber cumplido los cincuenta. Eso indicaba que Markús presumía de su apariencia física, lo que ciertamente estaba en consonancia con la ropa, indudable y evidentemente cara, que usaba en todo momento.

– Sí, ya imagino -dijo Þóra-. Pero tal vez ella no se había dado cuenta del todo -dejó el informe sobre la mesa-. Le preguntaré a la policía si tienen alguna información sobre posibles visitantes de la casa de Alda esa tarde. A lo mejor la suerte nos acompaña -miró a Markús-. Queda, obviamente, tu afirmación de que no sabías nada de los cuerpos del sótano. ¿Cómo podemos plantear ese asunto? -se echó para atrás en la silla-. La única persona que planteó objeciones cuando se iba a excavar la casa fuiste tú. Se podría pensar que quien dejó allí los cuerpos habría intentado impedirlo a toda costa -preparó con mucho cuidado lo que iba a decir a continuación-: Tengo entendido que tus padres viven todavía. ¿Tal vez alguno de ellos te animó a no cejar en tus esfuerzos por detener la excavación?

Markús calló un instante y miró a Þóra fijamente.

– Si estás insinuando que ellos pudieron tener cualquier participación en eso, estás total y absolutamente equivocada.

– No has contestado a mi pregunta -dijo Þóra con tranquilidad-. ¿Te animaron o te disuadieron?

Markús sonrió irónico.

– Mi padre tiene Alzheimer. No está en disposición de animar ni disuadir a nadie. En cuanto a mi madre, ella está en pleno uso de sus facultades, pero se mostró total y absolutamente contraria a mis intenciones. Más aún, estaba encantada con la idea de la excavación. Esperaba recuperar una batería de cocina que tuvieron que dejar en la casa. Aunque mi padre consiguió recuperar la mayor parte del mobiliario antes de que la casa desapareciera, se quedaron dentro muchísimas cosas. La batería de cocina no le debió de parecer entonces especialmente importante.