Þóra colgó tras hablar con Bragi, su socio del bufete, y suspiró. Estaba agotada tras un día que había ido muy distinto a como esperaba. Habían vuelto a llamar a Markús para otro interrogatorio, sospechoso ahora de haber participado en la prematura muerte de Alda y de cooperación en la muerte de los hombres del sótano. La llamada telefónica de Markús había sido una llamada de auxilio y Þóra acabó en la comisaría después de haber renunciado a ir al cine o hacer cualquier otra cosa con sus hijos. Había tenido que escuchar cómo hacían a su cliente las mismas preguntas que en anteriores interrogatorios, aunque ahora se añadían varias sobre Alda. Todas giraban en torno a si Markús había estado en casa de ella el domingo por la tarde, que es cuando se calculaba que había muerto. Markús afirmó que no, manteniendo la versión de que solo habían hablado por teléfono. Al principio afirmó que no había ido a su casa en varias semanas, pero luego reconoció que había estado allí recientemente, aunque no la tarde sobre la que le preguntaban, sino la anterior. Había pasado por allí solo un momento y tomó un vaso de vino.
Cuando Markús desveló esa información, Þóra sintió enormes deseos de echarse a gritar. Sobre todo experimentaba un sentimiento de decepción con su cliente por intentar ocultar su visita, más aún teniendo en cuenta que su encuentro con Alda había tenido lugar antes del periodo de tiempo que interesaba a la policía. Aquello no hacía más que aumentar las sospechas sobre él. Þóra imaginó que se había negado a confesar su visita por miedo a que le acusaran de conducir bajo los efectos del alcohol. Había ya algunos ejemplos, algunas personas habían ocultado detalles parecidos y al final eso se había convertido en la prueba principal de la acusación, aunque fueran sospechosas de delitos mucho más serios. Los intentos de la policía de relacionarle con algún crimen no generaban en él ninguna reacción, pero al mismo tiempo se ponía nervioso en cuanto la atención se dirigía hacia alguna posible contravención de las normas de tráfico. Probablemente tenía la infantil creencia de que su nombre quedaría limpio por fin de cualquier acusación de asesinato sin tener que poner él nada de su parte.
Cuando la policía hubo agotado su lista de preguntas sobre la visita de Markús a casa de Alda, Þóra tuvo la sensación de que habían gastado ya toda la pólvora que tenían para el interrogatorio, de modo que pensó que lo peor ya había pasado. Estaba equivocada. Markús se sobresaltó y se quedó sin saber qué decir cuando la policía dijo finalmente que interrogaría a sus parientes más cercanos. En ese momento, Þóra pensó que si seguía así acabarían por detenerle, pero finalmente consiguió calmarle antes de que las cosas empeoraran aún más. Cuando salieron, Þóra arremetió contra él y le preguntó qué era lo que había provocado aquella reacción tan desproporcionada. Markús dijo que le preocupaban sus padres, ya muy ancianos, aunque en realidad no eran ellos los únicos a los que pensaban llamar a declarar; la policía tenía intención de hablar también con Leifur, su hermano mayor, que dirigía la empresa de la familia en Heimaey. Markús exigió que Þóra asistiera a todos y cada uno de sus parientes durante sus interrogatorios, y le costó comprender que aquello era imposible porque se produciría un conflicto de intereses. Intentó también explicarle a Markús que la policía se limitaba a echar anzuelos y que no iba solamente detrás él, sino también de cualquiera que estuviera relacionado. El objetivo de la investigación era explicar los hechos; no se trataba de una ofensiva estatal contra él como único culpable de todo. Þóra dudaba que Markús se quedara conforme, pero al final pareció comprender sus explicaciones.
Pero era otra cosa la que tenía a Þóra fastidiada: su inmediato viaje a las Islas Vestmann. Iba dispuesta a buscar hasta debajo de las alfombras a alguien que pudiera arrojar la más mínima luz sobre los cadáveres del sótano y que hubiera sido testigo de las relaciones entre Markús y Alda en los días que precedieron a la noche de la erupción. En torno a dos tercios de la población de las islas regresó tras el final de la erupción, de modo que allí tenía que haber un montón de gente que pudiera ofrecer testimonios útiles. Aunque el plan no ofrecía demasiadas garantías, ir allí fue lo único que se le ocurría a Þóra en esa fase del caso. Markús se mostró de acuerdo con ella sin vacilar, e incluso le pareció una buena idea. Estaba desesperado por librarse de la situación en que se encontraba y, como ya se había hablado del asunto en los medios de comunicación, tenía claro que era una simple cuestión de tiempo que su nombre apareciera también en las noticias. Aunque, a decir verdad, los periodistas parecían haber recibido de la policía bastante poca información, a pesar de que el asunto había despertado mucho interés, como es natural. Þóra se sintió obligada a seguir la información que iba apareciendo, y no pudo menos que asombrarse del arte con que algunos periodistas conseguían mantener vivo el asunto en sus artículos sin decir nada nuevo. Eso no podría mantenerse por mucho tiempo, naturalmente, y muy pronto la policía tendría que informar algo más detenidamente sobre sus investigaciones, al menos para salvar la cara. El nombre de Markús no aparecía en las noticias, pero era inevitable que al final dijeran que con los interrogatorios habían podido identificar ya a una persona como sospechosa. Entonces se acabaría la tregua y su nombre acabaría por filtrarse. De ahí que fuera perentorio limpiar su nombre de cualquier sospecha, y lo antes posible. Pero poco podía hacer Þóra para acelerar la investigación hasta que se dispusiera de las autopsias y los resultados de la investigación del escenario. Sin embargo, cuando tuviera en las manos esas actuaciones, apenas quedaría tiempo para desplazarse a las islas a charlar con los posibles testigos. Por eso no era el viaje en sí lo que la molestaba, las Vestmann gozaban de grandes bellezas naturales y era agradable visitarlas. No, lo que la tenía enojada era que Þór, el abogado más joven de su bufete, estaba demasiado atareado para poder acompañarla. Þóra consideraba fundamental disponer de otro par de ojos y oídos durante su visita a las islas, pero los únicos disponibles pertenecían a Bella, la secretaria. Bragi, el socio de Þóra, señaló muy justamente que daba igual si Bella estaba al lado del teléfono o en cualquier otro sitio, de ahí que fuera la persona ideal como ayudante. Los demás del bufete tenían cosas que hacer cuando se incorporaban al trabajo a su hora, cada mañana; de forma que era ella o nadie.
Þóra suspiró y marcó el número de teléfono de la secretaria. Habría preferido recurrir a Matthew y pedirle que fuera corriendo a Islandia. Seguro que venía, si podía, pero aquello contradiría su decisión de dejarle en paz mientras decidía su futuro. Un banco islandés acababa de adquirir el banco alemán para el que trabajaba, y habían ofrecido a Matthew el puesto de responsable de seguridad en la central de Islandia. En consecuencia, tenía que tomar una decisión bastante seria. El trabajo era similar al que desempeñaba en el banco alemán y el sueldo era considerablemente mayor, lo que a Þóra le extrañó menos que a él mismo. De ahí que su decisión no era tanto sobre el puesto de trabajo en sí como sobre la obligación de trasladarse a Islandia. Allí no conocía a nadie, aparte de Þóra y sus hijos, y ella no quería inmiscuirse en su decisión. Si Þóra le animaba a venir, se sentiría moralmente obligada a continuar la relación. Si le desalentaba, podría entenderse como que ella no tenía ningún interés. Hacía tiempo que tenía muy claro que el posible compañero de su vida tendría que vivir en Islandia, por eso la continuidad de su relación con Matthew dependía de la decisión que él tomara. Si Matthew no se iba a Islandia, significaría un punto final. Apenas podían estar juntos rarísimas veces, y las cosas no podían seguir así. Þóra se ruborizó al pensar en el sexo telefónico que habían intentado practicar… sin ningún éxito. Era evidente que ella necesitaba un hombre de carne y hueso a su lado para gozar del amor con él, de ahí que fuera mejor unirse a alguien que no viviera a muchos miles de kilómetros de distancia. Por eso confiaba en que viniese, porque le quería y le encantaba estar a su lado. Además, parecía existir una gran escasez de hombres atractivos con la edad adecuada en todos los sitios adonde iba, de manera que Þóra nunca tenía demasiado donde elegir. No le acababa de gustar ninguno de los hombres que habían intentado ligar con ella, ni siquiera después de cinco copas. Y encima, no había mucho sitio al que agarrarse. Los que le llamaban la atención eran demasiado jóvenes, tenían novia o eran gays. Antes de apartar estos pensamientos de su cabeza, se le pasó fugazmente por la mente que a lo mejor en las Islas Vestmann había una provisión enorme de hombres. Siempre podía soñar, y no le importaba tener a Bella a su lado pues en comparación con ella Þóra parecía una chica del desplegable central del Playboy. Dejó a un lado todas sus fantasías y marcó el número de la secretaria.