Cuando Sóley se quedó dormida y quedó claro que en los programas de las diversas cadenas de televisión no había nada que pudiera despertar el interés de Þóra, cogió el libro Noticias memorables de 1971-1975, de la colección Nuestro Siglo, para echarle un vistazo. Se había quedado con la colección a la muerte de su abuelo y, aunque no abría esos libros con mucha frecuencia, tenerlos a mano resultó ser muy conveniente. El libro no era muy grueso, de modo que no recogía de manera exhaustiva los sucesos noticiables de ese periodo, pero Þóra pensó que la desaparición de cuatro hombres tendría que estar allí, si es que tal cosa había aparecido en las noticias de la época. Hojeó rápidamente el año 1973 hasta llegar al verano y el final de la erupción de las Vestmann. La casa de la infancia de Markús quedó cubierta de ceniza en algún momento del primer mes de la erupción, pero Þóra no quería de ningún modo que se le pasara nada por alto en la lectura, por eso no paró hasta llegar al artículo «¡Termina la erupción!», del 4 de julio.
La lectura no le proporcionó mucho que pudiera tener alguna relación con los cadáveres del sótano. Una avioneta con matrícula TF-VOR con cinco personas a bordo se estrelló a finales de marzo al norte del Langjókull, y en el primer artículo sobre ese suceso todavía no se habían localizado los restos. En el último artículo sobre el accidente se indicaba que el grupo de rescate había encontrado el avión, así como a sus pasajeros, todos los cuales perecieron. Otra cosa que llamó la atención de Þóra fue, a finales de enero, la desaparición del yate británico Cuckoo, con su tripulación de cuatro personas. Había salido de Þórlakshöfn a mediados de mes y desde entonces no se había vuelto a saber de él ni de la tripulación. Þóra estaba sentada en el sofá cuando sus ojos dieron con esta noticia, pero se tumbó cuando, varias páginas más tarde, descubrió que el barco había sido arrastrado hasta la costa junto con los restos mortales de un miembro de la tripulación. Se supuso que el yate había zozobrado con todos sus hombres a bordo durante una tormenta que estalló poco después de que hubiera salido del puerto. El interés de Þóra no volvió a despertar hasta unas páginas más adelante, donde decía que seis hombres de un grupo de montañeros habían desaparecido después de salir de Landmannalaugar. Se mencionaba a cuatro geólogos extranjeros acompañados de dos guías islandeses, supuestamente grandes conocedores del terreno. No llegaron a ningún sitio los esfuerzos de Þóra por imaginar cómo una parte del grupo habría podido refugiarse en un sótano de las Islas Vestmann a causa de las pésimas condiciones climatológicas reinantes en tierra firme, pues ya en la siguiente página se contaba que habían encontrado a los montañeros, perdidos y helados, en una cabaña de las tierras altas. Se habían extraviado en medio de una espesa tormenta de nieve y podían dar gracias por haber encontrado casualmente aquel refugio. Encontró una sola noticia que hablara de personas desaparecidas que nunca aparecieron. En febrero se fue a pique al sudeste del país la nave Sjöstjarnan, con una tripulación de diez personas. Los ocupantes del barco se lanzaron al mar a bordo de dos botes salvavidas de goma y nunca se les encontró. Eran cinco islandeses y cinco oriundos de las islas Feroe, y pese a una prolongada búsqueda Þóra no fue capaz de encontrar nada que indicara que la tripulación hubiera sido finalmente localizada. Se hablaba de nueve hombres y una mujer. Pero lo que lo estropeaba todo era que la casa de Markús estuviera ya cubierta de ceniza cuando se hundió el barco, y además había una distancia considerable desde las islas al lugar donde zozobró el barco.
Þóra continuó, decepcionada, pero encontró otro artículo que volvió a despertar sus esperanzas. Trataba de la gran cantidad de periodistas extranjeros que habían llegado al país para informar de la erupción. Ciertamente no decía que hubiera desaparecido ninguno de ellos, y no digamos cuatro. Aunque fuera improbable que unos periodistas o reporteros decididos hubieran ido hasta Islandia y luego no hubieran regresado a sus países sin que eso apareciese en las noticias, era posible pensar que las cosas podrían ser distintas en el caso de los freelance. Algunos podían haber viajado a Islandia sin informar a nadie. Por eso quizá no les habrían buscado aquí cuando en sus países de origen se denunció su desaparición.
Poco más de lo sucedido en la primera mitad del año habría podido encajar con el hallazgo de los cadáveres. La Guerra del Bacalao parecía estar ya totalmente olvidada, pero Þóra no encontró por ningún sitio nada sobre desaparición de personas en relación con los enfrentamientos entre británicos e islandeses por la extensión de las aguas territoriales del país de las doce a las cincuenta millas. En algún sitio se mencionaba una muerte o una desaparición, pero nunca se trataba de un grupo de personas, sino de un individuo aislado en todos los casos. Þóra pensó que era excesivamente inverosímil que los cadáveres fueran un revoltijo de personas muertas o desaparecidas en momentos y circunstancias diversas.
Repasó también el año 1972, pues existía la posibilidad de que los cuerpos hubieran llegado allí antes del comienzo de la erupción. Prefirió no pensar mucho en dónde los habrían podido tener guardados entretanto, el caso era ya lo suficientemente absurdo como para tener que ponerse a buscar explicaciones a cuál más rara. En ese año había tan pocas noticias útiles como en 1973. La fotografía de un barco hundiéndose le llamó la atención, pero el artículo explicaba que se trataba de un arrastrero que se pensaba que había chocado con una mina. La investigación del asunto, sin embargo, puso de manifiesto que los armadores habían hecho estallar una carga de dinamita en la bodega con la intención de cobrar el seguro. No parecía que nadie hubiera resultado herido ni desaparecido en aquel suceso.
Otra cosa que le llamó la atención a Þóra fue un artículo que relataba que ochenta arrastreros británicos se dirigían a toda máquina hacia Islandia. El artículo estaba fechado a finales de agosto de 1972, lo que caía un poco pronto, pero se hablaba de un gran número de hombres y era posible imaginar que cuatro de ellos hubieran podido desaparecer sin que se llegase a mencionar. Ciertamente no se hablaba de desapariciones, aunque se indicaba cómo eran las relaciones entre la gente durante la Guerra del Bacalao. Al final del artículo se decía, citando como fuente a los capitanes de los arrastreros ingleses, que si los islandeses intentaban abordar los barcos ingleses entre las cincuenta y las doce millas, les recibirían con agua hirviendo y sacos de pimienta. Þóra pensó que, en comparación con el agua hirviendo, la pimienta resultaba un tanto pintoresca, pero la cita indicaba claramente que aquellos hombres estaban dispuestos a todo: incluso al enfrentamiento físico.