Los dedos le soltaron la nariz y la presión sobre su vientre y sus brazos se aflojó. Ni siquiera pudo alegrarse, porque estaba intentando respirar desesperadamente. Loca de terror, intentó pensar con claridad, pero fue inútil. La lengua estaba encajada en la garganta y no conseguía moverla.
Pateó, se agitó violentamente sobre la cama como en un ataque de furia. Las manos fueron hacia el cuello y la mandíbula, los dedos arañaron la piel y la rajaron. ¿A lo mejor conseguiría abrir un agujero para que pasara el aire?
Luego todo se volvió negro y ella desapareció igual que su padre. Pero él había podido disfrutar una vida plena…, al contrario que ella. Las maldiciones que habían brotado de ella y que se esforzaron por salir de su cuerpo mientras intentaba respirar desaparecieron. Su cabeza cayó lentamente a un lado y al final descansó sobre un charco de sangre con los ojos fuera de las órbitas. Todo quedó en silencio durante un momento, hasta que se encendió el CD de la otra mesilla de noche y empezó a sonar música.
Poco después, el visitante de la mujer cerró la puerta del dormitorio en un gesto de cortesía de la que no había hecho gala hasta aquel momento.
Capítulo 1
Lunes, 9 de julio de 2007
– ¿Qué estará haciendo Markús en el sótano? ¿No es absurdo que no quiera que entre nadie antes que él, todo para coger algún trasto que se le quedó allí?
La abogada Þóra Guðmundsdóttir [1] sonrió cortésmente al arqueólogo Hjörtur Friðriksson, que estaba a su lado, pero no respondió. Aquello se estaba prolongando demasiado. No se sentía del todo bien allí dentro; el olor a quemado y el sabor a ceniza le hacían daño en los ojos y la nariz, y tenía miedo de que en cualquier momento se hundiera el techo. Al atravesar la casa para llegar a la puerta del sótano, los tres tuvieron que esquivar una enorme acumulación de ceniza encima de la moqueta de cuadros, en un lugar donde el tejado había cedido y, al verlo, Þóra se ajustó el barboquejo del casco para asegurarse de que no se le cayera. Se agitaba inquieta mirando el reloj con preocupación. Un golpe sordo llegó desde el sótano. ¿Qué le pasaba a aquel hombre? Markús había dicho que necesitaba sólo un momentito, pero ni ella ni el arqueólogo acababan de entender cuál era su sentido del tiempo.
– Tiene que estar a punto de volver -dijo Þóra sin mucha convicción mientras miraba fijamente la puerta con la esperanza de poder abandonar pronto aquella casa y de que todo acabase de una vez. Sin querer, miró de reojo el techo, lista para echar a correr en cuanto apareciera la más mínima señal de que se les fuera a caer encima.
– No te preocupes -dijo Hjörtur señalando con el dedo-. Si el tejado fuera a hundirse lo habría hecho hace mucho tiempo -suspiró y se pasó la mano por la barbilla sin afeitar-. ¿Tienes alguna idea de lo que está haciendo ese hombre ahí abajo?
Þóra dijo que no, aunque tampoco tenía especial interés en discutir las intenciones de su cliente con una persona a quien no le afectaban.
– Algo habrá dicho. No hemos hecho más que pensar en qué podía querer recoger de allí -Hjörtur miró a Þóra-. Creo que debe de ser pornografía, o algo así.
Þóra se encogió de hombros. También a ella se le había pasado lo mismo por la cabeza. Aunque no tenía la imaginación lo suficientemente loca como para adivinar lo que podía haber de embarazoso o molesto como para que no pudieran verlo unos desconocidos. ¿Peliculitas de polvos caseros? Seguro que no. Muy poca gente tenía cámara de cine en los años setenta, y era dudoso que las películas que se usaban entonces hubieran podido sobrevivir a la calamidad que se les vino encima. Además, Markús Magnusson, el que estaba en el sótano, solo tenía quince años de edad cuando la casa desapareció bajo la lava y la ceniza, que habrían destruido los materiales con que se fabricaban. Sin embargo, allí abajo había algo que estaba empeñado en llevarse antes de que nadie lo viera. Þóra suspiró. ¿Por qué tenía que estar siempre metiéndose en un lío tras otro? No sabía de ningún abogado que tuviera tantos casos raros y tantos clientes extraños. Decidió preguntarle a Markús qué le había llevado a telefonear a su pequeño bufete, en lugar de acudir a alguno de los grandes, para solicitar una prohibición legal de excavar la casa. Si es que volvía a salir de aquel sótano algún día. Se tapó la boca y la nariz con el cuello del jersey e intentó respirar a través de él. Fue peor aún. Hjörtur sonrió ante sus intentos.
– Acabas acostumbrándote, te lo aseguro -dijo-. Aunque no lo vas a conseguir en un momento. Hacen falta unos cuantos días.
Þóra puso cara de extrañeza.
– Maldita sea, parece que se piensa quedar a vivir allí dentro -refunfuñó a través del cuello del jersey. Incluso se forzó a sonreírle a Hjörtur. Fue gracias a él que se llegó a aquel arreglo sin tener que litigar para conseguir la suspensión de las excavaciones. Claro que el pleito no habría llegado demasiado lejos, pues Hjörtur y su familia ya no tenían derechos de propiedad sobre la casa. Pertenecía al municipio de Heimaey, junto con todo su contenido, y no habría habido posibilidad alguna, por mucho que Hjörtur lo intentara. Había dirigido sus dardos muy especialmente contra Hjörtur Friðriksson, que ahora estaba allí al lado de Þóra y que era el director del proyecto Pompeya del Norte, que consistía en excavar y sacar a la luz algunas de las casas que habían sido cubiertas de ceniza en la erupción del volcán de la isla de Heimaey el año 1973. Þóra había tenido bastantes tratos con él por teléfono y correo electrónico, y tenía buena opinión de él. Tenía la costumbre de hablar mucho, pero era sincero y no se dejaba provocar con facilidad. Esta virtud se vio sometida a duras pruebas, porque Markús se había comportado más de una vez de forma totalmente impertinente. Se negó rotundamente a decir ni una sola palabra de por qué le molestaba tanto que desenterraran la casa de sus padres, empecinado como estaba en la inviolabilidad de su vida privada, y no había hecho más que complicarle el caso a Þóra de todas las maneras posibles. Cuando se comprobó que no existía posibilidad alguna de llegar a un arreglo, por la cabezonería de Markús, Þóra preguntó a Hjörtur, como último recurso, si no podrían excavar cualquier otra casa en vez de aquella. Había mucho donde elegir. Pero resultó que la casa de la infancia de Markús era una de las pocas casas de cemento de aquel lugar, y que por eso era más probable que se encontrara en mejor estado que las demás. El objetivo de las excavaciones no era desenterrar casas que no fueran más que una pura ruina.
Cuando Þóra empezó a leer en busca de algún motivo que le permitiera obtener la interdicción legal de la excavación, resultó que Markús, en realidad, solo estaba interesado por el sótano de la casa. Finalmente fue posible discutir una solución factible, y Markús insistió en llegar a un trato. La casa sería desenterrada, aireada y a continuación se permitiría que Markús fuera la primera persona en bajar al sótano, y que se llevara lo que quisiese. Tras una breve reflexión se aceptó el arreglo y Þóra suspiró aliviada. Porque Markús habría tenido serias dificultades si se empeñaba en continuar un litigio sin esperanza alguna de victoria, pues su situación era claramente perdedora. Su familia era propietaria de una de las empresas de pesca más grandes de las Islas Vestmann, y aunque Þóra no lamentaba en absoluto que se le pagara bien, le disgustaba trabajar en contra de su propia conciencia y para intentar algo que jamás podría conseguir. Þóra se alegró mucho, porque Markús se mostró de acuerdo con la propuesta de Hjörtur y ella pudo dedicarse a ultimar los detalles del acuerdo, cómo bajaría Markús al sótano, cómo podía evitarse que otras personas entraran antes que él, y cosas por el estilo. Se firmó el acuerdo y todo quedó a la espera de que terminaran de desenterrar la casa.
[1] La Þ es una letra peculiar del alfabeto islandés que se pronuncia como la zeta castellana. El nombre de la protagonista suena, pues, «zoura». Por otra parte, los islandeses solamente usan el tuteo y el nombre de pila, aunque tienen un patronímico (así, Þóra es Guðmundsdóttir, es decir, hija de Guðmundur) de uso oficial, pero ausente del uso normal. Incluso el presidente del país es sencillamente Ólafur, y se le trata de tú, aunque existe un «usted» anticuado y reservado a solemnísimas ocasiones. En la traducción, hemos respetado esta peculiaridad islandesa.