– Pero así es, así son las cosas.
El comisario movió la cabeza lentamente adelante y atrás y chasqueó la lengua contra las encías.
– Al menos yo, nunca he visto nada semejante -sonrió para sí-. ¿Tal vez mi destino sea competir con la comisaría de Reikiavik?
Þóra puso cara de extrañeza y preguntó a qué se refería, aunque lo que menos le apetecía en aquel momento era prolongar aquel peculiar interrogatorio:
– ¿Qué quieres decir?
– No me extraña que preguntes. Una abogada de Reikiavik no debe de tener mucha idea de cómo son las cosas en un lugar aislado como este -el anciano la miró con un gesto de embarazo, pero Þóra aparentó que no se daba cuenta-. Hace poco se llevaron a tierra firme todas las plazas del servicio de investigación: una medida de ahorro. Claro que aquí el número de delitos graves era demasiado reducido como para justificar el coste -sonrió abiertamente-. Hasta ahora -miró a Markús a los ojos, con familiaridad, antes de continuar-: Tres cadáveres y una cabeza -chasqueó otra vez la lengua contra las encías-. Eras muy avispado de muchacho, mi querido Markús, pero ¿no es esto pasarse un tanto? Hay un salto bien hermoso de afanar ruibarbos al asesinato en serie.
Markús se inclinó sobre la mesa, con gesto de buena persona.
– Puedo garantizarte que no sé nada de esos cadáveres. No tienen nada que ver conmigo -volvió a recostarse, tan contento. Se sacudió el polvo de la manga de su chaqueta.
Þóra suspiró en silencio. Interrumpió a Markús antes de que dijera que solo estaba relacionado con la cabeza:
– Antes de continuar con esto me gustaría saber cómo están las cosas. ¿Estamos en un interrogatorio formal? -no añadió que, de ser así, sería de todo punto absurdo hacerlo estando todos juntos, especialmente Markús y Hjörtur. Los intereses de ambos eran completamente opuestos-. De ser así, querría indicar que como abogada de Markús pongo un gran signo de interrogación a la forma en que se está llevando a cabo.
El comisario Guðni apretó los labios y sorbió el aire a través de los dientes, como si quisiera limpiarse los intersticios.
– Puede ser que vosotros lo hagáis distinto en Reikiavik, señora abogada -dijo con frialdad-. Allí probablemente seguís el libro al pie de la letra, como suele decirse, aunque en realidad nunca se sabe bien de qué libro se trata. Aquí, yo hago las cosas de otro modo. Si quiero charlar con vosotros como en este mismo momento, pues lo hago. No le hace daño a nadie. Y menos que a nadie a tu cliente, el bueno de Markús -sonrió a Þóra pero su sonrisa no llegaba a los ojos-. A menos que creas que tiene algo malo en la conciencia -miró a Markús-. Me parece que esos cadáveres tienen ya unos cuantos años. ¿Es posible que él matara a esos individuos cuando era un muchachete imberbe? -volvió a mirar a Þóra-. Algo me dice que no puede ser. Creo que habrá alguna explicación razonable, y eso es lo que intentaba sacar en limpio sin grandes formalidades. Me da igual que piensen que hago mal.
Þóra puso la mano sobre el hombro de Markús para indicarle que estuviera tranquilo.
– Pero querría hablar con mi cliente antes de continuar, para que, cuando se empiece a seguir el famoso libro, todo esté bien claro.
Guðni se encogió de hombros. Era bastante apuesto para un hombre de su edad; delgado y aún conservaba su cabello. Þóra pensó que se parecía muchísimo a Clint Eastwood y le vinieron deseos de ponerle un mondadientes en la comisura de los labios para rematar el efecto. Guðni se quedó un momento con los ojos clavados en Þóra, como si supiese lo que se le había pasado por la cabeza a aquella mujer, pero luego se volvió hacia Markús.
– ¿Es eso lo que quieres, Markús? -le preguntó; estaba allí sentado al lado de la mujer, petrificado.
Markús se revolvió incómodo en la silla. Delante de él estaba el comisario de su infancia, que aún recordaba que él robaba verdura de los huertos, o cualquier otra de las muchas cosas que el viejo comisario había mencionado al principio de la conversación.
– Yo no he hecho nada -dijo entre dientes mirando a Þóra de reojo-. ¿Hay algún motivo para que tenga que haber formalidades?
Þóra respiró hondo.
– Querido Markús -dijo con tranquilidad, confiando en que la palabra «querido» tuviera sobre él el mismo efecto que cuando la utilizaba el policía-, en el sótano me pediste que te ayudara, y eso es lo que estoy haciendo. Sal conmigo un momento y hablaremos en privado. Después, tú verás lo que quieres hacer. Serás libre de irte a casa con Guðni y dejar que te interrogue junto a la mesa de la cocina en presencia de su esposa y del gato.
– Mi mujer murió -dijo Guðni con frialdad-. Y tengo perro. No gato.
Entretanto, Hjörtur estaba al margen, esperando y observando tranquilo lo que pasaba. Finalmente tomó la palabra para explicarle a Þóra que él era una de esas personas a quienes les disgustan las discusiones, incluso como mero espectador silencioso.
– ¿No es mejor para todos que salgáis ya? Así podré decirte lo que me preocupa -dijo, mirando esperanzado a Guðni-. Me vendría de miedo poder acelerar esto, porque tendría que volver a mi despacho lo antes posible, no sea que mis colaboradores vayan a creer que me ha pasado algo malo. Sabían que estaba en la casa que acabáis de precintar. Tienen que haberse enterado de que allí ha sucedido algo raro.
Guðni se quedó mirando a Hjörtur sin responder. Þóra tuvo la impresión de que aquellos silencios eran su arma secreta en los interrogatorios. Quizá esperaba que la gente siguiera hablando, que no aguantara un silencio embarazoso y lo llenase de palabrería inconsciente. El arqueólogo no cayó en la trampa. Enseguida desapareció del rostro de Guðni su fría sonrisa y volvió a hablar:
– Perfecto. No quiero ser responsable de que tus colegas afilen la pluma y escriban tu obituario, querido Hjörtur-apartó los ojos del rubicundo arqueólogo y miró a Þóra-. Haced el favor. El pasillo de ahí delante es muy tranquilo -con un teatral movimiento de la mano les señaló la puerta-. Nosotros nos quedamos, por si luego decidís concedernos el honor de vuestra presencia -cuando Þóra y Markús estaban llegando a la puerta, oyeron decir a su espalda-: Pero no pienso invitaros a comer a mi casa.
– ¿En qué estás pensando? -farfulló Þóra con los dientes apretados-. Entras a buscar una cabeza y luego te pones a charlar con la policía sin preocuparte lo más mínimo de tu situación legal. ¿Te das cuenta de que te puedes acabar enfrentando a serias dificultades?
Parecía que el semblante de Markús se ensombrecía, pero luego la furia se calmó, y se contentó con exhalar un profundo suspiro.
– No sabes cómo funcionan las cosas aquí. Ese hombre es la policía de Heimaey. Él solo. Puede haber otros policías aquí, pero es él quien manda. Muchas veces termina los casos sin que las personas afectadas tengan problema alguno. Yo creo que lo más correcto sería hablar con él, así de simple. Cuando haya oído lo que tengo que decir, cerrará el caso. Y no me pasará nada.
Þóra sintió unas ganas enormes de golpear el suelo con el zapato, pero se contentó con golpear la pared para dar más énfasis a sus palabras.
– Este caso se lo van a quitar enseguida a Guðni. Cadáveres y cabezas no son cosas que correspondan a pequeñas comisarías, da igual la autoridad de que goce cada policía en su entorno inmediato. Él puede ser capaz de resolver delitos a su manera cuando se trata de robar ruibarbos, pero este asunto es algo muy distinto. Por lo que yo sé, y a la vista de la seriedad del caso y de lo peculiar de las circunstancias, ni siquiera se encargará a la brigada criminal de la comisaría de Selfoss, que muy probablemente es la que se encarga de los casos importantes en las Vestmann. Llamarán a la policía de Reikiavik y a la sección de policía científica, y puedes apostar a que se comportarán de un modo muy distinto que el bueno de Guðni. A mí me da lo mismo si hiciste algo o no…, pero a ti te vendrá mucho mejor poner tus cosas en orden. Si participas en un interrogatorio informal, él podrá dar testimonio de todo lo que hayas dicho. Y para que todo sea aún más claro, ahí está Hjörtur para confirmar sus palabras. Es una locura total y absoluta.