– ¿Pasa algo, Helen? -Lynley se detuvo, sin dejar de mover las piernas-. Un circuito completo del parque solo nos llevaría… No sé. ¿Cuál es la circunferencia? ¿Nueve kilómetros?
– Dios mío -jadeó Helen-. Esto es… Mis pulmones…
– Quizá deberíamos descansar. Dos minutos, ¿de acuerdo? No querrás perder el ritmo. Puedes pinzarte un músculo si te relajas y empiezas otra vez. No querrás que te pase eso.
– No. No.
Tardó dos minutos en recuperar el aliento, estirada sobre la hierba y la cabeza alzada hacia el cielo. Cuando por fin pudo respirar con normalidad, no se levantó. Siguió tendida y cerró los ojos.
– Pide un taxi -dijo.
Lynley se estiró a su lado, apoyado sobre los codos.
– Tonterías, Helen. Acabamos de empezar. Has de esforzarte. Has de acostumbrarte. Si pongo el despertador cada día a las cinco de la mañana y nos comprometemos a saltar de la cama en cuanto suene, yo diría que serás capaz de dar dos vueltas completas a este parque dentro de apenas seis meses. ¿Qué me dices?
Ella abrió un ojo y lo clavó en Lynley.
– Taxi. Eres un animal, lord Asherton. ¿Desde cuándo corres sin decírmelo, por favor?
Lynley sonrió y capturó un rizo de Helen.
– Desde noviembre.
Ella volvió la cabeza, ofendida.
– Rata inmunda. ¿Te has reído a mis expensas desde la semana pasada?
– Jamás, cariño.
Tosió de repente para disimular una carcajada.
– ¿Te has estado levantando a las cinco?
– A las seis, casi siempre.
– ¿Y has corrido?
– Aja.
– ¿Y te propones continuar así?
– Por supuesto. Como tú misma dijiste, es el mejor ejercicio que existe y hay que mantenerse en forma.
– Muy bien. -Helen señaló en dirección a Park Lañe y dejó caer la mano al suelo-. Taxi -dijo-. Después, ejercicio.
Denton salió a su encuentro en la escalera para felicitarles por el ejercicio matutino. Se disponía a salir, con un ramo de flores en una mano, una botella de vino en la otra, y la palabra tenorio prácticamente grabada sobre la frente. Se detuvo, cambió de dirección y entró en el salón.
– Vino un tipo apenas diez minutos después de que se marcharan -dijo a Lynley. Volvió con un grueso sobre de papel manila bajo el brazo. Lynley le alivió de su carga-. Trajo esto. No quiso quedarse. Solo dijo que debía entregárselo en cuanto volviera.
– ¿Te vas? -preguntó Lynley, mientras abría el sobre.
– Picnic en Dorking. Box Hill -contestó Denton.
– Ah. ¿Ahora sales con una admiradora de Jane Austen?
– ¿Perdón, milord?
– Nada. Procura no meterte en líos, ¿eh?
Denton sonrió.
– Como siempre.
Oyeron que silbaba mientras cerraba la puerta principal.
– ¿ Qué es, Tommy?
Helen se acercó mientras Lynley vaciaba el sobre: un montón de cuadernos amarillos a rayas, todos cubiertos de una escritura desigual a lápiz. Leyó las primeras palabras de la libreta de arriba (Chris ha sacado a pasear a los perros), respiró hondo y exhaló un largo suspiro.
– ¿Tommy? -preguntó Helen.
– Olivia -contestó él.
– Ha mordido tu anzuelo.
– Eso parece.
Pero Lynley descubrió que ella también le había tendido un anzuelo. Mientras Helen se duchaba, lavaba el pelo, vestía y hacía todo lo que las mujeres consideran necesario para consumir noventa minutos, como mínimo, leyó junto a la ventana del salón. Comprendió lo que Olivia había querido que comprendiera, y sintió lo que había querido que sintiera, Cuando reveló por primera vez la información sobre el MLA (tan innecesaria para concluir con éxito la investigación sobre la muerte de Kenneth Fleming), Lynley pensó, espera, ¿qué es esto, por qué? Pero luego, comprendió lo que Olivia estaba haciendo, y supo que era producto de la ira y la desesperación con que se había enfrentado al acto de traición que él le había pedido.
Estaba leyendo el último cuaderno cuando Helen se reunió con él. Cogió las otras libretas. Empezó a leerlas. No dijo nada cuando Lynley terminó la lectura, dejó la libreta y salió del salón. Se limitó a seguir leyendo, pasando las páginas en silencio, descalza y con las piernas extendidas sobre el sofá, con una almohada bajo la espalda.
Lynley se duchó y cambió. Pensó en algunas ironías de la vida: conocer a la persona adecuada en el peor momento posible, decidir una línea de acción que luego se vuelve contra ti, albergar una creencia que se demuestra falsa, conseguir lo que se desea con absoluta deseperación y descubrir que, en realidad, no se desea. Y la ironía final, por supuesto: arrojar un guante de verdades a medias, mentiras descaradas e información falsa deliberada, solo para lograr que te arrojen, como respuesta, otro de verdades.
Decida, oyó que le desafiaba. Decida, inspector. Usted puede. Decida.
Cuando volvió al lado de Helen, esta estaba a la mitad del montón de libretas. Mientras leía, Lynley se acercó al armario apoyado contra la pared y examinó una hilera de compactos. No sabía lo que buscaba, y tampoco lo sabría aunque lo encontrara.
Helen siguió leyendo. Lynley escogió al azar Chopin. Opus 53 en la bemol mayor. Era su pieza favorita de un compositor que no fuera ruso. Cuando la música empezó a sonar en el estéreo, se acercó al sofá. Helen levantó los pies y cambió de postura. Lynley se sentó a su lado, besó su sien.
No hablaron hasta que ella terminó de leer, y para entonces ya sonaba otra pieza.
– Tenías razón -dijo Helen. Él asintió-. Lo sabías todo.
– Todo no. No sabía cómo lo había hecho. No sabía quién esperaba que fuera detenido, si se daba la circunstancia.
– ¿Quién?
– Jean Cooper.
– ¿La mujer? No entiendo…
– Alquiló un Cavalier azul. Se vistió de una forma desacostumbrada en ella. Si aquella noche alguien la hubiera visto a ella.o al coche en la casa, la descripción habría coincidido con la de Jean Cooper.
– Pero el chico… Tommy, ¿el chico no vio a una mujer de pelo claro?
– Pelo claro, pelo gris. No llevaba sus gafas. Reconoció el coche, vio a medias a la mujer, supuso el resto. Pensó que su madre había ido a ver a su padre. Y tenía motivos para ir a verle, y también motivos para matar a Gabriella Patten.
Helen asintió con aire pensativo.
– Si Fleming hubiera dicho a Miriam Whitelaw que iba a Rent para terminar su relación con Gabriella…
– Aún estaría vivo.
– ¿Por qué no se lo dijo?
– Orgullo. Ya se había complicado la vida una vez. No quería que ella supiera lo cerca que había estado de complicarla de nuevo.
– Pero la Whitelaw lo habría sabido a la larga.
– Es verdad, pero él habría podido presentar su ruptura con Gabriella como una señal de madurez, de que se había hartado de ella, de que había comprendido la clase de mujer que era. Supongo que eso es lo que habría dicho a Miriam. Pero aún no estaba preparado para ese paso.
– De modo que todo fue una cuestión de tiempo.
– En cierto sentido.
Lynley cogió su mano y vio que los dedos de Helen se entrelazaban con toda naturalidad con los suyos. Aquel gesto le conmovió de una manera inesperada, por lo que prometía y lo qué revelaba.
– En cuanto al resto -dijo Helen, Vacilante-. Lo de rescatar animales.
– ¿Qué pasa?
– ¿Qué vas a hacer?
Lynley guardó silencio, mientras meditaba sobre la pregunta y calculaba las implicaciones de las respuestas que pudiera darle. Al ver que no contestaba, Helen continuó.
– Miriam irá a Hollóway *, Tommy.
– Sí.
– ¿Sabes quién está trabajando en los casos de animales rescatados? ¿Quién los investiga?
– Es fácil averiguarlo.
Lynley notó que los dedos de Helen se tensaban sobre los suyos.
– Pero si denuncias a Chris Faraday al encargado de investigar los rescates… Tommy, la chica se quedará sin nadie. Tendrá que ir a un hospital, o a un asilo. Todo esto, lo que le has pedido que hiciera, no servirá de nada.