– Servirá para entregar un criminal a la justicia, Helen. Es bastante más que nada.
No la estaba mirando, pero intuyó que estaba escudriñando su rostro, que intentaba leer lo que delataba su expresión para conocer sus intenciones. Que ni siquiera él conocía. Ahora no. Aún no.
Me gustan las cosas sencillas, pensó. Las quiero claras y concisas. Quiero trazar líneas que nadie piense en cruzar. Quiero que una obra termine cuando, a veces, solo es un entreacto. Esa es la miseria de mi vida. La miseria que siempre ha sido mi maldición.
Decida, inspector. Casi podía oír la voz de Olivia. Decida. Decida. Y después, viva con esa decisión. Como yo.
Sí, pensó Lynley. De alguna forma, le debía eso. Le debía soportar el peso de la elección, el peso de la conciencia, la certeza eterna de la responsabilidad.
– Esto es una investigación por homicidio -dijo por fin en respuesta a la pregunta de Helen-. Así empezó. Y así terminará.
Elizabeth George